Es una tradición maldita para Bruselas. Su huella aparece reiteradamente en la biografía de los terroristas que desde hace un par de años siembran de muerte las ciudades europeas. Los ataques de Barcelona y Cambrils no son una excepción y confirman el irresistible poder de atracción que ejerce la capital de la UE sobre el islamismo radical.

El imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, al que se sitúa como autor intelectual de los atentados de Cataluña y adoctrinador de los jóvenes terroristas, vivió dos meses en Bélgica en 2016 y trató de instalarse en este país del norte de Europa. Su estancia coincide en el tiempo con los meses anteriores a los ataques terroristas de marzo de 2016 en Bruselas.

 Según ha revelado El País, las autoridades belgas detectaron el radicalismo del imán de Ripoll y preguntaron a un mando de los Mossos d’Esquadra por sus antecedentes. Más allá de los posibles fallos de coordinación y de la pista belga que podría desvelar la investigación, la pregunta vuelve sobre la mesa: ¿por qué Bruselas atrae tanto a los terroristas?

En relación a su población de 11 millones de habitantes, de los que alrededor del 6% son musulmanes – el 25% en Bruselas-, Bélgica está a la cabeza de los países europeos en el número de ciudadanos (alrededor de 600) que han partido en los últimos años a Siria e Irak a combatir junto al Estado Islámico.

 El fenómeno de la radicalización no es reciente. El primer atentado terrorista de corte islamista se produjo en 1987. Militantes del grupo Muyaldines del Pueblo mataron a tiros al segundo secretario de la embajada siria en Bruselas. Desde 2006, el gobierno belga puso en marcha el Plan radicalización, con el objetivo de detectar y combatir la xenofobia, el antisemitismo y el terrorismo. En 2014 un tribunal de Amberes condenó en un macro-juicio al grupo Sharia4Belgium y en mayo de ese año se produjo el atentado contra el Museo Judío (cuatro muertos).

 

‘LOCKDOWN’

Pese a no ser un fenómeno nuevo, los atentados de París en noviembre de 2015 –que dejaron 130 fallecidos en el camino- alertaron sobre la magnitud del problema belga y su capital, Bruselas, cambió – ¿para siempre? – de la noche a la mañana. Las investigaciones pusieron sobre la mesa las conexiones de los terroristas con Bruselas (situada cómodamente a 280 kilómetros al norte de la capital francesa sin fronteras de por medio) y su céntrico y paupérrimo barrio de Molenbeek, lugar en el que algunos de ellos vivieron.

Salah Abdeslam, el único superviviente de los atacantes de París, huyó a Molenbeek la misma noche del ataque y permaneció allí hasta el día de su detención en marzo de 2016. Pese a ser “el hombre más buscado de Europa”, había permanecido escondido a cien metros de la casa en la que creció.

Tras los ataques de París, Bruselas se blindó en modo lockdown, evocando una ciudad fantasma, sin apenas paseantes, multitud de comercios apagados, guarderías, escuelas y transporte cerrados. Los militares se instalaron en las calles y desde entonces las patrullan con la misma naturalidad con la que antes lo hacía la policía local. La parafernalia de la guerra dibujó en la psicología colectiva la pesadumbre de la inevitabilidad del mal. El 22 de marzo de 2016 los terroristas golpearon el metro y el aeropuerto, matando a 32 personas e hiriendo a cientos. “Lo que temíamos ha sucedido”, reconoció el primer ministro Charles Michel.