China impone la censura frente a la ira ciudadana por la epidemia

El Politburó refuerza el control de los medios e Internet y envía a 300 propagandistas a Hubei tras publicarse irregularidades sobre las cifras de muertos y el reparto de mascarillas

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No todos los que fallecen en Wuhan por el coronavirus aparecen en las listas oficiales. El desbordamiento es tal que solo un pequeño número, los más graves, son admitidos finalmente en los hospitales. El resto debe volver a sus domicilios con la orden de someterse a una cuarentena estricta, y esperar. Los que mueren esperando no se incluyen en el recuento de víctimas, por lo que la cifra real puede ser mucho más alta de la que cada mañana anuncia la Comisión Nacional de Salud. La respetada revista económica china Caijing así lo denunciaba el fin de semana en un extenso artículo titulado Fuera de las estadísticas. El reportaje ha desaparecido de su página web.

Después de que, tras conocerse la verdadera gravedad de la epidemia, el Gobierno chino prometiera transparencia, las últimas dos semanas han sido, para la prensa china, un pequeño oasis de libertad. Las informaciones publicadas en torno a la situación en Wuhan y su provincia, Hubei, han sido insólitamente incisivas. La apertura se extendió a las redes sociales, a través de las cuales han circulado informaciones que dejaban claro hasta qué punto se ocultó información en la provincia al comienzo de la crisis. Una oleada de vídeos que denunciaban la precaria situación de los hospitales en el foco de la infección, que ya ha contagiado a más de 20.000 personas y ha matado a 426. Las imágenes de médicos exhaustos, con la cara deformada por las horas ininterrumpidas de trabajo con la mascarilla puesta, han dado la vuelta al mundo.

“En este clima, las élites gobernantes en China se vieron arrojadas de repente a un coliseo virtual en el que sus destrezas políticas se vieron puestas a prueba sin piedad. Y fracasaron de modo espectacular”, apunta el comentarista social Ma Tianjie en su blog Chublic Opinion.

Pero ese breve lapso de relativa libertad informativa parece tener las horas contadas. La ira ciudadana no es un fenómeno con el que el Gobierno chino se encuentre a gusto. La estabilidad social siempre ha sido su principal objetivo, por encima incluso de las metas económicas. El domingo se reunía por segunda vez en ocho días -algo extraordinario, apenas se ha producido un puñado de estos encuentros en los últimos cinco años- el Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista, el máximo órgano de poder en China, para analizar la respuesta al virus.

Ausente en público desde hace ocho días, toda una rareza, el presidente chino, Xi Jinping, instaba en la reunión a contener rápidamente la epidemia, un esfuerzo que -recalcaba-tendrá un impacto en la salud pública, la economía del país y la paz social. Y entre las recetas que la reunión ha acordado aplicar se encontraba una receta de siempre: “Fortalecer el control de los medios e Internet”.

Imponerse al virus es una cuestión vital para el régimen, y quien no cumpla su parte se verá duramente castigado. “Es una prueba clave del sistema de China y su capacidad de gobierno”, apuntaba Xi, según lo ha recogido la agencia oficial de noticias china, Xinhua.

Las redes y los medios destapaban este fin de semana irregularidades en el reparto de donativos de máscaras y otro material protector. Salían a la luz denuncias de que la Cruz Roja china, un organismo estatal no afiliado con la Cruz Roja Internacional y que arrastra una pésima reputación de corrupción desde hace años, era la institución que centralizaba la recepción de esos suministros, aunque se hubiesen enviado a un hospital concreto. Y que, en lugar de repartirlos en los hospitales que más los necesitaban, los desviaba hacia los altos cargos de la zona o centros médicos dudosos, lejos de la línea de frente contra la enfermedad.

Mientras, en el epicentro de la crisis, algunos médicos tenían que recurrir a protegerse con chubasqueros en lugar de trajes especiales, o confeccionar sus propias mascarillas. Los llamamientos de ayuda se multiplicaban en redes. Fotos y vídeos en los que se ve a los médicos protegidos con simples mascarillas quirúrgicas mientras los políticos con los que se reúnen llevan las codiciadas N95 -agotadas en toda China- desataron una oleada de indignación en internet. “Es muy frustrante”, comenta Niao, un estudiante de Ingeniería en su último año de Universidad, “se suponía que estas lecciones ya se habían aprendido hace 17 años, con la epidemia de Sara. Y estamos en las mismas otra vez”.

Hasta tal punto que las autoridades han tenido que ceder y permitir que los hospitales puedan recibir directamente los donativos que se les envíen.

Pero el cambio de tono en los medios, a raíz de la reunión del Comité Permanente, comienza a notarse. Además de la desaparición del reportaje de Caijing –disponible, no obstante, en algunos agregadores-, ya las búsquedas en Internet de palabras clave (“escándalo cruz roja”, por ejemplo) arrojan muchos menos resultados o ninguno. El Departamento Central de Propaganda ha enviado este martes a más de 300 periodistas a Hubei para que hagan una “cobertura en la línea de frente”, informaba la televisión estatal CCTV.