El llanto mudo de los cementerios refleja el alcance del impacto de la pandemia de la COVID-19 en Perú, que, a pesar de llevar más de dos meses prácticamente paralizado, ha seguido subiendo peldaños en la escalera del dolor causado por el coronavirus. Este viernes, Perú es el segundo país de Latinoamérica en número de infectados, como más de 100.000, y el tercero en el de muertos, con más de 3.000, una cantidad que solo superan México y Brasil.
El gigante brasileño ha registrado ya más de 20.000 fallecidos y 310.000 contagiados, y todo apunta a que convertirse en el próximo epicentro mundial de la pandemia. Mientras esta sigue extendiéndose, en las calle va calando el consejo de las autoridades de que, en contra de la opinión de los expertos, se tome la polémica cloroquina o hidroxicloroquina para prevenir y tratar la enfermedad.
“Creo que como todavía no hay ningún medicamento, debe ser tomada”, afirma el empresario Alexandre Mage.
“Creo que hacen falta estudios sobre este tratamiento, aquí en Brasil y en otros países. Antes de probarlo, debería realizarse un estudio más profundo”, replica Gian Lucas, psicólogo.
El presidente Bolsonaro, que durante semanas negó la existencia de la pandemia y promueve, como Trump el uso de la cloroquina, que tiene numerosos efectos secundarios, ha dispuesto un plan de ayudas de urgencia de más de 10.000 millones de dólares.
En Argentina, donde oficialmente hay menos de 10.000 casos y algo más de 415 fallecidos, se superponen las crisis económica y sanitaria. Con las arcas vacías y la deuda disparada, el Gobierno apenas tiene recursos para ayudar a más de 15 millones de personas que viven bajo el umbral de la pobreza, muchas de las cuales han perdido el trabajo (con frecuencia informal) que les permitía subsistir.