El retrato de Oscar Wilde

Oscar Wilde gozaba de un fulgurante éxito como escritor y crítico literario a finales del siglo XIX. Su imagen pública de hombre casado y con dos hijos apenas escondía su preferencia por la compañía masculina y sus tendencias homosexuales. Esta actitud fue tolerada por la mojigata sociedad victoriana hasta que fue denunciado por el padre de Alfred Douglas, su amante, que lo acusó públicamente de “sodomía”. En la imagen, Wilde (izquierda) y Douglas en una fotografía de estudio en 1894.

La reina contra Oscar Wilde, a la cárcel por homosexual

El amor que no se atreve a decir su nombre, y a cuenta del cual estoy aquí hoy, es precioso, está bien, es una de las formas más nobles de afecto que existen”. Con este alegato, el escritor irlandés Oscar Wilde pasó a la historia desde la abarrotada sala del tribunal donde estaba siendo juzgado por su homosexualidad en mayo de 1895. Todo había empezado de forma bien distinta, con el escritor de El retrato de Dorian Gray en el papel de acusación y no en el de acusado. Porque había sido él mismo quien había iniciado un periplo judicial que acabaría con su fulgurante carrera en medio del más absoluto escándalo.

Wilde contra Queensberry

En aquel entonces, su amante era Alfred Douglas, un apuesto joven con el que se había mostrado por doquier desde 1891. Wilde se encontraba en la cúspide de la fama, sus libros se vendían por millares y sus obras se estrenaban en todo el mundo, y ambos dilapidaban sus abultadas ganancias en noches de comida, bebida y hombres. Wilde, Douglas y muchos otros confiaban en que la sociedad victoriana, que concebía la homosexualidad como una aberración, continuaría haciendo oídos sordos a este secreto a voces. Pero cuando las noticias llegaron al padre de Douglas, la situación se complicó.

El marqués de Queensberry emprendió una campaña de acoso para que Wilde dejara a su hijo, hasta el punto de que intentó reventar uno de sus estrenos teatrales. Harto de la persecución, el escritor intentó denunciar a Queensberry en varias ocasiones. Por eso, cuando el airado marqués le envió una tarjeta en la que ponía: “Para Oscar Wilde, aquel que aparenta ser sodomita”, el dramaturgo no lo dudó. Por fin tenía una prueba material.

Cansado del acoso al que lo sometía, Wilde denunció al padre de su amante por difamación

De poco sirvió que su abogado intentara disuadirle. “Bosie”, como llamaba cariñosamente Wilde a su amante, estaba también a favor de tomar el camino judicial: la relación con su padre era pésima y tenía mucho interés en verle fracasar en público. Así, en marzo de 1895, Wilde demandó a Queensberry por difamación, confiado en que iba a salir airoso. Las tornas, sin embargo, cambiaron rápidamente. Queensberry y sus abogados hicieron bien los deberes y recabaron información y testigos de la vida privada de Oscar Wilde. La defensa pasó al ataque, armada con los testimonios de una decena de hombres que se habían acostado con el escritor y a los que se había pagado para testificar.