PUERTO MONTT, Chile — Juan García, hijo y nieto de pescadores, suspiró preocupado. “Nosotros no conocemos otra cosa que no sea esta. Venimos de tercera generación de pescadores artesanales”, dijo en la caleta Anahuac, en la región de los Lagos, al sur de Chile.
El 5 de julio pasado, 690.000 salmones del Atlántico escaparon desde el centro Punta Redonda de la empresa noruega Marine Harvest, ubicado en la isla Huar, justo en frente de Puerto Montt. Aunque se trata de una de las fugas más grandes de los últimos años, el evento no es excepcional y ha profundizado el debate sobre las posibles consecuencias que pueda generar esta especie exótica introducida en el ecosistema marino del sur de Chile.
El impacto de la acuicultura industrial viene generando hace tiempo preocupación entre las organizaciones ambientalistas y los científicos. La mitad del pescado que se consume en el mundo proviene de granjas marinas y los salmones son el segundo producto de exportación de Chile, justo después del cobre. La especie que protagonizó el escape (Salmo salar) produjo en 2017 más de 4000 millones de dólares de ganancias, según el Banco Central de Chile.
Juan García tiene 58 años y nació a la orilla del mar, en esta misma caleta donde hoy dirige el sindicato que reúne a 94 socios y una flota de botes menores de sesenta embarcaciones. Recuerda que en su infancia comía pescados frescos y mariscos que su madre recolectaba en la orilla de las costas australes, cuando la salmonicultura aún no existía en la región. “Hemos visto los cambios brutales que ha tenido nuestra actividad”, dijo.
Las primeras especies de salmón Chinook fueron introducidas en Chile en la década de 1970. Diez años después, la dictadura de Augusto Pinochet apostó por el mejoramiento de la industria, dadas las similitudes climáticas y geográficas con Noruega, primer exportador mundial de salmón. En aquella época, los pescadores artesanales observaron con sorpresa la instalación de los primeros centros de cultivo, pero no imaginaron su proliferación. Tampoco cómo los podría perjudicar.
“Nos destruye la carnada, la sardina, el pejerrey. Es una especie voraz”, dijo Luis Mayorga, un pescador artesanal que participó en la recaptura de los salmones fugados, un hecho que en su opinión se repite muy seguido. Como él, otros miembros del sindicato de pescadores fueron contratados para tratar de capturar, en un plazo de treinta días hábiles, al menos el 10 por ciento de los peces que escaparon de las jaulas de Marine Harvest, tal como lo estableció la Superintendencia de Medio Ambiente (SMA). De lo contrario, la legislación chilena presume daño ambiental.
La empresa noruega consiguió ampliar la fecha por treinta días más. Sin embargo, el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca) presentó una denuncia en contra de Marine Harvest “por posibles incumplimientos en el mantenimiento y seguridad de la infraestructura del centro Punta Redonda”.
El 15 de septiembre, día en que venció la prórroga, Sernapesca confirmó que la empresa había recapturado solo 38.286 ejemplares: es decir, el equivalente a un 5,54 por ciento. Esta información contradice las cifras que figuran en el informe elaborado por la empresa noruega, en el que se afirma haber recapturado 187.949 peces, un 21,5 por ciento extra, gracias a las labores informales de pescadores artesanales que supuestamente vendieron o consumieron las especies.
Juan García sostiene que se trata de una maniobra y el Centro Ecocéanos, una organización que protege la biodiversidad marina, denunció montaje y cifras falsas. “Marine Harvest les pagó a unos 120 pescadores artesanales de Calbuco para que firmaran ante notario una declaración en donde aseguran haber capturado cientos de salmones”, dijo García.
A través de un correo electrónico, la transnacional aseguró que sus instalaciones cumplen con el diseño adecuado y con la legislación vigente, y dijo que lo ocurrido en su centro fue consecuencia del evento meteorológico conocido como viento Puelche, que arrasó con las jaulas durante un temporal. “Nuestra reacción fue inmediata, y se reportó a la autoridad el mismo día del incidente. Con respecto a los peces, estos no estaban aptos para consumo humano debido a que, una vez escapados, no era posible garantizar su trazabilidad”, se defendió Marine Harvest. La empresa no accedió a una entrevista en persona porque, según respondió Adrián Maldonado, jefe de Comunicaciones y RSE, estaban enfocados en la contingencia.
Sin embargo, los pescadores artesanales dicen que los peces pudieron ser recapturados los primeros días, pero que Marine Harvest tardó en reaccionar. Según relataron, la compañía les ofreció 5 dólares por salmón pero ellos, en pleno período de veda de la merluza, apostaron por vender el producto en los mercados informales de Angelmó y alrededores, donde les pagaban casi la misma cantidad por kilo.
