La pandemia del coronavirus ha causado una serie de distorsiones alucinantes en todos los mercados financieros del mundo, pero la del lunes 20 de abril ha sido la más extraña hasta el momento: el precio de referencia del petróleo crudo en Estados Unidos se desplomó hasta una cifra negativa de 37,63 dólares.Esto quiere decir que si estabas en posición de recibir una entrega de mil barriles de petróleo en Cushing, Oklahoma en el mes de mayo —la cantidad citada en el contrato de futuros relevante— se te hubieran pagado unos buenos 37.630 dólares. (Eso equivale a unas cinco pipas, así que cualquier chiste alusivo a guardar el petróleo en tu casa no es otra cosa que un chiste).
Hay dos formas de mirarlo. Primero está lo que sucedió en términos técnicos. El colapso del contrato de futuros de mayo para el crudo West Texas Intermediate muestra de qué modo el impacto de la crisis se está expandiendo a todo tipo de mercados y está causando que se comporten de manera bastante extraña.
Pero la conclusión más amplia es que la crisis de la COVID-19 es un shock deflacionario extraordinario para la economía que causa la inactividad de una gran parte de los recursos productivos del mundo. No hay que confundirse debido a la escasez de unos cuantos productos, como las mascarillas o el papel higiénico. Las consecuencias casi con certeza persistirán más allá del periodo de suspensión generalizada de actividades.
Cuando una noticia o un economista menciona el precio del petróleo, usualmente se refiere no a un barril lleno de líquido viscoso en la vida real, sino al precio de un contrato de futuros que suele intercambiarse en la Chicago Mercantile Exchange. El “precio del petróleo”, por convención, es el precio actual por barril que se refleja en un contrato de futuros para el mes siguiente.
El martes es la fecha de liquidación de ese contrato de mayo. Al cierre del viernes 17 de abril cayó de 18,27 dólares a cifras muy negativas la tarde del lunes 20 cuando los corredores intentaron frenéticamente deshacerse de un petróleo para el cual simplemente no había suficiente demanda física o capacidad de almacenaje. En las últimas seis semanas, la demand de productos derivados de petróleo refinado se ha desplomado. Como hay menos aviones en el cielo, las aerolíneas requieren menos combustible. La gente no está saliendo en auto, así que necesitan menos gasolina.
Sin embargo, los productores del petróleo han sido más lentos al recortar su producción, lo que significa que hay exceso. Los sitios habituales de almacenamiento ya están llenos, de ahí los precios negativos de futuros para despejar el mercado. Hay una capacidad limitada de tanques de almacenaje.Sign up to receive our daily Coronavirus Briefing, an informed guide with the latest developments and expert advice.Sign Up
Los precios futuros sugieren que el mercado de petróleo se las va a arreglar en tanto las perforadoras suspendan la producción. El 20 de abril muy tarde, el contrato de futuros de junio ya se cotizaba en 21,41 dólares, y el contrato de septiembre en más de 30. Los corredores de materias primas lo llaman estado de “súper contango”, cuando los precios del futuro cercano son mucho más altos que los del día en curso.
El resultado económico de la pandemia es, más que nada, un alto repentino de la demanda. Puede ser que exista desabasto de algunos cuantos productos, como de equipo médico, toallitas desinfectantes o equipo personal de protección. Pero el panorama general es que existe una gran parte de la producción económica potencial que simplemente ha quedado en pausa.
Eso incluye a los candidatos más obvios como los restaurantes, las aerolíneas y los estadios deportivos que permanecen vacíos. Incluye a los 22 millones de trabajadores en Estados Unidos que han solicitado beneficios de desempleo, y muchos más que posiblemente lo harán. Incluye a otros actores menos obvios, como la industria automotriz, que temporalmente ha cerrado las plantas de producción. Y ahora vemos, incluye a la industria energética cuya capacidad de extraer petróleo del subsuelo es mayor que la demanda que hay actualmente y la capacidad de almacenaje es deficiente.
Todo ello es indicativo de un colapso deflacionario —una superabundancia de bienes y servicios y la consecuente caída de precios—que sobrepasa cualquier cosa que la mayoría de las personas haya atestiguado. El petróleo no es la única materia prima cuyo precio está en picada. Los futuros de maíz han caído 19 por ciento desde principios de febrero. El precio de los bonos gubernamentales a prueba de inflación sugiere que la inflación será solo de 0,56 por ciento en los próximos cinco años y el Índice de Precios al Consumidor de Estados Unidos cayó en 0,4 por ciento en marzo.
La buena noticia es que dicha capacidad no desaparecerá de la noche a la mañana. El petróleo seguirá existiendo una vez que la economía empiece a recuperarse: los desempleados estarán ansiosos de volver a trabajar, los estadios y los restaurantes pueden volver a abrir sus puertas. Pero entre más tiempo dure paralizada la economía, hay riesgos más profundos de que el daño sea permanente.
Incluso suponiendo que los precios negativos para el contrato de futuros de mayo puedan verse como una extraña aberración, hay una lección más profunda en el mercado petrolero. El fuerte aumento en la producción energética estadounidense en la última década ha superado la necesidad mundial de energía y así será en especial si muchos de los cambios resultantes de la pandemia, como la disminución de viajes aéreos, persisten durante meses o años.