Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no habrá más penas ni olvido”, canta Carlos Gardel en uno de los tangos más nostálgicos dedicados a la capital argentina. La pandemia de la covid-19 ha impedido que este agosto aterricen en la ciudad bailarines de todo el mundo para competir en el mundial de tango y participar en el festival. Su presencia, por primera vez en la historia, tendrá que ser virtual, como lo son también, desde el pasado marzo, las clases y los espectáculos de un baile declarado patrimonio inmaterial de la humanidad. En el silencio de las noches de Buenos Aires sin tango, los trabajadores levantan la voz contra la precarización del sector y exigen ayudas al Gobierno, mientras se unen para sobrevivir y planear el deseado regreso.
“El tango está llorando. Sufre del corazón y le va a dar un infarto”, advierte Julio Bassan, presidente de la Asociación de organizadores de milongas, como se conoce en Argentina a las salas de baile de tango. Apagaron las luces en marzo y nadie sabe cuándo podrán volverlas a encender. Al menos cuatro han cerrado sus puertas. Otras resisten como pueden, ayudadas por la comunidad tanguera, que extraña el ritual de abrazarse a la pareja elegida y dejarse llevar por la música en la pista hasta la madrugada.
“El tango representa todo lo que no debes hacer actualmente. Es estar en un espacio cerrado muy pequeño, con muchísima gente, de países distintos, todos muy cerca, abrazándose, bailando”, cuenta Rafael Luna, un bailarín venezolano de 32 años que llegó por primera vez a Buenos Aires en 2011 para competir en el Mundial de tango y volvió siempre que le fue posible, hasta que tomó la decisión de mudarse dos años atrás. “Buenos Aires es la mayor vitrina de tango del mundo. Así como cuando eres actor o actriz piensas en ir a Los Ángeles, cuando eres bailarín de tango el centro del mundo está aquí”, asegura Luna.
El tango mueve cerca de 2.000 millones de dólares anuales en Argentina, según Bassan. Solo en Buenos Aires existen unas 200 milongas, en su mayoría frecuentadas por argentinos y residentes, y 14 casas de tango, destinadas al turismo. Todas cerraron a la vez: el 11 de marzo. “Buenos Aires lo único que tiene es cultura, ¿cómo puede ser que el Gobierno no acompañe?”, critica Bassan. Coinciden con él los bailarines Fernanda Grosso y Alejandro Ferreyra, pareja sobre el escenario y también fuera de él. “El fútbol, el asado y el tango son los grandes embajadores de Buenos Aires. El tango atrae turismo los 365 días del año, incluso hay gente que viene solo a bailar, pero después cuando vuelven hablan también de los vinos, de la carne, incluso algunos abren un lugar de tango en su país. El Gobierno no lo aprecia”, lamenta Grosso.
Con las fronteras cerradas y los locales vacíos, ha quedado al descubierto la vulnerabilidad y precariedad de muchos de sus trabajadores. “Hay casas de tango que pagan el 30% en blanco y el resto sobre la mesa, no existen feriados ni domingos, no existen los días libres ni las vacaciones pagadas”, denuncia Bassan. También tienen vedada la posibilidad de salir al extranjero y multiplicar las ganancias que obtienen en Argentina.
Músicos como Diego Benbassat, bandeonista de la Orquesta Misteriosa Buenos Aires, se han visto obligados a abandonar temporalmente su oficio para poder pagar las cuentas. “Desde marzo vimos cortado totalmente nuestro trabajo, se cayeron todos los proyectos con la orquesta y con una casa de tango”, lamenta Benbassat. Otros profesionales sobreviven gracias a la familia, amigos y subsidios estatales como el Ingreso Familiar de Emergencia.
Nadie se ha librado del golpe, ni siquiera figuras como la bailarina y coreógrafa Mora Godoy. “Estos cinco meses nos han devastado. Estando sin trabajo y con condiciones laborales difíciles, quedó reflejado el desamparo que sufrimos los bailarines, cantantes y músicos de tango. Es muy preocupante para nosotros”, asegura Godoy, quien en 2016 bailó con el entonces presidente estadounidense Barack Obama durante su visita a Buenos Aires.
El descontento de la comunidad tanguera con las autoridades de Buenos Aires estalló con el festival y mundial de tango que comenzó este miércoles. Numerosos músicos y bailarines se negaron a participar en señal de protesta al enterarse de que a algunos compañeros les habían propuesto actuar gratis. El director artístico del festival, Gabriel Soria, niega esa acusación, pero admite que unos “pocos artistas decidieron no participar” y respeta su decisión.
Bailar desde casa
La pandemia ha diezmado también el mundial. De las 744 parejas participantes en el 2019 se ha pasado a 200 bailarines en este 2020. En vez de exhibirse en el mítico estadio Luna Park, lo hacen a través de un vídeo grabado desde sus casas en Argentina, Japón, Colombia, Suiza, Noruega e Italia.
“Muchos han tenido que adaptarse a nuevas formas de comunicación con los medios tecnológicos”, asegura Soria. Luna, Grosso y Ferreyra están entre ellos: han logrado mantenerse a flote gracias a las clases que imparten por Zoom.
Todos extrañan ensayar, recibir el cariño del público y volver a cruzar la puerta de una milonga, pero creen que, al menos hasta que exista una vacuna, nada volverá a ser lo mismo. “Yo bailaba con gente de todos lados y el abrazo era algo tan básico como respirar. No lo pensaba, era algo seguro. Creo que en una primera etapa habrá una revalorización de lo que significa abrazar, las milongas serán en espacios abiertos y se darán dos escenarios: parejas que van juntas y solo bailan entre ellas y kamikazes a los que nos les importe nada y se lancen a la piscina con todo”, augura Luna. “Creo que no va a haber grises, será blanco o negro. Habrá personas asustadas que no van a querer volver y también personas desesperadas que el día uno estarán en la milonga”, señala Grosso.
Bassan prevé una reapertura con protocolos, con mascarillas, alcohol en gel y nulos o escasos cambios de pareja a lo largo de la noche, pero cree que la esencia se mantendrá. “El tango es humanidad. Te abraza y no le importa si sos joven, viejo, alto, pelado, si tenés tal religión. El abrazo no se va a perder nunca y por eso sufrimos tanto, porque no nos podemos abrazar”.