LISBOA — Hace no mucho tiempo, la capital de Portugal era una zona estancada de Europa. Su centro histórico estaba salpicado de edificios semiabandonados y decrépitos. Algunas cuadras en el centro estaban dominadas por prostitutas y narcomenudistas. La ciudad era una muestra clara de la devastación que había provocado la crisis de la deuda europea.
Después, en 2011, el país se embarcó en una serie de pasos difíciles a cambio de un rescate financiero de 78.000 millones de euros (92.000 millones de dólares), entre ellos, una nueva ley de arrendamiento que liberó el mercado inmobiliario de la capital.
Ahora, la ciudad está en auge. Los turistas bajan de los cruceros para llenar sus calles y treparse en los tuk-tuks para subir y bajar las colinas. Los edificios históricos resplandecen. Los bares y restaurantes nuevos laten llenos de vida.
No obstante, decidir quién ha ganado y quién ha perdido en el renacimiento de Lisboa se ha convertido en un tema controvertido para los residentes y para Europa, al tiempo que el continente emerge finalmente de la década perdida de la crisis económica para ver qué se ha forjado.
Portugal ha sido el primer ejemplo de la recuperación económica europea. El desempleo ha disminuido a la mitad. Las exportaciones están en su apogeo. Los inversionistas extranjeros han inundado Lisboa. El país incluso ofrece a los compradores de propiedades valuadas en 500.000 euros o más la oportunidad de obtener una “visa dorada” para quedarse a vivir ahí.
Sin embargo, el salario mensual promedio aún es de cerca de 850 euros. La liberación del mercado, combinada con un enorme influjo de divisas, ha ayudado a elevar el precio de los inmuebles en el centro de Lisboa un 30 por ciento en dos años.
“La estrategia de Portugal para salir de la crisis estuvo totalmente enfocada en atraer inversión extranjera, lo que solventó un problema financiero mayor, pero también está creando nuevos conflictos para nuestros ciudadanos, como esta crisis de vivienda en Lisboa”, dijo Ana Drago, una exlegisladora e investigadora de Estudios Urbanos en el Instituto Universitario de Lisboa.
El resurgimiento de Lisboa se siente como un cambio abrupto de un extremo al otro para los residentes menos privilegiados que están siendo desplazados.
En el barrio medieval de Mouraria, un condominio de lujo se construye a unos cuantos metros de un edificio restaurado que se ha convertido en un segundo hogar para inversionistas franceses y otros extranjeros.
Al final de la calle, un edificio viejo con balcones estrechos se ha transformado en un símbolo para los activistas portugueses que luchan contra los desalojos de viviendas, un nuevo fenómeno en el lugar. Frente a la casa, los residentes que ganaron una larga batalla legal para poder quedarse colgaron un Santa Claus rodeado de letreros que muestran su lista de deseos: vivienda asequible e igualdad social.
Sin duda, la mayoría de los portugueses, liderados por los propietarios de inmuebles, consideran que la transformación de Lisboa es una parte esencial de la reciente recuperación económica de Portugal.
La llegada de los inversionistas acaudalados y las celebridades como Madonna está “causando problemas de vivienda en algunos barrios”, dijo Luís Correia da Silva, director de Dom Pedro, una compañía de centros vacacionales y hoteles.
“Sin embargo, la gente no debería olvidar que nadie quería hacer nada para salvar estos mismos barrios hace unos años”, añadió.
En 2010, mi primer artículo para The New York Times sobre Lisboa se enfocó en las reglas anticuadas de propiedad en Portugal, que permitían que un casero rentara dos departamentos idénticos en el mismo edificio, pero uno a una tarifa de menos del tres por ciento de la renta del otro.
Portugal tiene una larga historia de antagonismo hacia los terratenientes, que se remonta a la revolución de 1910 que destronó a la monarquía. Entonces, durante la prolongada dictadura militar, las rentas se congelaron en Lisboa y en la ciudad norteña de Porto.
Las rentas fijas para contratos nuevos se abolieron más de una década después de otra revolución, que destituyó la dictadura en 1974, pero no se eliminaron para los contratos vigentes, y el centro de Lisboa permaneció como un área parcialmente en ruinas que los residentes evitaban.
Cuando Portugal recibió su rescate financiero, el centro de la ciudad tenía 552.700 habitantes y 322.865 viviendas, de las cuales 50.289 estaban vacías, según el censo más reciente de 2011. Un año después, la nueva ley de arrendamiento se puso en vigor para liberar el mercado inmobiliario.
Los políticos buscaron poner el ejemplo. En 2011, António Costa, el entonces alcalde de Lisboa, trasladó las oficinas del ayuntamiento de su edificio histórico en el centro hacia una antigua fábrica de azulejos ubicada en la esquina de Intendente, una cuadra conocida por ser un lugar donde se consiguen drogas y prostitutas.
