Sus habitantes llevan veinticinco años solicitando, sin éxito, ayudas al gobierno para detener el desastre y saben que, si el auxilio oficial no se produce enseguida, no les van a quedar otros veinticinco para contarlo.

 Si miras el mapa de Estados Unidos, verás que en la costa Atlántica, debajo de Nueva Jersey, sale la península donde está Delaware, el primer estado de la unión. Entre este apéndice y el continente, hay una enorme bahía que responde al nombre de Chesapeake. Una zona de aguas cálidas y poco profundas en cuyas arenas encallaron muchos galeones españoles y donde, fruto de aquellos naufragios, hoy galopan por sus playas manadas de caballos salvajes, the wild ponies, descendientes de las cabalgaduras hispanas.

Bueno, pues en el centro de esta bahía, está nuestra isla: Tangier Island. A 15 millas de la costa de Virginia. Para llegar he tenido que coger en Onancock un ferry pequeñito, de ración, como para veinte personas, que tarda una hora, cuesta cuarenta dólares y sólo va y viene una vez al día.

Muchos de los 450 habitantes no lo cogen nunca. Primero, porque les resulta muy caro, y luego porque, como confiesa el alcalde, en el continente te ves rodeado de gente que no conoces  y a la que no puedes entender porque no sabes qué problemas les preocupan. Algo que, acostumbrados a reconocer todos los rostros, les inquieta.

Aunque Tangier pertenece al estado de Virginia, el alcalde no habla con acento norteamericano. Nope. Como el resto de los isleños, se expresa en el cerrado acento de Cornwall, Inglaterra; población de la que llegaron las tres primeras familias a principios del 1600. Y, cuatrocientos años más tarde… aún no han perdido el acento. Ni tampoco el apellido, porque la mayoría de los habitantes de Tangier comparten el mismo: Crokett.

El 87% de la población de Tangier votó a Donald Trump en las pasadas elecciones y aún ahora, en un momento en que la aceptación del presidente está por los suelos, le siguen apoyando a muerte. ¿Por qué?

La isla cuenta con un agente de policía y el médico llega en avioneta a pasar consulta un día en semana. La escuela tiene 80 alumnos, de los que una media de 9 se gradúan al año. Hay un hotel, tres restaurantes, una tienda de ultramarinos y una biblioteca pública en la que, en lugar de empleado cuelga un cartel que dice, “si te llevas un libro, deja otro.”

No hay más coches que el del policía único, el camión de bomberos y un par de vehículos más que pertenecen a algún vecino. Para qué. La gente se desplaza andando, en bicicleta, o en carrito de golf trucado, como los taxis de Madrid, en motor de propano. Los que tienen coche propio, lo dejan aparcado en el continente. En Crisfield, Maryland, que está a 12 millas y es de donde suelen venir los pocos turistas que se dejan caer en verano a bordo de un barco que hace una parada diaria de dos horas.

El correo postal sale todas las mañanas a las 8 y media y llega en el ferry de las 11.30. Pero la basura sólo se recoge tres veces al año. Así que, mientras aparece el barco estercolero, hay que acumularla en una esquina de la isla. Por cierto, no demasiado disimulada, ya que Tangier carece de árboles. Se conoce que los cortaron los pobladores ingleses en el siglo XVII y, por lo visto, a nadie se le ha ocurrido repoblar desde entonces.