Hace tiempo que internet dejó de ser la promesa de un ámbito de libertad sin límite: el usuario es cada vez más tratado como un producto (cuyos datos, por ejemplo, las redes sociales venden a sus anunciantes) y numerosos gobiernos autoritarios utilizan la red como herramienta de control. Entre ellos se destaca China, que con su Gran Muralla Web, su sistema de crédito social, su reconocimiento facial callejero y sus leyes de censura se presenta como modelo de autoritarismo digital.

Una de las características más astutas del sistema chino es que delega en las empresas la aplicación de sus restricciones: si quieren acceder al enorme mercado (800 millones de personas conectadas: más de la cuarta parte de los netizens del mundo) deben incorporar las restricciones y la vigilancia a sus productos. Sucedió con Yahoo; se le exige al buscador de Google.

Eso creó un nuevo oficio: el censor chino de internet.

“Para las empresas chinas, mantenerse seguras en las cuestiones de censura gubernamental es una cuestión de vida o muerte. Además de esa molestia, las autoridades exigen que las empresas se censuren a sí mismas, lo cual las lleva a contratar a miles de personas para vigilar los contenidos“, explicó The New York Times. “Eso, a la vez, ha creado una industria creciente y lucrativa: las fábricas de censura“.