Paseando bajo la lluvia: así se inventó el paraguas plegable
Hasta comienzos del siglo XVIII la lluvia obligaba a los caballeros a pasearse cubiertos con un sombrero de cuero de ala ancha y amplias capas que preservaban sus ropas, pero no impedían que acabaran empapados. Las señoras, por su parte, adoptaban tales capas masculinas, se quedaban en casa o, si sus obligaciones no se lo permitían, se sometían a las inclemencias del tiempo.
Así fue hasta que un francés llamado Jean Marius tuvo una idea práctica y a la vez genial: el paraguas plegable. Cierto que ya se conocían artilugios similares como los parasoles, pero, tal como su nombre indica, servían exclusivamente para proteger de los rayos solares. De hecho, las sombrillas se conocían desde la Antigüedad clásica pero estaban consideradas un mero signo de preeminencia social o respeto institucional, y quienes se refugiaban bajo ellas lo hacían mientras las portaban sus criados o esclavos.
Los antecedentes directos del ingenio de Marius fueron, sin duda, el paraguas-parasol inventado en China en el siglo I d.C., un artilugio articulado que podía abrirse y cerrarse, o los nuevos modelos de sombrilla con la tela impermeabilizada con ceras o aceites que aparecieron en Italia en el siglo XVI. Pero sólo Jean Marius consiguió acabar, en 1705, con el hecho de que la lluvia fuera sinónimo de reclusión. Aprovechó para ello su experiencia como fabricante de carteras (bourses), un accesorio que entonces comportaba complicados cierres metálicos.
Su paraguas se componía de una cubierta de tafetán verde debidamente engomado para que fuera impermeable, dispuesta sobre una estructura metálica muy parecida a la de los paraguas actuales, que permitía abrirlo, cerrarlo y plegarlo. Pesaba entre 140 y 170 gramos, y una vez plegado se podía guardar en el bolso o colgarlo de la cintura. Para cerrarlo se apretaba un botón y para abrirlo sólo se tenía que extender el mango, realizado en acero, madera y cobre. Disponía, además, de una cuerda que evitaba que el viento lo girase y de una funda para guardarlo plegado.
A la conquista del mercado
Marius comprendió que la publicidad era la clave para promocionar y vender su paraguas. Así, acudió a Versalles seguro de que si contaba con el aval de Luis XIVno tardaría en situar su invento entre los objetos de lujo que estaban consagrando a París como el paraíso de toda fashion victim de la época. No se equivocó. El rey se impresionó tanto con el ingenio que, en 1710, no dudó en promulgar un privilegio real –el equivalente a las modernas patentes– que garantizaba a Marius el monopolio sobre la producción del paraguas plegable durante cinco años. Es más, multaba a quien lo copiara con mil libras, unos 40.000 euros actuales.
Marius pegó carteles por todas las fachadas de París. En ellos, una sonriente pareja resguardada bajo sus paraguas anunciaba la venta del nuevo invento en el establecimiento que Marius poseía en la calle des Fosseés, muy próximo al faubourg Saint-Honoré, que en los siglos siguientes se convertiría en el buque insignia del chic francés. El director del periódico Le Mercure Galant, Jean Donneau de Visé, publicó un artículo en el que anunciaba que ya llevaba un paraguas de Marius en su bolsillo, e incluso los sesudos miembros de la Real Academia de Ciencias avalaron el ingenio asegurando que era «fácil de llevar en el bolsillo» y «más resistente que cualquiera de sus antecesores».
La promoción fue decisiva y en pocos años el uso del paraguas se generalizó. De este modo, cuando en 1767 Benjamin Franklin visitó París, le llamó la atención que «tanto hombres como mujeres llevan siempre un paraguas plegable consigo y lo abren en caso de lluvia».