Entre las miles de leyendas e imágenes literarias que el Nobel de literatura Gabriel García Márquez hizo famosas en sus 87 años de vida, una de sus más conocidas incluía a su esposa, Mercedes Barcha. Contaba que ella empeñó varios electrodomésticos para poder enviar por correo la novela que universalizó a Gabo. Mercedes Barcha ha fallecido este sábado en Ciudad de México, a sus 87 años. La pareja estuvo casada por 56 años y tuvieron dos hijos, Rodrigo y Gonzalo. Su esposo se encargó de hacer famoso el nombre de ella por años, porque si bien él pudo dedicarse a tiempo completo a las letras, no lo hubiera logrado sin el trabajo administrativo y los cuidados que ella le dedicó.
El día en que el escritor terminó el manuscrito de Cien años de soledad, en los años sesenta, él y su esposa fueron al correo en México para enviarlo a la editorial en Argentina que estaba interesada en el libro. Un funcionario allí pesó el manuscrito y dijo que el envío costaría 83 pesos, pero Mercedes -que era la administradora de la familia – dijo que no tenía más que 45. Los dos decidieron enviar entonces tan solo la mitad del manuscrito, la parte que podían pagar, y se quedaron con el resto con la esperanza de enviarlo después. “Entonces nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que faltaba por empeñar’‘, contó Gabo. Empeñó el calentador, su secador de pelo, la batidora, y así Mercedes logró enviar el resto de la novela que hizo legendario a su esposo. “Ahora lo único que falta es que la novela sea mala”, le dijo entonces, enojada.
“Su personalidad era única, una mezcla singular de inteligencia absoluta, fortaleza de carácter, pragmatismo, curiosidad, sentido del humor y hermetismo’‘, expresó en un comunicado de condolencia Jaime Abello Banfi, director general de la Fundación Gabo. “Querida Mercedes, que fuiste polo a tierra, jamás te olvidaremos. Tu recuerdo nos inspirará”.
Aunque siempre se encargó de que funcionara la vida doméstica, Mercedes Barcha también era devota de la literatura y leía los manuscritos de su esposo antes que muchos de los amigos del nobel lo hicieran. Cuando Gabo estaba terminando Cien años de Soledad, dijo en un momento que la crítica que más le preocupaba era la de su pareja. “La expresión en su cara me aseguró que el libro iba por el camino correcto’‘, contó Gabo en su día.
De los esfuerzos de Mercedes por escribir poco se sabe, aunque en los archivos de Gabriel García Márquez en la Universidad de Austin-Texas se guarda un corto texto que ella redactó a sus 15 años para un periódico estudiantil. Se trata de un elogio al enorme río Magdalena, en Colombia, que empieza en las montañas de los Andes y desemboca en el mar caribe, en que lo llama “un tesoro” imposible de retratar. “Considero como un átomo lo que mi pluma pueda escribir sobre esta larga y majestuosa corriente’‘, decía en aquel texto de 1947.
“Los padres de Mercedes eran amigos de los padres de García Márquez’‘, cuenta Gustavo Tatis, biógrafo de Márquez y autor del libro La Flor Amarilla del Prestidigitador. Ella tenía 9 años y él 12 cuando se conocieron, “y García Márquez tuvo la clarividencia desde muy temprano que esa sería la mujer que lo acompañaría toda la vida”. Mercedes luego pasaría a inspirar varios de los personajes de Gabo en novelas como Cien años de soledad, El otoño del patriarca, y El amor en los tiempos del cólera, que estaba dedicado a ella. “Era una especie de Úrsula Iguaran”, recuerda Tatis, “una gran mujer detrás del genio de García Márquez”.
Jon Lee Anderson, periodista de la revista The New Yorker y amigo de Mercedes, recuerda que era una persona parca, de pocas palabras, pero que hablaba eufemísticamente y con sabiduría. “Cuando yo escribí un perfil sobre Gabo, en 1999, entendí que solo con la aprobación de ella lograría acceder a él’‘, dice Anderson que, al igual que otros amigos de Mercedes, la recuerda en ese papel protector del escritor. “Cuando la conocí en Bogotá y hablamos, sin decírmelo, sentí que ella me había dado la aprobación para que yo pudiera acercarme a él”. Los amigos de Gabo fácilmente eran también los amigos de Mercedes, y ella opinaba cuáles debían estar más cerca y de cuáles debían tomar distancia. En el artículo de Anderson, cuando habla con Gabo sobre su esposa, el nobel le cuenta que tenía una teoría: que Fidel Castro, amigo del escritor, en realidad confiaba más en Mercedes que en él.
“Siempre fue una mujer muy reservada, ella jugó muy bien ese papel de ser un muro de contención frente a Gabo’‘, recuerda otro de sus amigos cercanos, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Otra de las personas que logró pasar ese muro fue Zheger Hay, militante de izquierda en Colombia que fue exiliada en México en los años ochenta y conoció a Mercedes allí poco después de su llegada. “Ella siempre tuvo una vida muy discreta y sin alardes”, recuerda Hay. Mercedes, dice su amiga, dedicaba sus días a cuidar de las casas de la familia en Cartagena o Ciudad de México, y se mantenía constantemente informada de las últimas noticias políticas, aunque se cuidaba de no compartir su opinión públicamente. “Mercedes era una teleadicta para ver noticias, vivía muy enterada de todo”, dice Hay. “Pero tenía un sentido especial de la discreción, porque ella sabía muy bien que Gabo era su marido, y que por eso cualquier cosa que ella dijera se podía convertir también en noticia”.
Aunque cálida con sus amistades, Mercedes decidió que no quería ser una figura pública que hablara constantemente en los medios sobre su esposo o su vida familiar, y por eso la mayoría de lo que se sabe de ella fue a través de las palabras de su marido. Pero ningún hombre de letras puede dedicarse a la literatura sin una comunidad íntima que lo sostenga. Con su partida, Mercedes recuerda que hoy no existirían Cien años de soledad ni El amor en los tiempos del cólera sin una mujer como ella.