LONDRES — Una simple evaluación superficial podría concluir que Estados Unidos no es para nada el candidato ideal para el empleo de administrar al máximo representante del dinero del planeta.
Tiene una enorme deuda pública —de 22 billones de dólares— y va en aumento. En cuanto a su política, hace poco provocó el cierre parcial de la administración más prolongado en la historia del país. Su sistema bancario superó apenas hace una década la peor crisis financiera desde la Gran Depresión. Su presidente, un orgulloso nacionalista, provoca malestar entre propios y extraños por igual porque ignora las normas de las relaciones internacionales, de ahí los rumores de que el dólar estadounidense ya perdió su aura como el refugio seguro por excelencia.
Sin embargo, el dinero cuenta una historia totalmente distinta. Desde hace algunos años, el dólar ha cimentado más su posición como el depósito preferido de los ahorros globales, el refugio supremo en épocas de crisis y el medio clave para el intercambio de materias primas como el petróleo.
El vigor perdurable del dólar mantiene en pie el modo de relacionarse del presidente estadounidense, Donald Trump. Gracias a la fuerza del dólar, el Departamento del Tesoro ha podido encontrar compradores para los bonos de ahorros del gobierno a precios baratos envidiables. También ha reforzado la autoridad de Trump, que consiguió imponer su política exterior a un mundo renuente en general, gracias a que el dólar amplifica el poder de sus sanciones comerciales, en especial en contra de Irán y Venezuela.
Como los bancos no pueden poner en riesgo su acceso a las entrañas de la red financiera global basada en el dólar, han hecho hasta lo imposible para mantenerse alejados de las naciones y empresas que Washington clasifica como indeseables.
“No existe una alternativa al dólar”, se lamentó Mark Blyth, economista político internacional de la Universidad de Brown. “No podemos vivir sin el dólar y eso le da a Estados Unidos un poder estructural impresionante”.
Esta es la realidad a pesar de que muchos predijeron tras la crisis financiera que el dólar quizá por fin perdería parte de su dominio y que, en una era de retroceso del carácter excepcional estadounidense, era tiempo de que la moneda de otro país tuviera su oportunidad.
China intentó que su moneda, el renminbi, tuviera una participación más importante para reflejar su posición de potencia mundial. Desde hace diez años, ha establecido convenios de intercambio de divisas con muchos países, entre ellos Canadá, el Reino Unido y Brasil. El presidente Xi Jinping ha promovido el conjunto de proyectos globales de infraestructura de un billón de dólares de China, conocidos como Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, en parte como un medio para extender el uso del renminbi en el mundo. El año pasado, China estableció un sistema de negociación en Shanghái que permite comprar petróleo en la moneda china.
Por desgracia, la desaceleración económica actual de China, las inquietudes que han generado sus crecientes deudas y el desasosiego de sus vecinos ante la posibilidad de que sus inversiones en realidad sean una nueva forma de colonialismo se han combinado para moderar sus planes en el sector de infraestructura.
Las restricciones impuestas por el gobierno chino a la salida de dinero del país y las alarmantes detenciones de extranjeros han puesto a prueba el atractivo de conservar dinero que ostente la imagen del presidente Mao.
“¿Qué tal China?”, preguntó Blyth, apresurándose a enumerar posibles alternativas para el dólar. “Podría ir a ese país y sencillamente desaparecer. Es una situación que no inspira confianza. En cuanto un país aplica ese tipo de políticas, muestra que no puede ser un candidato serio para tener una moneda global”.
El mejor contrincante para el dólar ha sido desde hace tiempo el euro.
El problema es que los bonos soberanos alemanes —el tipo de inversión en euros más confiable— son terriblemente escasos. Alemania tiene una profunda aversión cultural a la deuda, por lo que se ha mostrado renuente a financiar su gasto mediante la venta de bonos. En consecuencia, los inversionistas que buscan refugios superseguros para guardar sus ahorros cuentan con muy pocas opciones en euros. En comparación, las existencias de bonos de ahorro estadounidenses son casi ilimitadas.
Una serie de crisis dentro de los diecinueve países que comparten el euro ha provocado más hostilidad que unidad, y ha dejado al descubierto un defecto fundamental: el euro es una moneda común que no cuenta con el respaldo de una estructura política común que pueda garantizar una respuesta firme en caso de que surjan dificultades.
“Los problemas del euro son de gobernanza”, explicó Catherine Schenk, historiadora económica de la Universidad de Oxford. “Ha tenido fallas profundas desde el principio. No parece un refugio muy seguro para remplazar al dólar estadounidense”.
En contraste, el dólar luce como una criatura única en su tipo dentro del paisaje global, pues no sufre ningún temor existencial.
Desde hace algunos años, la Reserva Federal ha aumentado las tasas de interés, lo cual ha hecho más atractivo al dólar para los inversionistas porque también se han elevado las tasas de rendimiento de las inversiones en dólares. La marea ha traído más dinero a las costas estadounidenses.
La permanencia innegable del dólar, aunque parezca incomprensible, se solidificó durante la crisis global que estalló en 2008.
Se enfrentó la aterradora posibilidad de que los bancos globales no pudieran reunir suficientes dólares para evitar un ajuste de cuentas con las deudas denominadas en esa moneda. La Reserva Federal (que, en esencia, es el banco central del mundo) abrió una fuente inagotable de dólares. El sistema sobrevivió.
Entre principios de 2008 y finales de 2018, la proporción de reservas en dólares de los bancos centrales de todo el mundo se mantuvo casi constante, solo cayó del 63 al 62 por ciento del total, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Así se comportó con todo y que las reservas totales (el dinero que los bancos centrales conservan en su balance general) se ampliaron más de la mitad.
En el mismo periodo, las reservas confiadas al euro cayeron del 27 al 20 por ciento. Gran parte de este movimiento refleja la pérdida de valor del euro con respecto al dólar. El renminbi representa tan solo un dos por ciento de las reservas totales, según el FMI.
“A pesar de que Trump está en la Casa Blanca y de todo lo que ha hecho para socavar el liderazgo estadounidense en el mundo, el dólar ha logrado mantenerse como la moneda global dominante y no da la menor señal de ir en declive”, afirmó Nicola Casarini, investigador del Instituto de Asuntos Internacionales de Roma.
Nada es para siempre en la economía global y esta era no es más permanente que otras. No obstante, por ahora el dólar es, como ha sido desde hace mucho tiempo, lo más parecido a la certeza en una economía global volátil.