De todas las concesiones que Carlos Sandoval ha tenido que hacer durante la crisis económica de Venezuela, tal vez ninguna ha sido tan difícil como renunciar a los libros.
Sandoval se define como bibliófilo —“Mi vida es la literatura”, comentó— y es uno de los críticos literarios más reconocidos de Venezuela además de ser profesor en dos de las mejores universidades del país.
Sin embargo, ya no puede costear los libros. “Es el peor sacrificio”, se lamentó.
La crisis económica del país ha afectado a la gran mayoría de los 30 millones de venezolanos.
La nación está al borde de —o, según algunos indicadores, ya está inmersa en— un periodo de hiperinflación, con un índice inflacionario acumulado de más de 800 por ciento, según las estimaciones de octubre.
El pronóstico del Fondo Monetario Internacional para el próximo año es que la tasa será superior al 2300 por ciento.
Es una economía en la cual la tarifa por hora de un estacionamiento subió durante las dos horas que le tomó a un comprador hacer algunas diligencias. Los venezolanos de todas las clases socioeconómicas han sufrido graves cambios en sus vidas debido a los elevados costos que persisten entre una profunda escasez de alimentos y medicinas, el colapso de servicios públicos y el sistema de salud, y el crimen rampante. Mientras tanto, el poder adquisitivo ha caído en picada, pues el aumento de los salarios reales ha quedado muy rezagado en relación con los precios. No obstante, costear las cosas apenas es uno de los muchos desafíos; otro es encontrar la manera para poder pagarlas.
El bolívar escasea y encontrar un puñado de billetes se ha vuelto una de las pesadillas diarias. La gente se ve obligada a soportar largas filas en los cajeros automáticos para sacar cantidades que, máximo, equivalen a unos diez centavos de dólar: lo mínimo para poder comprar un pasaje de ida y vuelta en el transporte público.
La convulsión económica ha llevado a las familias —tanto a las pobres como a las pudientes— hacia una encrucijada con decisiones muy difíciles, ha generado una incertidumbre artera sobre cómo transcurrirá cualquier día y ha convertido las tareas más básicas en increíbles proezas de resistencia.
“Algo tan sencillo como sacar dinero del cajero automático, comprar un café o tomar un taxi se ha convertido en una carrera de sobrevivencia”, mencionó Sandoval.
En Venezuela, hay personas que han comenzado a comparar las dificultades que viven con las de los países que están en guerra. Sin embargo, el deterioro ha sido menos dramático y más artero. De hecho, a primera vista, la gravedad de la situación podría no ser tan evidente para un recién llegado.
Desde lejos, Caracas se parece a cualquier otra capital del mundo en vías de desarrollo: calles atestadas de tráfico, gente yendo deprisa al trabajo, tiendas abiertas y clientes que compran, como si los engranajes de la maquinaria de la vida diaria no dejaran de girar.
Pero, si se observa de cerca, esas impresiones iniciales se derrumban rápidamente para revelar una sociedad que está colapsando y gente que lucha por tener el control de sus vidas y poder sobrevivir cada día.
El gobierno del presidente Nicolás Maduro dejó de publicar los datos mensuales sobre la inflación hace unos dos años. Sin embargo, la Asamblea Nacional controlada por la oposición, cuya información económica por lo general está alineada a los análisis de los economistas privados, afirmó que el índice inflacionario llegó al 45,5 por ciento en octubre, en comparación con el 36,3 del mes anterior; esto coloca a Venezuela en el umbral de la hiperinflación porque se suele considerar que ese fenómeno empieza a partir del 50 por ciento mensual.
No obstante, las condiciones hiperinflacionarias ya existían, según los economistas, en particular porque los precios de algunos bienes y servicios clave se han disparado por encima de ese porcentaje mes con mes, lo cual los deja fuera del alcance de un número cada vez mayor de personas.
El estrés y los costos golpean con más fuerza a la gente de menos recursos; las posibilidades de supervivencia se miden en centavos de dólar.
Beatriz, de 53 años, trabajó durante dos décadas como enfermera en Caracas, un trabajo que le fascinaba. A pesar de que ganaba apenas un poco más del salario mínimo, era lo suficiente para que ella y sus cinco hijos llegaran a fin de mes.
“La comida nunca fue un problema”, comentó Beatriz, quien, como muchas de las personas que fueron entrevistadas para este artículo, solicitó que no se usara su apellido por temor a represalias del gobierno como consecuencia de sus críticas sobre la situación económica.
Hace varios años, Beatriz fue despedida de su empleo cuando empeoró la economía. Encontró trabajo en el personal de limpieza de una empresa internacional de publicidad con sede en Caracas con lo que gana más o menos lo mismo que cuando era enfermera. Pero ya no le alcanza para cubrir las necesidades básicas de su casa pese a que en el hogar ya solo hay tres personas: ella, uno de sus hijos y su madre enferma de 76 años, quien padece hipertensión.
“Debemos escoger entre las medicinas y la comida”, dijo Beatriz.