SÃO PAULO — Un martes por la tarde a principios de julio, Alison Grace Martin, una artista y tejedora británica, se unió a una procesión de paulistas que caminaban a lo largo de la autopista elevada cuyas curvas atraviesan el centro de São Paulo. Los 3,2 kilómetros del Minhocão (llamado así por un mítico “gusano gigantesco”) estaban cerrados a los autos ese día. El único tráfico fluyó a pie, en bicicletas, patinetas y escúteres. Hubo quienes hicieron un pícnic y bebieron vino en el camellón. Había niños que corrían detrás de balones de fútbol. Un perdiguero perseguía un coco; un pitbull orinó en una pila de bambúes.
El bambú —recién cortado y dividido en tiras de unos 6 metros de largo— había llegado con Martin y el ingeniero James Solly, quienes dirigían un taller de diseño urbano, High Line Paulista, inspirado vagamente en la vía verde elevada de Manhattan. Durante la semana, sus estudiantes habían llevado las tiras, las cuales se iban usar en la construcción experimental de un domo, una especie de granero, pero con bambú.
“Destrozó el tejido urbano”, comentó el paulistano Franklin Lee, quien dirige el taller junto con su pareja, Anne Save de Beaurecueil. En enero, después de años de discurso y debate, el alcalde, Bruno Covas, anunció que con el tiempo la autopista sería desactivada, para por fin darle paso al Parque Minhocão.
El objetivo del taller era concebir estructuras —tejidas con bambú, un recurso local y sustentable— que brindaran sombra al parque o que filtraran la luz del sol a través de aperturas en la calle para iluminar el oscuro paisaje urbano que está debajo. Martin suele tejer objetos de papel a pequeña escala —un anillo, una canasta, un biquini— o estructuras de bambú de mediana escala. Últimamente, su trabajo está atrayendo la atención de arquitectos e ingenieros, y ella ha comenzado a buscar colaboraciones.
“Ella está muy adelantada, ha explorado formas que nunca pensamos que fueran posibles”, opinó Pedro Reis, quien dirige el Laboratorio de Estructuras Flexibles de la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza; Martin había visitado su laboratorio dos semanas antes. “La estamos alcanzando con métodos más matemáticos y científicos”.
Solly, el socio de Martin en el taller, es un consejero de Format Engineers en Bath, Inglaterra. La firma tal vez sea más conocida por su trabajo con el arquitecto francés Arthur Mamou-Mani y su diseño del templo para Burning Man de 2018, Galaxia.
“Lo divertido del trabajo de Alison es que es muy bello y que simplemente sale de su cabeza”, mencionó Solly. “Yo podría pasar años intentando hacer en una computadora lo que ella hace con rapidez de una manera táctil”.
Los dos se conocieron en persona por primera vez el otoño pasado en un congreso sobre Avances en la Geometría Arquitectónica, y en el taller de São Paulo encontraron una oportunidad para colaborar. Como ingeniero, Solly concibió traducir el impresionante catálogo de formas que tiene Martin a estructuras más grandes.
El plan para ese martes en el Minhocão era construir un domo de treinta tiras de bambú, el cual fue cosechado el fin de semana anterior en el jardín de la ladera de James Elkis, un pionero del medio, que vive al suroeste de São Paulo (Martin había visto sus construcciones de bambú en línea hace unos quince años y, cuando Elkis mencionó que ahora fabrica cuadros de bicicleta hechos de bambú, Martin comenzó a doblar una tira para convertirla en una llanta).
El grupo —veintisiete jóvenes aspirantes a arquitectos, diseñadores urbanos y paisajistas— había realizado una prueba con sus tutores el fin de semana, con un éxito limitado. Su domo, tejido de manera vertical, estaba torcido y puntiagudo en la parte superior, en vez de redondo.
Una parte crucial del programa del taller era la “parametrización digital”: simular estructuras en la computadora y afinar los parámetros de diseño de una iteración a la siguiente. Por ejemplo, una herramienta clave de software, K2Engineering, diseñada por Cecilie Brandt-Olsen, predice el “esfuerzo de tensión” interno del material con base en la fuerza aplicada.
Tras hacer los cálculos del bambú y haber consultado el modelo de papel, Solly propuso una solución para la inclinación: se podría optar por tejer el domo aplanado en el suelo y después “levantarlo”.
Martin pensaba que doblar todas las tiras en un solo movimiento podría causar su rotura. Sin embargo, estaban ansiosos por tener una prueba de concepto, de una manera u otra. Solly dijo: “¡Llevaremos una pila de bambúes allá arriba, y veremos si nos arrestan!”.
La caravana de bambú salió de la sede del taller en la Escola Da Cidade, una universidad privada de arquitectura y urbanismo, y se dirigió hacia la autopista, donde, durante el trayecto, los participantes de pronto empezaban a cantar “Believe”, de Cher, y “Evidências”, del dúo brasileño Chitãozinho & Xororó. El grupo caminó por la rampa de salida, encontró un sitio favorable y comenzó a marcar la circunferencia de 15 metros del domo con una tiza sobre la calle.
En la silueta de la ciudad se veía el sinuoso rascacielos residencial de Oscar Niemeyer, el edificio Copan. “No me atrae el ángulo perfecto, ni la línea recta, dura, inflexible”, comentó alguna vez Niemeyer. “Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país”.
Una vez que tejieron todas las tiras sobre la calle —combinando principios de tejido con un patrón de simetría de cinco partes típico de la geometría islámica—, los estudiantes se apresuraron a levantar el arreglo de bambú y doblar las verticales. El domo tomó su forma con soltura, como lo había predicho Solly. “James se merece todo el crédito”, afirmó Martin. No obstante, les dijo a los estudiantes: “La computadora no es su única herramienta. Hay mucha información en el modelo de papel”.
El resto de la semana, los estudiantes se reunieron en equipos de diseño e imaginaron sus propias estructuras para el parque. Un equipo se decidió por una banda decorativa de Möbius de 15 metros. Otro produjo un remolino rodante que se convirtió en un túnel irresistible para la gente que andaba en patineta cuando fue instalado en el Minhocão durante el último día del taller.
“Fue muy divertido”, comentó Camila Calegari Marques, una arquitecta y una especie de fanática de Martin, tras haber participado en un taller de 2017 celebrado en Barcelona, España, que involucró tejido con tiras de madera.
Además, resulta que el domo no solo quedó bien ensamblado, sino que también se podía desarmar y volver a ensamblar de forma eficaz; lo armaron de nuevo para el cierre. Martin señaló: “Tuvimos incluso más propiedades estructurales útiles de las que había imaginado: capacidad de despliegue, buena estabilidad estructural y portabilidad”.
En un momento, el grupo se alejó de su domo, lo admiró y después vieron a Lee: ¿y ahora adónde?
“¡Na curva!”, exclamó, es decir: “¡A la curva!”. Levantaron el domo sobre su cabeza —con la hija de 6 años de Lee por debajo, sentada en los hombros de Solly—, cantaron de nuevo y lo bajaron a pie del Minhocão a la curva en la calle donde deseaban colocarlo.