A la largo del pasado mes de abril, en las cercanías de la caldera de Yellowstone —más conocida como el supervolcán de Yellowstone— en el noroeste del estado de Wyoming (EE.UU.), se registraron un total de 63 temblores. Aunque la magnitud del más fuerte de todos fue de apenas 2,6, algunos expertos advierten que no es la potencia lo preocupante, sino la cantidad.
Una secuencia de débiles temblores en los alrededores de un volcán podría ser un indicio de su próxima erupción, destaca Scott Burns, profesor de geología de la Universidad Estatal de Portland (estado de Oregón), entrevistado por Daily Express. “Si hay enjambres sísmicos bajo un volcán activo, una hipótesis de trabajo es que se está moviendo el magma por debajo”, sostiene el científico.
Según el profesor emérito de geología y geofísica de la Universidad de Utah, Robert B. Smith, autor del libro ‘Windows into the Earth‘ (‘Ventanas a la Tierra’), la explosión del supervolcán de Yellowstone traería consigo una “devastación completa e incomprensible” y cubriría con cenizas toda la parte oeste de Estados Unidos. La columna de ceniza sería tan densa que impediría el transporte aéreo y acarrearía problemas con el suministro mundial de alimentos.
Opinión contraria
Sin embargo, frente al temor que generan los recientes sismos, otros expertos desmienten la teoría de la próxima erupción de la caldera. En este sentido, Jamie Farrell, doctorado en geofísica de la Universidad de Utah, recuerda que los temblores son bastante comunes en la zona cercana a Yellowstone y que son parte de su ciclo natural.
“No hay indicios de que este enjambre sísmico esté relacionado con el magma que se mueve a través de la corteza superficial”, sostiene Farrell.
La última erupción de esta caldera ocurrió hace 700.000 años y los especialistas estiman que debería repetirse cada millón de años.
En el verano de 2017 se registraron en tres meses más de 2.500 temblores en el parque nacional de Yellowstone, uno de los enjambres sísmicos más prolongados de la historia de la caldera. La mayoría de los sismos fueron muy débiles, pero algunos se sintieron en el parque, incluido el más fuerte, de magnitud 4,4.
El sismólogo David Shelley, del Servicio Geológico de EE.UU. (USGS), explicó que esta cadena de temblores podría haber sido causada por la difusión de agua a través de las grietas en el subsuelo de la Tierra, y no por el movimiento del magma. Debido a que este agua se encuentra sometida a una gran presión en la corteza profunda, tiende a moverse hacia arriba y, en ocasiones, lateralmente. Al interactuar con rocas más frías y frágiles, el agua puede desencadenar sismos.