El abandono del campo amarga la crisis del café en México

671

Sin producto, ¿de qué vamos a vivir?”, se pregunta Amado Ramos, un campesino de 49 años. Un sombrero de paja y un paliacate rojo lo protegen de un sol que se cuela tímidamente por las montañas de Coatepec, la capital cafetalera de México, en el Estado de Veracruz. Hoy es un día cualquiera de un año particularmente malo. Como el pasado y el antepasado. Como las tres últimas décadas para el café mexicano. Ramos empuña un machete y recorre decenas de fincas de camino a casa. Huertas abandonadas y azotadas por la plaga. Tierras cafetaleras que dieron paso al cultivo de caña y que se resisten a una creciente urbanización. Parajes solitarios que ven cada vez más atracos y cada vez menos jóvenes en el campo. El pequeño poblado que lo apostó todo al llamado oro negro no ve salida a una crisis que ha arrinconado a la mayoría de los 500.000 cafeticultores del país.

Hace 30 años Ramos dejó su natal Altotonga, otra pequeña comunidad del Estado, para perseguir una vida mejor durante la época dorada del café. Ese sueño se ha convertido en un recuerdo borroso. En las fincas cobra 160 pesos diarios (8,4 dólares) por trabajar huertas de otros. “Si a los patrones les va mal, a nosotros también”, explica. Hay tan poco trabajo y tan mal pagado que ninguno de sus tres hijos quiso dedicarse al campo: uno es albañil, otra es dependienta de un minisúper y la más chica no estudia ni trabaja. Dos de sus primos se fueron a Estados Unidos.