La soltura con la que el brasileño Silvio de Oliveira, 48 años, habla sobre los cientos de millones de chinos que han prosperado en los últimos años y la epidemia de la peste porcina que ha obligado a sacrificar a un tercio de la cabaña en China sorprende: esto es el mercado municipal de São Paulo y él no es un analista de relaciones internacionales, sino el propietario de dos inmensos puestos —Buey feliz y Cerdo feliz— con más de 100 empleados y 30 años de experiencia en el sector. Asegura que nunca el precio de la carne había escalado tanto en tan poco tiempo (se entiende que desde la hiperinflación de la década de los ochenta). “En los últimos 40 días la carne ha subido un 30%”, desliza mientras sus empleados preparan el género. De repente, el ama de casa brasileña sufre las consecuencias de un cóctel que aúna los efectos de la globalización y la propia política interna.
Es uno de los asuntos más comentados en el último mes; ha saltado al debate político, los informativos y las sobremesas familiares. El alza ha sido especialmente notable en São Paulo, la ciudad más grande de Brasil y de América Latina, donde la carne bovina ha subido oficialmente un 11% solo en noviembre, explica André Braz, del Instituto de Economía de la Fundación Getulio Vargas, que advierte también de que “todavía existe espacio para nuevos aumentos”. Una súbita e inesperada amenaza a esa institución brasileña que es el churrasco dominical en familia. Aunque incluso aquí avanza el veganismo, Brasil es uno de los países que más carne consume (77 kilos por habitante y año) y el segundo mayor productor de carne de vacuno con más de 10 millones de toneladas en 2018, el 16% del total mundial.
Uruguay vivió una situación similar este agosto, cuando el fuerte aumento de las ventas de carne de res a China obligó a importar género de menos calidad de Brasil, Paraguay y Argentina.
Los chinos han echado mano de la chequera y han ofrecido sobreprecios a los ganadores brasileños para cubrir la mayor demanda causada por una feroz peste porcina que ha afectado a todas sus provincias y por los suministradores que han perdido por la guerra comercial emprendida por el presidente de EE UU, Donald Trump.
Los motivos del aumento de la demanda interna son otros. Los brasileños acaban de recibir el primer plazo de su paga de Navidad, lo que se suma a que el Gobierno de Jair Bolsonaro autorizó a los trabajadores a sacar a partir de septiembre hasta 500 reales (107 euros) del fondo de las empresas ahorran para ellos en un intento de revitalizar la economía. La medida está surtiendo el efecto esperado sobre el consumo: el PIB creció un 0,6%, lo que coloca en un 1% el crecimiento de enero a septiembre. Y, en un país eminentemente carnívoro, una parte de ese dinero va a parar a una cesta de la compra en la que la res ocupa un lugar especial.
Braz pronostica que, pasadas las fiestas, “la demanda se estabilizará”. El dueño de Buey feliz espera una evolución similar pero lo explica de otra manera:
“Todavía se vende porque es final de año, aunque el consumo se ha frenado. Pero cuando lleguen enero y febrero, la situación va a ser mala”. Se entiende que para su clientela y, en consecuencia, para él.