SAINT-GERVAIS, Francia — A veces siento que soy puro movimiento. Nací en Cali, Colombia, hace seis años me mudé a París y, desde hace tres, dejé la ciudad para instalarme en el campo. Ahora vivo en un pueblo de unos cientos de habitantes en la región del Vexin français, al norte de Francia.

Era el comienzo de la primavera. Ocasión para realizar una creación-ofrenda. Este árbol y un par de pequeños pájaros me llevaron a escoger este lugar en el bosque.
Era el comienzo de la primavera. Ocasión para realizar una creación-ofrenda. Este árbol y un par de pequeños pájaros me llevaron a escoger este lugar en el bosque.

Se podría pensar que lejos de las metrópolis, en lugares rurales como en el que estoy, una pandemia global sería apenas un rumor. Pero llegó con la fuerza del miedo, el confinamiento y la distancia social impuestas en todo el país. Durante dos meses de encierro, percibí los rastros de un mundo levemente distinto: escuché una quietud inusual y un cielo libre de aviones.

“Ofrendar”, según la cosmogonía de algunos pueblos indígenas, es sístole y diástole consciente con la naturaleza. En esta creación-ofrenda hay miel, cacao, arroz, lentejas, semillas de girasol y de linaza, zanahorias, naranjas, peras y papas.
“Ofrendar”, según la cosmogonía de algunos pueblos indígenas, es sístole y diástole consciente con la naturaleza. En esta creación-ofrenda hay miel, cacao, arroz, lentejas, semillas de girasol y de linaza, zanahorias, naranjas, peras y papas.

Vivir la crisis en este lugar es casi un oxímoron: me llegan noticias de dolor, horror y muerte, pero me rodean paisajes de una primavera en pleno apogeo. Todos los días escucho que ya no hay más camas en los hospitales, que los muertos se acumulan, que el virus llega con fuerza a los países más desiguales del mundo y que el panorama es desolador. Pero apenas me alejo de las pantallas, veo el verde de las hojas de los árboles y el paisaje que ha dejado atrás el invierno para dar lugar a la vida de la nueva estación, al jardín en flor, a la abeja volando.

Para llegar hasta el sitio de la creación-ofrenda paso temprano por este lugar. El tráfico de los autos ha disminuido y escucho con vehemencia el canto de los pájaros.
Para llegar hasta el sitio de la creación-ofrenda paso temprano por este lugar. El tráfico de los autos ha disminuido y escucho con vehemencia el canto de los pájaros.

La vida es transformación constante. Lo sé yo: de arquitecta me fui convirtiendo en land artist. Antoine de Saint-Exupéry escribió algo que me marcó para siempre: “La tierra nos enseña mucho más sobre nosotros mismos que todos los libros. […] Y la verdad que nos revela es universal”. Crear con y en la naturaleza es establecer un vínculo consciente y experimentar su carácter transitorio, a la vez frágil y poderoso.

Quizás por eso siempre he sentido un gran respeto por las culturas ancestrales que, a escala de sociedades, aún conservan una relación sagrada con sus territorios, con sus cuerpos y con la naturaleza como una sola unidad.

Cuando supe que la pandemia llegó a varias comunidades indígenas —en la Amazonía brasileña, en Bolivia, en Venezuela, en Colombia— quedé devastada: muchas veces ignorados por sus gobiernos, estos pueblos ancestrales han transmitido, de generación en generación, un lenguaje íntimo con la naturaleza. Si sus voces se extinguen, ¿quién va a enseñarnos ese idioma tan suyo de balance y equilibro con los ríos, las montañas, los árboles, la lluvia? ¿Quién nos enseñará el canto de las semillas que nacen al sol? ¿Cómo aprenderemos a escuchar la voz de la selva?

En los primeros diez días, todos los alimentos frescos desaparecieron. Es el día 26 y el follaje de los árboles se anuncian en un tímido verde.
En los primeros diez días, todos los alimentos frescos desaparecieron. Es el día 26 y el follaje de los árboles se anuncian en un tímido verde.

Ahora, aunque al otro lado del Atlántico, intento aprender ese lenguaje sutil. Cada vez estoy más convencida de que, como sociedad, debemos saber dialogar con la tierra que pisamos y saber cuidarla. Necesitamos aprender con paciencia y asombro el tiempo que toma una semilla hasta convertirse en árbol.

Por eso hice esta ofrenda que empecé desde el séptimo día del confinamiento. Hice un seguimiento fotográfico durante cincuenta días. Mientras los rastros de la ofrenda desaparecían y nuevas formas emergían, entendí un poco más ese lenguaje tan necesario. El lenguaje de la naturaleza, el del pasar del tiempo que da fruto.

No llovió durante más de cuatro semanas, sin embargo, algunas plantas nacieron: rosas, manzanos y lilas.
No llovió durante más de cuatro semanas, sin embargo, algunas plantas nacieron: rosas, manzanos y lilas.
Más horas de luz y el agua transforman el paisaje. La primavera está completamente instalada y el árbol desnudo de la primera foto se viste de hojas. Es el día 50 de la creación-ofrenda.
Más horas de luz y el agua transforman el paisaje. La primavera está completamente instalada y el árbol desnudo de la primera foto se viste de hojas. Es el día 50 de la creación-ofrenda.