El vice primer ministro de Japón, Taro Aso, ha insistido este viernes en que las aguas residuales de la central nuclear de Fukushima son seguras para beber después de ser tratadas, defendiendo así los planes de su país de arrojar al mar más de un millón de toneladas del líquido con contaminantes radioactivos, informan medios locales.
“Estoy seguro de que el agua se diluirá para que [la concentración de tritio] sea una séptima parte del nivel seguro para el agua potable según las directrices de la Organización Mundial de la Salud”, afirmó Aso en una conferencia de prensa.
Su declaración se produce poco después de que el portavoz de la Cancillería china, Zhao Lijian, lo desafiara a “tomar un sorbo” del agua de Fukushima, si de verdad cree que esta es lo suficientemente segura como para ser vertida al mar. “No deben esperar que el mundo pague la factura por el tratamiento de sus aguas residuales. Un funcionario japonés dijo que el agua está ‘bien para beber’, ¿por qué no toma él un sorbo primero?”, cuestionó Lijian.
Por su parte, Aso también refutó las críticas del portavoz de Pekín de que el océano Pacífico “no es el bote de basura” ni “tampoco la cloaca” de Japón. “¿Entonces es la cloaca de China? Es el mar de todos“, aseveró.
A inicios de esta semana, el Gobierno nipón decidió verter al mar más de un millón de toneladas de agua contaminada de su central nuclear que quedó destruida en marzo de 2011 por el sismo más fuerte jamás documentado en Japón y el devastador tsunami posterior. Al respecto, Aso había señalado que, según tiene entendido, “no sufriremos ningún daño si bebemos” el agua tratada.
Se prevé que los trabajos en la central de Fukushima arranquen dentro de dos años, mientras que todo el proceso tardaría décadas. Según el operador de la planta, Tokyo Electric Power Co. (TEPCO), su capacidad de almacenar el agua en tanques llegará a su límite en otoño de 2022. Por lo tanto, planean filtrar el líquido para eliminar los isótopos, dejando solo el tritio, un isótopo radiactivo de hidrógeno difícil de separar del agua. Antes de bombearla al océano, diluirán el agua hasta que sus niveles de tritio caigan por debajo de los límites reglamentarios.
El plan ha desatado polémica en la comunidad internacional, con críticas desde países vecinos como China y Corea del Sur, grupos ambientalistas y comunidades pesqueras locales.