El diamante en bruto más grande descubierto desde 1905, el Sewelo de 1758 quilates, fue revelado a bombo y platillos en abril, nombrado en julio y prácticamente escondido del ojo público desde entonces. Sin embargo, ahora ha reaparecido con un nuevo dueño, y no es el nombre que te hubieras imaginado.
Por ejemplo, no es Jeff Bezos, el hombre más rico del planeta que está a la caza de un trofeo. No es una familia real en busca de una joya central para una nueva tiara. No es el grupo De Beers, los posibles creadores del mercado de diamantes, que poseen el diamante Estrella del Milenio, una gema de 770 quilates en forma de pera.
Ni siquiera es el especialista en diamantes Graff, dueño del Graff Lesedi La Rona, un diamante de 302,37 quilates que es la roca de corte esmeralda más grande del mundo.
Es Louis Vuitton, la marca de lujo mejor conocida por sus bolsos adornados con su logotipo que por sus megagemas, la que ha estado presente en la plaza Vendôme, el corazón del mercado de la alta joyería, durante menos de una década.
Tras la compra por 16.200 millones de dólares de Tiffany por parte del gigante francés LVMH (la empresa matriz de Louis Vuitton) en noviembre, esta es la señal más reciente de que LVMH no solo quiere competir, sino dominar el mercado de la alta joyería. En conjunto, el doble impacto de estas adquisiciones (marca y diamante) en menos de dos meses es el equivalente lujoso de la estrategia militar de dominio rápido.
“Existen menos de diez personas en el mundo que sabrían qué hacer con una piedra como esa, o como cortarla, y tendrían el dinero para comprarla”, afirmó Marcel Pruwer, expresidente de Antwerp Diamond Exchange y director general de la firma de asesoría International Economic Strategy. “Para comprar y luego vender lo que podría ser una gema de 50 millones de dólares, necesitas tener las certificaciones técnicas, así como el poder para firmar el cheque y asumir el riesgo”.
Michael Burke, director ejecutivo de Louis Vuitton, se negó a decir cuánto había invertido la compañía en el diamante, aunque sí reconoció que estaba en el rango de los “millones” y que algunos de sus competidores “estarán sorprendidos” de que Vuitton haya sido el comprador.
“Nadie se esperaba que pusiéramos tanto énfasis en la alta joyería”, afirmó Burke. “Creo que le pondrá un poco de picante al asunto. Despertará a la industria”.
Según Jeffrey Post, el curador a cargo de las gemas y minerales del Instituto Smithsoniano, “comprar un diamante como ese te da credibilidad inmediata”. También es, especialmente en el caso del Sewelo, más riesgoso de lo que parece.
El descubrimiento de una gema
El Sewelo, con su tamaño de pelota de béisbol, hallado en abril de 2019 en la mina Karowe de Botsuana (propiedad de la compañía minera canadiense Lucara Diamond Corp.), es el segundo diamante en bruto más grande que se haya extraído en la historia.
El más grande fue el diamante de 3106,75 quilates Cullinan, el cual fue descubierto en Sudáfrica en 1905 y con el tiempo produjo dos gemas enormes de alta calidad: una de 530,4 quilates y otra de 317,4, las cuales ahora forman parte de las joyas de la corona británica, así como muchas otras piedras más pequeñas.
El Sewelo es además el diamante en bruto más grande que se haya encontrado en Botsuana (país que se ha convertido en un emblema de la minería responsable) y el tercer diamante de gran tamaño que se haya descubierto en Karowe.
La mina también produjo el Constellation de 813 quilates, descubierto en 2015 y vendido por 63 millones de dólares a Nemesis International en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, una empresa comercializadora de diamantes (en asociación con la compañía joyera suiza de Grisogono), y el Lesedi La Rona, descubierto en 2016 y vendido a Graff por 53 millones de dólares.
Cuando Lucara organizó una competencia para nombrar al Sewelo, 22.000 ciudadanos botsuanos enviaron sus propuestas. “Sewelo” significa “hallazgo raro” en setsuana.
Sin embargo, y a diferencia del Constellation y el Lesedi, el Sewelo está cubierto de carbón (por el momento luce como un gran trozo de carbón), lo que hace que sea un “misterio” el tipo de material de diamante que contiene, según Ulrika D’Haenens-Johansson, científica investigadora del Instituto Gemológico de Estados Unidos.
También hace que “el riesgo sea mucho mayor”, dice Pruwer. Cuando la roca fue desenterrada, hubo una buena cantidad de especulación de que podría valer mucho menos que sus diamantes hermanos, que no son tan grandes.
La rentabilidad de cualquier diamante gigante depende de su rendimiento: cuantos quilates de “calidad gema” pueden extraerse de la roca una vez cortada para maximizar el precio, el cual, a su vez, es una función de las impurezas de la roca, aunque, como señala D’Haenens-Johansson, incluso las impurezas tienen valor en un diamante de este tamaño. Pueden revelar cuándo fue creado el diamante y a qué profundidad de la tierra estaba.
La mina, la cual ha examinado el diamante a través de una pequeña “ventana” en el carbón y lo ha escaneado con láseres, describe el mineral como de “calidad semipreciosa” con “áreas de gema blanca de alta calidad”. Existen 10.000 graduaciones de diamantes, que van desde el totalmente incoloro D (el más raro) hasta piedras industriales usadas en la fabricación y el corte.
“¿Es D o totalmente incoloro D? ¿Cuán grande es la parte totalmente incolora? No lo sé”, dijo Burke, al reconocer que la compra “requirió de un poco de agallas y confianza en nuestra experiencia”. (Para ser justos, LVMH puede costearlo; sus ganancias en 2018 fueron de 46.800 millones de euros, o 52.000 millones de dólares).
Aceptando el riesgo
Después de todo, además de las ganancias potenciales, LVMH también compró el derecho —menos cuantificable, pero sin duda tangible— a presumir el diamante, en una industria donde la mitología y el romance son parte del precio.
Burke dijo que cuando su equipo sugirió que Vuitton considerara comprar el Sewelo, su reacción inicial fue: “¿Por qué tardaron tanto?”.
“Es un diamante grande e inusual, lo cual lo hace perfecto para nosotros”, explicó. También es la primera vez que Vuitton adquiere un diamante en bruto sin tener una preventa lista para un cliente. (Según Pruwer, la mayoría de las compañías joyeras reconocidas compran gemas que ya han sido cortadas y pulidas).
“Estamos experimentando con una manera diferente de introducir un diamante al mercado”, dijo Burke, quien afirma que Vuitton no cortaría el diamante hasta tener un comprador y que la compañía no planeaba quedarse con el diamante como una pieza de exhibición, tal como lo ha hecho Tiffany con su gema de nombre homónimo de 128,54 quilates.
¿Y si el Sewelo no resulta ser tan lucrativo como lo espera LVMH? “Me lanzaré de un precipicio”, dijo Burke.
This article originally appeared in The New York Times.
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