Hace diez años, la crisis financiera golpeó a los principales bancos europeos y estadounidenses, el corazón de la economía mundial. Pero había llevado un tiempo llegar hasta ahí. La “gran” crisis de 2008 era la continuación de una serie de ‘mini crisis’ que se habían ido desatando en otras partes del mundo.
Los problemas de los mercados emergentes se sucedieron durante 15 años hasta que llegaron al corazón del sistema internacional. México, Tailandia, Indonesia, Corea del Sur, Brasil, Rusia y Argentina… Fueron señales de alerta. Avisaban de que desatar a las finanzas mundiales terminaría siendo perjudicial también para los países ricos. Desafortunadamente, nadie escuchó esas advertencias.
Por eso, lo que está pasando en Turquía ahora es importante. Tras la recesión sufrida en 2008, la recuperación de la economía turca no ha sido equilibrada, con tensiones comerciales crecientes y una reforma del sistema financiero incompleta. Hasta ahora, la de Turquía parecía una crisis localizada y sin efectos secundarios importantes. Pero podría ser mucho peor que eso.
Para empezar, porque Turquía es un país relativamente grande, con 80 millones de habitantes y una economía cuatro veces mayor que la de Grecia, el país vecino. Desde el punto de vista geopolítico es relevante porque se extiende a ambos lados de Europa y Asia y porque, como miembro de la OTAN, ha sido tradicionalmente uno de los bastiones de occidente para frenar el expansionismo ruso. También, porque hoy viven en Turquía unos 3 millones de refugiados sirios y muchos de ellos quieren mudarse a la Unión Europea.
Aunque los de Turquía ya han llegado a un extremo, sus problemas son comunes a otros países. Muchas economías emergentes pidieron préstamos en dólares cuando los tipos de interés en Estados Unidos estaban en mínimos y ahora, el crecimiento basado en el crédito que eso produjo está en cuestión, cuando la Reserva Federal sube los tipos y el dólar se encarece.
Pero Turquía también es única en su clase. La crisis económica y financiera que ahora llega a su punto crítico lleva un año gestándose. La inflación ya tocó el 15% y, con la lira en caída libre (solo el viernes, perdió el 14% de su valor con relación al dólar), parece inevitable que los precios sigan subiendo.
Como recordó la consultora Capital Economics, el rublo sufrió un desplome similar en 2014 pero el banco central ruso reaccionó sumando un 6,5% a los tipos de interés y tomando medidas de apoyo al sistema bancario. Rusia había aprendido las lecciones de la crisis anterior, especialmente la necesidad de tener generosas reservas de divisas para defender el tipo de cambio. Pero Turquía no tiene mucho dinero y lo que sí tiene es a un presidente, Recep Tayyip Erdoğan, que ha decidido que lo de subir las tasas (la respuesta convencional ante caídas de la moneda) no va con él.
Erdoğan forma parte de la actual generación de presidentes autodenominados hombres fuertes. El problema es que se ha topado con uno mucho más fuerte que él. Las relaciones entre Turquía y Estados Unidos no son buenas. La Casa Blanca está molesta porque Erdoğan hizo una petición de misiles rusos a Vladimir Putin, en vez de a los estadounidenses. Por si eso no bastara, la semana pasada Donald Trump anunció sanciones económicas contra Irán y Erdoğan se negó a participar. Y hasta ahora, Turquía sigue resistiéndose a liberar a Andrew Brunson, un pastor estadounidense al que tienen detenido bajo acusaciones de terrorismo.
Trump eligió bien el momento. El viernes, cuando en Turquía reinaba el caos financiero, el presidente estadounidense anunció que duplicaba los arancelessobre el acero y el aluminio, una exportación vital para la economía turca. Que alguien me diga si eso no es hacer leña del árbol caído.
Erdoğan insiste en que no lo someterán con intimidaciones, pero le quedan pocas opciones realistas. Por supuesto, Erdoğan puede tratar de presionar a Trump diciendo que abandonará la OTAN para acercarse a Rusia. También podría decirle a la Unión Europea que se prepare para una llegada masiva de inmigrantes, si no interviene en su favor.
Pero a los mercados financieros no les interesan los movimientos diplomáticos que demuestran la importancia geopolítica de Turquía. Lo que miden estos son las medidas económicas necesarias para evitar un alud de ventas de liras turcas en los próximos días. No haber reaccionado antes a los signos de problemas va a salir caro.
La reacción de Erdoğan a la crisis financiera es ridícula: pedir a sus seguidores que cumplan con su deber patriótico y vendan rápidamente dólares que cada vez valen más a cambio de liras turcas que cada vez valen menos. En los hechos, lo único que ha logrado es extender la creencia en los mercados mundiales de que el líder de Turquía es un hombre que ha perdido el contacto con la realidad.
Lo que tendría que ocurrir está claro. Turquía tendría que abordar las tres causas que la han llevado hasta su situación actual: el recalentamiento de la economía; los intentos de Erdoğan, desde su reelección en junio, de impedir que el banco central tome las medidas necesarias para frenar la subida de precios; y el enfrentamiento con Estados Unidos.
Para Erdoğan, eso significaría tragarse el orgullo. Tendría que rendirse ante Trump con el tema del pastor Brunson porque insistir en una lucha que no puede ganar está perjudicando a la economía turca. Y que para evitar un derrumbe total de la moneda, y la hiperinflación consiguiente, tendría que aceptar como inevitable la adopción de medidas duras e impopulares.
Teniendo en cuenta lo que Erdoğan ha hecho hasta el momento, lo más probable es que ahora imponga controles de capital. Pero como señala Paul Greer, de la consultora Fidelity International, la economía turca es relativamente abierta y necesita mucha financiación del extranjero. Los controles de capital no funcionarían por sí solos. Tendrían que complementarse con un rescate del Fondo Monetario Internacional.
Pero eso es lo que tendría que pasar, o que el banco central demuestre que está dispuesto a todo. Los tipos de interés ya están en el 17,75%, y con la inflación llegarían al 20% en los próximos meses. A Turquía se le están terminando el tiempo y las opciones, eso debería preocuparnos a todos.
Traducido por Francisco de Zárate