Costa es ahora el primer ministro de Portugal e Intendente está casi irreconocible. Tiene una tienda de artesanías, cafeterías y muchos proyectos de construcción en proceso. En el centro hay un jardín rodeado por barrotes rojos de hierro forjado diseñados por Joana Vasconcelos, una de las artistas portuguesas más reconocidas.
Cuando se le preguntó por la transformación de Lisboa, Vasconcelos dijo que “la ciudad está cambiando rápido, pero para mejorar”.
“Mi impresión es que Lisboa está regresando a lo que solía ser, porque fue una ciudad multicultural por siglos, un centro de comercio conectado al mundo”, dijo. “Durante el periodo oscuro de la dictadura perdimos el camino, pero ahora retomamos el hilo”.
No obstante, siempre está el otro lado de la moneda para todas las historias felices sobre la fortuna de Lisboa.
Rodrigo Azambuja solía tejer alfombras tradicionales portuguesas. En 2013, su casero le aumentó la renta de 300 euros a 1200. Hace unos meses, le dijo que necesitaba que dejara su propiedad en julio.
Sin embargo, en agosto, Azambuja debería comenzar a recibir la renta de una propiedad que compró hace dos años en una subasta de edificios abandonados llevada a cabo por el gobierno de la ciudad. En lugar de hacer alfombras, pronto estará sirviendo vino en un bar que abrirá en la planta baja.
“Supongo que en realidad estoy viviendo los dos lados de la historia”, dijo Azambuja. “Para mí, el único conflicto real es que todo está cambiando muy rápido; es una especie de tormenta perfecta que tomó a la mayoría de la gente totalmente desprevenida”.
Luis Mendes, un geógrafo urbano, es miembro de una plataforma ciudadana llamada Morar em Lisboa (Vivir en Lisboa) que ha estado luchando para detener los desalojos de viviendas. Le preocupa que Lisboa esté en riesgo de “matar a la gallina de los huevos de oro” que la hizo tan atractiva para sus visitantes.
“Si estamos desalojando a los antiguos residentes y creando comunidades cerradas para los ricos, entonces ¿qué les vamos a mostrar a los turistas que esperan ver la vida tradicional portuguesa en nuestras calles?”, cuestionó.
Algunos residentes se quejan de que está surgiendo una economía doble, dividida entre los que comercian con sus propiedades y con el turismo, y el resto de la gente. También condenan la “Disneyficación” de Lisboa, que se puede ver en las nuevas tiendas, como El Mundo Fantástico de las Sardinas Portuguesas, donde los turistas pueden comprar una lata de pescado con su año de nacimiento en la etiqueta.
La cantidad de 4,5 millones de visitantes anuales a Lisboa ahora sobrepasa a la población de la ciudad en una proporción de más de ocho a uno. Cerca de treinta hoteles están planeados para abrir en Lisboa el año próximo.
La reducción de viviendas en Lisboa, así como en Porto, se está convirtiendo en un asunto político para el gobierno de minoría socialista de Costa, que ha dependido del apoyo de los comunistas y otros legisladores de extrema izquierda para permanecer en el puesto desde 2015.
Los políticos de extrema izquierda quieren endurecer las leyes para detener los desalojos y proteger a los arrendadores, que incluyen a aquellos de más de 65 años y que han vivido en la propiedad por más de veinticinco años.
A pesar de que ya existen reglas para proteger a los residentes ancianos, no son infalibles.
Después de la muerte de su esposo, Maria Teresa Alves Ramos Mendes, una costurera de 79 años, recibió una notificación de su casero en la que le informaba que la renta del departamento donde habían vivido por más de treinta años aumentaría considerablemente.
Ella consultó con abogados, pero le advirtieron que podría perder un litigio costoso. Así que abandonó el lugar.
“Realmente pensé que a mi edad no había manera de que pudieran sacarme de mi casa, pero tristemente estaba equivocada”, dijo.
Ahora vive con su hija en las afueras de Lisboa, mientras que el mercado de rentas de corto plazo para turistas y desarrollado por compañías como Airbnb está en expansión incluso aquí.
La vida en los barrios exclusivos se está vaciando. En noviembre, André Júdice Glória, un abogado portugués, se mudó a un departamento nuevo con su esposa y dos hijos en un edificio restaurado de seis pisos.
Tres brasileños y dos angoleños son dueños de los otros departamentos, pero Júdice Glória dice que casi no los ve.
“Es un problema de primer mundo, pero por supuesto este edificio se siente muy vacío”, se lamentó. “Habría sido agradable tener otras familias alrededor, gente con una participación real en los problemas del día a día de vivir aquí”.