La Ciudad de México (CDMX) es ejemplo de cómo una urbe puede aprender de situaciones de desastre para estar mejor preparada, atenderlas y reponerse cuanto antes. Si bien muchas personas han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias del temblor del 19 de septiembre de 2017, no podemos dejar pasar esta oportunidad para aprender del desastre, elevar la resiliencia y contar con una ciudad más fuerte en el largo plazo.

Desde su selección para ser parte de nuestra red de 100 Ciudades Resilientes, la CDMX ha ayudado a mostrar lo que significa un verdadero compromiso con el desarrollo de la capacidad de adaptación y la respuesta ante desastres. La CDMX publicó la primera estrategia de resiliencia en el país en 2016, la  incluyó en la Gaceta oficial de la CDMX, haciendo obligatorio su cumplimiento para todas las dependencias de gobierno local. Más aún, en su primera Constitución Política, adoptada en febrero de 2017, la ciudad se compromete a adoptar la resiliencia en materia de inclusión social, administración territorial y gobernabilidad.

La capital de México también ha innovado con la creación de la Agencia de Resiliencia de la CDMX, primera de su tipo en el país. Resulta paradójico que, apenas un día después de que se anunciara la creación de esta agencia, la ciudad sufriera un temblor, apenas horas después del simulacro que se ha convertido en un ejercicio anual para recordar el sismo ocurrido 32 años antes y prepararse ante la eventualidad de otro.

Si bien los dos sismos ocurridos el 19 de septiembre fueron distintos en muchos aspectos, la ciudad también fue diferente de lo que era en 1985. En 2017 la CDMX demostró ser más resistente y estar mejor preparada. Los protocolos implementados después de 1985 incluyen la creación de un sistema de alertas, nuevos códigos de construcción, los simulacros de toda la ciudad y otro tipo de herramientas, como imágenes satelitales, mejor tecnología sísmica y de análisis de suelos. Estos avances contribuyeron a evitar un mayor daño.

La diferencia entre 1985 y 2017 es evidente. Entonces no había sistema de bicicletas compartidas, ni existían redes sociales. Estos dos elementos jugaron un papel crítico en 2017 demostrando la capacidad de la población de reaccionar de inmediato y aprovechar lo que estuviese a su alcance para ayudar ante el desastre.

Sin lugar a duda, la forma en que la gente participó y tomó iniciativa ayudó a salvar muchas vidas y evitó nuevas tragedias. Sin embargo también se cometieron errores y hubo caos, desorganización y  desinformación. La resiliencia nos llama a aprender de estos retos para enfrentarlos cada vez de mejor manera. Para ello, resultan de enorme valor la preparación y la conciencia de cada mexicano. La suma de sus esfuerzos en cada barrio, escuela y comunidad ha hecho que esta ciudad sea más resistente.

Para seguir avanzando por este camino, nuestro programa seguirá colaborando con la Ciudad de México. Así, al trabajo común que llevamos a cabo, hemos sumado los esfuerzos de transformación de largo plazo a través de nuestra propia experiencia y la de nuestros socios, así como mediante un apoyo financiero para este fin. Con el apoyo de 100 Ciudades Resilientes, el programa aportará recursos para fortalecer el trabajo en cinco áreas: infraestructura hídrica; conservación del suelo en áreas periurbanas; sistemas de movilidad resiliente; espacio público y barrios resilientes.

Cabe señalar que para 100RC la resiliencia no se limita a la reducción del riesgo de desastres.  En los esfuerzos de recuperación de la ciudad vemos una oportunidad única para lograr un cambio de largo plazo. Por ello, a seis meses del terremoto y como parte de esta agenda de trabajo reunimos en la CDMX a líderes de ciudades miembro de la red 100RC que enfrentan desafíos similares (Quito, Los Ángeles, Vancouver, San Francisco, Kioto, Cali, Wellington y Christchurch), así como a socios del sector privado y académico y otros expertos en la materia.

Aunque no podamos evitar que ocurran terremotos y otros desastres naturales, sí podemos —y debemos—seguir aprendiendo de ellos y asegurarnos de que estamos respondiendo para contribuir a que los próximos sean menos destructivos.  A eso apunta la resiliencia:  el temblor debe también ser fuente de aprendizaje y creatividad para pensar y repensar la CDMX del futuro; más resistente y más fuerte.

La resiliencia urbana es la capacidad que tiene una ciudad de prepararse y hacer frente a eventuales impactos agudos y tensiones que afecten sensiblemente su funcionamiento, tales como terremotos, inundaciones, huracanes y otros desastres.  La resiliencia también anticipa soluciones para superar tensiones crónicas que ponen en riesgo el futuro de la ciudad, como un alza en la criminalidad, el deterioro de la infraestructura o deficiencias del transporte. Lanzada en 2014 por la Fundación Rockefeller con motivo de su centenarios, la red 100 Ciudades Resilientes (100RC) ayuda a sus miembros a ser más fuertes y prepararse mejor ante los desafíos del futuro. Más información:  www.100resilientcities.org