“El daño que sufre cada escape que tiene Chile, pero en especial este que fue tan masivo, es porque no hay un método de contingencia para poder atraparlos. Ellos tampoco tienen un depredador natural porque no eran parte del ecosistema”, dijo Liesbeth van der Meer, la directora ejecutiva de Oceana en Chile, considerada la mayor organización internacional que se dedica a proteger los océanos del mundo. “Estas especies podrían vivir dos años más y causar un daño irreversible en el ecosistema de los fiordos en la Décima región. No se sabe hasta dónde pueden llegar”.
Van der Meer, una médica veterinaria especializada en la acuicultura del salmón que rápidamente se desilusionó de la industria, apuntó además el riesgo que significa para las personas ingerir uno de estos peces, por la excesiva cantidad de antibióticos que reciben.
Van der Meer explicó que durante todo el ciclo del salmón se hacen alrededor de dos tratamientos de antibióticos. El florfenicol es el producto que se utiliza para combatir una enfermedad bacteriológica intracelular que impide el crecimiento de los peces. El proceso dura cerca de una semana y después sigue un período de cuarentena. Justo antes de esta etapa los salmones de Marine Harvest se escaparon, lo que los convierte en un riesgo para la salud humana.
La directora ejecutiva de Oceana Chile señaló la falta de transparencia sobre la cantidad de antibióticos en la salmonicultura chilena, aun cuando la Organización Mundial de la Salud ha hecho un llamado a dejar de utilizar estos medicamentos en animales de consumo humano. “El año 2014 pedimos por Transparencia la cantidad de antibiótico que usaban por empresa. Nos costó cuatro años que nos dieran esa información”, dijo Van der Meer. “Es un tratamiento que es normal, pero hay que tener claro que generalmente, cuando se exportan, esos peces van libres de antibióticos. El daño que se hace es específicamente acá en Chile, en los ecosistemas. Estamos usando 360 toneladas de antibióticos anualmente”.
Uno de los pocos estudios científicos que existen al respecto se realizó en 1995. En el período de algunos meses se escaparon cerca de cuatro millones de peces provenientes de distintas jaulas cercanas a Puerto Montt.
El Núcleo Milenio de Salmónidos Invasores, un centro de investigación financiado por la Iniciativa Científica Milenio del Ministerio de Economía, Fomento y Turismo para el estudio de los salmónidos de vida libre a lo largo de todo Chile, planteó que durante 1995 y 1996, investigadores encontraron que un 20 por ciento de 271 salmones escapados contenían peces nativos en sus estómagos, por lo que sería incorrecto asumir que esta especie solo consume alimento artificial cuando hacen la transición hacia el ambiente de vida libre.
“La gran pregunta es: ¿queremos seguir con una industria que genera crisis ambientales todos los meses, que pasa por encima de las débiles leyes ambientales que tenemos en la legislación y con una autoridad incapaz de poder fiscalizar y hacerse cargo?”, dijo Estefanía González, coordinadora de océanos en GreenPeace.“El salmón que se cría en Chile es blanco, todo ese color que nosotros vemos es colorante. Es más barato por todos los costos ambientales y el verdadero producto ficticio que se está entregando”.
GreenPeace espera que Chile siga el ejemplo del estado de Washington, en Estados Unidos. En 2017 se registró un escape cercano a 200.000 salmones y a ocho meses del suceso se encontraron salmones a más de 100 kilómetros de donde ocurrió la fuga. Las autoridades decidieron poner fin a los salmones del Atlántico en todo el estado y no renovar las concesiones con el fin de proteger al salmón nativo.
Ante el posible daño irreversible, González explicó que las organizaciones ambientalistas enfocan sus esfuerzos en detener la posible expansión de la industria que quiere instalar más de trescientos proyectos de salmonicultura en la región de Magallanes, cuyas aguas prístinas están dentro de las más puras del planeta.
El informe final elaborado por Sernapesca sería entregado al Consejo de Defensa del Estado este viernes 5 de octubre para que evalúe si corresponde o no presentar acciones legales. La empresa noruega arriesga diversas sanciones que van desde medidas reparatorias y multas millonarias hasta el cierre del centro de cultivo.
El sindicato de la caleta Anahuac sigue preocupado. Además de la eventual contaminación de las costas donde trabajan, los pescadores artesanales se consideran los más perjudicados. Las autoridades locales los acusan de participar en una pesca que no les corresponde, pues el salmón no se encuentra dentro del Registro Pesquero Artesanal que la ley chilena les exige. Los pescadores que negociaron con Marine Harvest arriesgan sanciones y multas.
“La gente aceptó firmar ante notario porque les pagaban 600 dólares y las condiciones en que viven los pescadores son muy precarias. La necesidad tiene cara de hereje”, dijo García.