Ya lo dijo Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de Estados Unidos… hay solo dos cosas que están garantizadas en la vida: la muerte y los impuestos.
La idea de que un estado o gobernante les cobre dinero a sus ciudadanos —supuestamente a cambio de la provisión de varios servicios públicos— nació en el Antiguo Egipto, hace unos 5.000 años.
Desde entonces, el concepto fue adoptado por todo tipo de civilizaciones a lo largo del globo.
Ya sea que se cobren a través de tasas sobre bienes y servicios o en la forma de gravámenes directos —como el impuesto sobre la renta, que crearon los británicos en 1800 para financiar la lucha contra Napoleón— los impuestos son aportes obligatorios cuyo incumplimiento es penado por ley.
Algunos tuvieron tanto impacto que incluso provocaron guerras. Quizás el caso más notorio fue el arancel sobre el té y otros bienes que llevó a los colonos en Estados Unidos a rebelarse contra la corona británica, lo que dio pie a la guerra de independencia en ese país.
En tiempos más recientes, las tasas sobre algunos productos dañinos, por ejemplo las bolsas de plástico, uno de los principales contaminantes del planeta, ha logrado reducir su uso.
Pero la historia de los impuestos también está repleta de gravámenes que, por lo menos a primera vista, suenan hasta ridículos.
En BBC Mundo te presentamos una lista de seis de los aranceles más curiosos de todos los tiempos.
1. Aceite marca “Faraón”
Los faraones del Antiguo Egipto usaban recaudadores de impuestos, llamados escribas, para recolectar dinero de sus súbditos. Los impuestos no eran directos sino que tasaban ciertos productos.
Pero ninguno estaba más arancelado que el aceite para cocinar.
Los egipcios no solo tenían que pagar una tasa para poder usar aceite. Además estaban obligados a comprar el aceite del faraón, ya que este tenía el monopolio sobre el popular producto.
Pero el abuso no terminaba ahí: reutilizar el aceite estaba prohibido y el gobernante enviaba a sus funcionarios a revisar que la gente usara aceite fresco.
2. Un pis costoso
Mucho tiempo después, durante el siglo I d.C., en la Antigua Roma se empezó a tasar un producto bastante más sorprendente que el aceite: la orina.
Resulta que el amoniaco de la orina tenía varios usos industriales, sobre todo en la lavandería. También los curtidores de pieles usaban orina.
Entonces el emperador Vespasiano decidió arancelarlo. Más concretamente impuso una tasa sobre la venta de orina recogida en las letrinas públicas.
Se cree que de ahí nació el dicho en latín pecunia non olet (el dinero no huele).
No se sabe con exactitud cuánto dinero logró recaudar Vespasiano con este curioso impuesto, pero lo cierto es que la fama del emperador quedó para siempre asociada al pis, y aún hoy en Roma se conoce a los urinarios públicos como vespasiani.
3. Por las barbas de Enrique y Pedro
Cerca del 1500 al rey Enrique VIII de Inglaterra se le ocurrió otra cosa curiosa con la que podía lucrar: las barbas.
Impuso un impuesto a todo hombre que usara barba, con una tasa que variaba según la condición social del usuario.
“La idea era que fuera una señal de clase alta. (Indicaba que) tenías suficiente dinero como para pagar una tasa para usar tu barba”, le explicó a la BBC la experta en impuestos británica Heather Self, socia del estudio contable Blick Rothenberg.
La hija de Enrique, Isabel I, mantuvo el impuesto, que era cobrado a quienes usaban una barba de más de dos semanas.
Unos doscientos años después, Pedro I de Rusia, más conocido como Pedro el Grande, implementó el mismo impuesto, pero en este caso se cree que su objetivo era cambiar los hábitos capilares de sus súbditos.
Aparentemente el zar quería incentivar a los rusos a que se afeiten para que adopten el estilo que se utilizaba en Europa Occidental.
4. Con vista cuesta más
En 1696 los británicos hallaron otra manera de cobrar impuestos a los más ricos. Buscando evitar ser obvios, lo hicieron de una forma creativa: empezaron a arancelar las ventanas.
Cuantas más ventanas tuviera una casa, más impuestos tenía que pagar su dueño.
La lógica era que las personas más acaudaladas tenían las propiedades con el mayor número de ventanas.
Pero lo cierto es que este impuesto llevó a que las personas construyeran casas con menos ventanas. E incluso hoy en algunas casas antiguas pueden hallarse espacios donde hubo ventanas que fueron sellados con ladrillos.
Los problemas de salud que trajo la falta de ventilación hizo que en 1851 el impuesto fuera anulado.
5. El astuto de Oliver
Los impuestos no solo sirven para recaudar, algunos gobernantes también los han usado como armas políticas.
El mejor ejemplo de esto lo dio el puritano Oliver Cromwell, quien luchó contra las fuerzas monárquicas en la Gran Bretaña del siglo XVII.
Una vez que logró imponerse y fue nombrado el “Lord Protector” — jefe de Estado de aquel entonces— de Inglaterra, Cromwell decretó un impuesto sobre la renta del 10% para poder financiar a una milicia que reprimiera a quienes se mantenían leal a la corona.
¿Quiénes tenían que pagar esa tasa? Los mismos monárquicos a los que se enfrentaba.
6. Vacas flatulentas
Los ejemplos de impuestos llamativos no solo se remontan al pasado. También en tiempos modernos existen algunos aranceles que sorprenden.
Uno de ellos es el impuesto sobre los pedos de vacas.
Aunque pueda sonar gracioso, lo cierto es que las flatulencias de las vacas contienen metano, uno de los principales causantes del calentamiento global.
Es por eso que algunos países de la Unión Europea cobran un impuesto por cada vaca.
El país que más le cobra a los ganaderos por las flatulencias de sus vacas es Dinamarca, donde por cada animal se debe pagar US$110 en aranceles.
¡Eso sí que es una costosa factura de gas!