El primer año de Andrés Manuel López Obrador como presidente fue el más violento en la historia moderna de México.
En abril de 2019, asistí por primera vez a una Mañanera de López Obrador, las conferencias matutinas con la prensa que el presidente hace de lunes a viernes. En esa ocasión, le pregunté por la incesante violencia que sacude México desde hace décadas. Si la tendencia de ese 2019 continuaba, sería el año más sangriento registrado en el país, como lo fue.
El presidente aseguró que habría avances. Así que ahora, a inicios de 2020, asistí de nuevo a una Mañanera para hacerle la misma pregunta: cuándo habrá, finalmente, resultados. “Este año”, dijo.
Todos los mexicanos —ante los ojos del mundo— estaremos atentos a que el presidente cumpla su promesa. La violencia incesante no puede continuar. En México mueren y desaparecen decenas de miles de personas como si el país fuera una zona de guerra y a veces parece que el gobierno no tiene el sentido de urgencia para enfrentar esta crisis.
“No me quita el sueño ningún problema”, dijo recientemente López Obrador. Bueno, este problema debería quitarle el sueño, presidente. O, al menos, darle pesadillas.
Del primero de diciembre de 2018 al 30 de noviembre de 2019 fueron asesinadas 34.579 personas, según cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) del gobierno de México. Aunque el SESNSP no ha publicado cifras oficiales para diciembre de 2019, los registros iniciales del gobierno dejan en claro que 2019 será el año más sangriento desde el fin de dos guerras internas del siglo pasado: la Revolución mexicana y la Guerra Cristera.
Esta cifra es superior a los 33.743 homicidios dolosos que se registraron en 2018 (el último año de la presidencia de Enrique Peña Nieto, el antecesor de López Obrador) y de los 27.213 asesinatos que ocurrieron en 2011, el año más mortífero de Felipe Calderón, el mandatario que inició la llamada “guerra contra el narcotráfico” en 2006.
Ningún año en los gobiernos de cualquier otro presidente en casi un siglo fue tan violento como el primero de AMLO en el poder, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). En el pasado, López Obrador ha dicho que tiene “otros datos”. En este caso, los números de su propio gobierno revelan esta realidad, apremiante y dura.
Esta espiral de violencia no es nueva. Así que es natural preguntarnos dos cosas: ¿de quién es la culpa de esta crisis? Y, sobre todo, ¿de quién es responsabilidad encontrar soluciones para salir de ella?
Hace mucho que los gobiernos de México no le han podido garantizar la vida a sus ciudadanos y por demasiado tiempo han existido zonas del territorio que el Estado no controla. Según los registros oficiales, la escalada de violencia se dio a principios del sexenio de Felipe Calderón. Aunque su gobierno comenzó una confrontación con los cárteles de las drogas, su estrategia fue ineficiente para detener tanto la influencia del narcotráfico como la criminalidad que arrastra consigo. El arresto en Estados Unidos de Genaro García Luna, el secretario de Seguridad Pública durante su gobierno —acusado de recibir supuestos sobornos millonarios de narcotraficantes—, es una muestra de ello. El sucesor de Calderón, Peña Nieto, registró una disminución temporal de la violencia, pero al final de su sexenio los índices de homicidios no dejaron de aumentar.
Nadie culpa a AMLO del terrible legado de violencia que le heredaron sus antecesores.
Pero la responsabilidad de encontrar una solución sí es suya. Para eso, entre otras cosas, lo eligieron 30 millones de mexicanos: para tratar de resolver los desafíos más urgentes y abordar las asignaturas pendientes del país. Después de nueve meses en el poder, el 22 de agosto pasado, López Obrador tomó la responsabilidad del tema de la violencia: “No quiero seguir responsabilizando a la administración pasada y a los de antes de esa”.
Pero pese a ese paréntesis de responsabilidad en el discurso, poco ha cambiado en la práctica. En la conferencia de prensa del 5 de noviembre, López Obrador volvió a responsabilizar a los gobiernos que lo antecedieron y luego remató: “Ya tenemos resultados, ya se ha podido detener la escalada de violencia”. Pero tener más de 34.000 muertos no se puede considerar un parámetro éxito en ningún país.
En este año, AMLO se ha negado a cambiar o ajustar su estrategia de seguridad: su propuesta a largo plazo —más inversión social para enfrentar las causas de la violencia— no ha reducido el dominio de los cárteles, como reveló la captura y posterior liberación en octubre del hijo del Chapo Guzmán en Culiacán, ni los asesinatos, como los de los de miembros de las familias LeBarón y Langford en noviembre. Y su plan a corto plazo —la Guardia Nacional— fue reenfocado para disminuir la inmigración desde Centroamérica en lugar de concentrarse en detener a criminales y en liberar ciudades y carreteras.
El 13 de diciembre, AMLO dijo que “no hay en el mundo un presidente o un primer ministro que atienda el problema de la inseguridad y de la violencia como lo hacemos nosotros. De lunes a viernes de 6 a 7 de la mañana”. Aquí, López Obrador confunde horas de trabajo con efectividad. Y lo que necesita México son resultados.
Estamos de acuerdo en que el presidente mexicano tiene entre manos un problema muy viejo, pero también debemos coincidir en que sí es su absoluta responsabilidad implementar acciones, mecanismos y estrategias para detener esta crisis de violencia. Si en su primer año no dio resultados, debe cambiar su plan de seguridad, despedir a los funcionarios que no asuman su deber de encontrar soluciones para el problema, como cualquier jefe de Estado.
Aunque siempre le he reconocido al presidente el ejercicio democrático inédito de recibir a la prensa y contestar sus preguntas, también creo que las Mañaneras pueden permitir más retórica que acciones. Por eso todos debemos recordar lo que dijo: habrá resultados, la violencia disminuirá para diciembre de 2020.
Todos queremos que le vaya bien al presidente y que cumpla con lo que prometió. Esa promesa es a partir de hoy. Pero lo que hemos visto hasta ahora son solo muertos, secuestrados y desaparecidos.
Jorge Ramos (@jorgeramosnews) es periodista, conductor de los programas Noticiero Univisión y Al punto, y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump.