No, Neymar está al centro de la polarizada discusión brasileña por su incesante simulación de faltas y su descontrol emocional (se veía a punto de llorar después de la victoria contra la humilde Costa Rica). En Rusia 2018, ha despertado críticas y antipatía.
El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien encabeza desde prisiónlas encuestas de intención de voto de cara a la primera vuelta presidencial en octubre, no ha dejado de escribir sobre los partidos de Brasil, aunque hasta ahora ha evitado hablar del tema de discordia: Neymar. Como político hábil, Lula se mantiene al margen de la polémica.
Ya se sabe: Brasil vive una crisis política desde la destitución de la expresidenta Rousseff y el país está dividido. Aunque, habrá que precisar, esa división no se debía a la destitución en sí, pues una mayoría significativa de los ciudadanos quería ver a Rousseff fuera del poder. Fue elegida con el 51,64 por ciento de los votos dieciséis meses antes de su juicio político, pero su impopularidad comenzó a crecer y, en septiembre de 2016, el Senado la destituyó.
Desde entonces, la percepción general de que hubo un golpe de Estado jurídico, parlamentario y mediático ha aumentado, en buena medida porque el nuevo gobierno, encabezado por Michel Temer, tiene el 3 por ciento de aprobación y los seguidores del Partido de los Trabajadores (PT) —al que pertecen Rousseff y el expresidente Lula— reaccionaron. El encarcelamiento del líder del PT solo aumentó su base de apoyo.
Con este panorama, el Mundial se veía como una pausa necesaria a la intensa efervescencia política, pero la discusión sobre Neymar ha radicalizado la división. Una parte de la afición lo quiere fuera; otra todavía lo considera el salvador de la patria.
Esta disposición al encono a partir de un futbolista está pasando en otras latitudes. No es muy diferente, por ejemplo, de lo que sucede en Argentina con respecto a Lionel Messi, pero por motivos distintos.
En la discusión sobre la Pulga convive la desconfianza de que es más catalán que argentino, capaz de hacer por el Barcelona lo que no hace por su selección. En airadas mesas redondas unos suelen matizar que Messi no tiene en la Albiceleste a compañeros a la altura del club blaugrana mientras otros argumentan que Cristiano Ronaldo tampoco los tiene en la selección portuguesa y juega tan bien como en el Real Madrid. Con Neymar no es así.
De un talento extraordinario innegable, el delantero brasileño de 26 años parece rehusarse a crecer. Es como si Neymar —padre de un hijo, hijo de un padre castrador y a una edad madura para un futbolista— padeciera del síndrome de Peter Pan.
En las canchas rusas a Neymar se le ha visto, ante todo, de bruces. Y, además, con los nervios de punta. En el partido contra Costa Rica le dio una rabieta explosiva que le valió una tarjeta amarilla, que bien podría haberse convertido en una roja si el árbitro hubiera decidido castigar su propensión a simular faltas.
Neymar es la gran estrella de la selección, aunque recientemente esa posición se ha visto amenazada por la popularidad del entrenador, Tite. Más que por sus goles, el protagonismo del delantero se debe a su actitud. Si Messi es introspectivo y sereno, Neymar es efusivo y provocador. Mientras el argentino es de bajo perfil, el brasileño es una figura pop.
Después de tres meses de inactividad —sufrió una fractura en un hueso conectado al dedo meñique del pie derecho en un partido de su club, el Paris Saint-Germain—, este Mundial es la ocasión para que Neymar reclame el liderazgo de la selección. Pero, hasta ahora, en lugar de liderar, el multimillonario Neymar no ha dejado de interpretar el papel de niño consentido; cada día luce un estrafalario peinado diferente, producto del talento de su peluquero, al que trajo a Rusia (un dato que ha aumentado la antipatía de los brasileños).
Cuando Cristiano Ronaldo solo se preocupaba por lucirse en la pantalla en los estadios no era mucha cosa como jugador, pero al cambiar de postura se convirtió en una máquina de hacer goles. Neymar, en cambio, todavía se ve solo a sí mismo y, cual Narciso, considera feo lo que no es espejo.
Hoy, en Moscú, la selección brasileña juega su tercer partido contra Serbia. Las matemáticas la favorecen: con un empate clasifica a los octavos de final. Pero, si pierde, corre el riesgo de ser eliminada. Sería un final precoz para una de las selecciones favoritas del torneo.
Neymar tiene frente a sí otra oportunidad en su carrera futbolística de ser la figura definitiva de su equipo, de ser el protagonista. Se trata de un protagonismo que no tenía en el Barcelona de Messi e Iniesta y que ha buscado en el París Saint-Germain sin mucho éxito, no solo por su lesión, sino también debido a que el uruguayo Edinson Cavani se lo ha disputado.
En la selección Verdeamarela no hay nadie con la intención de disputarle el brillo, aunque, técnicamente, Philippe Coutinho —quien salió del Liverpool para sustituirlo en el Barcelona— hasta ahora ha jugado mejor que él y puede, incluso sin quererlo, asumir el papel del líder.
El entrenador Tite se ha preocupado, al menos públicamente, de cuidar a Neymar y justificar sus actitudes: “Es un ser humano, precisa tiempo para retomar un nivel alto”, ha dicho. Pero, pese a que su periodo como director técnico ha sido una de las pocas cosas celebradas de manera unánime por toda la nación, ya ha sido criticado por su incapacidad de imponer límites al as.
El resultado del partido contra Serbia y la actuación de Neymar podrían aumentar o disminuir la división de opiniones sobre este pobre niño rico. Por el momento, su rendimiento está más cerca del fiasco.