Cada vez es más frecuente la presencia mediática del que no supo ser, pero quiere volver a ser presidente. Leonel Fernández no deja de asombrarme ni de indignarme. Provoca tal desagrado en mi persona que desentierra ingratas memorias. Escuchándolo, rememoré el día en que caí en las redes de un embaucador ambulante.

Saliendo del majestuoso edificio del Ministerio de Educación española, habiendo legalizado la documentación requerida para inscribirme en la facultad de Medicina, alcancé a ver en una esquina de la calle Alcalá unas doce personas escuchando atentamente a un hombre. El tipo era de buen ver, joven, pulcro, camisa blanca y corbata de colores. Hablaba fuerte, seguro y con una excelente dicción . Ofrecía en venta una única mercancía: «La bilupa». Un artilugio negro de unas tres pulgadas de largo, bordes curvos enmarcando cuatro pequeños lentes de aumento, una brújula y un espejo. Podía- insistía el vendedor- funcionar como lupa sencilla, lupa doble, telescopio, brújula y espejo. “Una herramienta indispensable a un precio tentador”.

Nunca había estado expuesto a las artes de un charlatán callejero. Razón por la que pudo cautivarme fácilmente; acepté las virtudes del aparatito en venta y lo compré, igual que otras personas del público. Marché de regreso a la pensión. Allí saqué la “bilupa” de su cajita y probé cada una de sus funciones. El resultado desató la burla de mis compañeros. Mi adquisición se convirtió en un chiste. Tan memorable fue el engaño y tantas bromas provocó esa “cogida de pendejo”, que conservo el artilugio hasta el día de hoy.

A partir de aquella tomadura de pelo, seguí el quehacer de los picaros que se movían por las calles de Madrid. El vendedor de mentiras diseña un esquema de fraude bien pensado, nunca actúa solo (usualmente lo acompañan un par de hombres y mujeres que fingen comprar el producto, entusiasmando a los timoratos). El “vender gato por liebre “es como se ganan la vida.

Esta consciente del delito en que incurren, saben que un descuido significa enfrentarse con la ley. Evitan a sus víctimas, no aceptan reclamos. Parecerían seguir técnicas de algún manual para estafadores.

Hablar mucho y sin sustancia es propio de charlatanes. No tener sustancia consiste en la imposibilidad de equiparar retóricas con hechos. El expresidente no fue un presidente eficaz ni honesto. Examinando los resultados de sus doce años de gobierno, encontramos un legado desastroso en educación, salud, institucionalidad, y moral. La corrupción fue rampante.

Ni él ni ningún miembro de sus colaboradores puede explicar el origen de sus riquezas; mucho menos del cuartel general Funglode. ¿Se atrevería este señor a enfrentarse a un debate y rendir cuentas de su presidencia? ¿Escucharía el reclamo objetivo y sincero -sin charadas periodísticas- del pueblo dominicano? No. Como todo el que habla mucho y prueba poco, no le interesa enfrentamientos directos que pongan en duda su mercancía.

No cabe duda, Leonel es un vendedor de “bilupas”. Un embaucador profesional, experto en ganarse la vida a expensas de analfabetos, cómplices y oportunistas. Ha llegado a convertirse en un virtuoso del decir que hizo sin haber hecho.

Si acusamos a cualquier persona de charlatán sin haberlo nunca sido, es un insulto. Debe sentirse agraviado. Pero si de hecho lo es, porque ofrece mentiras como si fuesen verdades, entonces utilizamos un adjetivo calificativo. Una justa denominación