PARÍS.- Detenciones masivas, decenas de inculpaciones ante la justicia criminal, extravagantes multas a las redes sociales.El poder ruso lanzó en los últimos días una represión sin cuartel contra las multitudinarias manifestaciones en apoyo a Alexei Navalny, encarcelado desde que regresó a Rusia desde Alemania. ¿Acaso Vladimir Putin ve en su principal opositor un verdadero peligro?
“El presidente no le teme a Navalny”, aseguró con desdén el vocero del mandatario ruso, Dimitri Peskov, el día que el disidente ruso regresó de Berlín, donde le salvaron la vida después de haber sido envenenado con un agente neurotóxico militar, fabricado en la época de la URSS.Coronavirus: cómo es el plan de vacunación que pondrá en marcha Uruguay
Sin embargo, las imágenes del sábado pasado en Moscú y en más de un centenar de ciudades a través de la inmensidad rusa, parecerían mostrar lo contrario: intervención brutal de las fuerzas del orden contra decenas de miles de manifestantes pacíficos, más de 3300 detenciones. Entre ellos Yulia, la esposa del disidente, y su abogada, Liubov Sobol, arrestada sin miramientos ante las cámaras de televisión cuando hacía declaraciones a la prensa.
Para algunos observadores, desde el principio de este lamentable episodio, el poder ruso comete un error tras otro. El primero de ellos fue, evidentemente, no haber sido capaz de eliminar a Navalny, que consiguió sobrevivir gracias a su traslado a Alemania. El segundo fue haber intentado obligarlo al exilio, la dulce muerte de los opositores políticos, amenazándolo con encarcelarlo si regresaba a su país. “Toda persona víctima de una tentativa de asesinato por parte de los servicios secretos rusos pensaría dos veces antes de ir a lanzarse en los brazos de su verdugo. Ese no fue el caso de Alexei, que decidió con coraje regresar a Moscú“, analiza la politóloga Tatiana Stanovaya, del Carnegie Moscow Center.
Regresar, pero no de cualquier modo. Y en eso también Putin cayó en la trampa. El opositor de 44 años y su mujer subieron al avión en Berlín el 17 de enero en compañía de decenas de periodistas preparados para filmar su detención en directo. Y como si fuera poco, al día siguiente, el Fondo de Lucha contra la Corrupción, creado por Navalny, difundió en directo el film de dos horas, “Un palacio para Putin”, que revela los detalles del gusto desmedido por el lujo y los financiamientos ocultos del presidente casi vitalicio ruso. Viral, el video fue visto decenas de millones de veces en pocos días, lanzando a la calle a las multitudes.
Diferencias
Durante años, la oposición rusa estuvo constituida por grupos fragmentados y con profundas diferencias entre sí, a pesar de recientes intentos de unidad: en 2019, por ejemplo, la campaña para que candidatos independientes pudieran presentarse a la alcaldía de Moscú provocó la alianza de una docena de políticos de diversos horizontes, que manifestaron juntos y lograron masivas protestas durante numerosas semanas.
El caso de Navalny parece haber logrado lo mismo. Incluso aquellos opositores que lo critican participaron en las manifestaciones del 23 de enero exigiendo su liberación y denunciando el ya famoso “Palacio de Putin” como símbolo de la corrupción.
“La presión contra un opositor al régimen nos afecta a todos. Necesitamos defendernos entre nosotros y ayudarnos como podamos”, dijo Yulia Galyamina, candidata en la elección de 2019 y enviada a la cárcel por violar las leyes que prohíben manifestar en Rusia.
Esa hábil estrategia aplicada por Navalny se produjo la misma semana en que Joe Biden asumió la presidencia de Estados Unidos.
“Es cierto, los opositores rusos no suelen esperar nada de los occidentales, y el reciente ejemplo de lo sucedido en Bielorrusia les da la razón. Pero en un desafío al Kremlin de ese modo, impiden toda banalización del poder ruso y debilitan al mismo tiempo su refuerzo en la escena internacional“, analiza Jean-Robert Raviot, profesor especialista de Rusia en la universidad de Nanterre, Francia.
También es cierto que ni las manifestaciones masivas ni los reclamos internacionales harán plegar a Putin. El hombre que avanza imperturbable hacia sus objetivos estratégicos, dentro y fuera de su país, no repara en obstáculos: a los enemigos internos se los hace desaparecer, con veneno o en la cárcel; a los externos se los ignora, como supo demostrarlo desde 2011 con su intervención en la guerra civil de Siria o en Crimea y en la región ucraniana del Donbas en 2014.
El exagente de la KGB acepta con los dientes cerrados las sanciones económicas occidentales, pero está orgulloso de haber recuperado para su país el papel de actor principal que pesa en los asuntos del mundo: en el Cáucaso, en Libia o en África.
No obstante, Navalny significa un grano de arena en esa máquina perfectamente aceitada desde hace más de 20 años. Como ejemplo: el gasoducto Nord Stream 2 vuelve a ser objeto de debate. Ese pipeline de 1200 kilómetros que, sumergido en el mar Báltico, debe alimentar de gas ruso a Europa, estaba suspendido desde hace un año debido a las sanciones estadounidenses.
Los trabajos habían recomenzado subrepticiamente hace unos días frente a las costas danesas, pero la detención de Navalny y la violenta represión que siguió reavivaron el debate sobre la viabilidad del proyecto y llevaron al Parlamento Europeo (PE) a solicitar esta semana su suspensión.
En todo caso, la violenta reacción del régimen contra un hombre solo que desafía al “zar” permite imaginar que el mismo está irritado, indignado y decidido a reafirmar su omnipotencia por cualquier medio, como lo hizo siempre.
Nuevo David contra Goliat, Navalny está desamparado ante la maquinaria estatal, pero sabe que representa la exigencia de transparencia, la lucha contra la corrupción y la ambición de libertad.
“Su sola existencia deja al desnudo la naturaleza autocrática del régimen ruso”, afirma Tatiana Stanovaya. Y concluye: “Navalny consiguió atar su destino al de Putin. Todo lo malo que pueda pasarle caerá con el mismo peso sobre la reputación del presidente. Putin tiene derecho de vida o de muerte sobre los rusos. Pero bien podría haber perdido la impunidad“.Por: Luisa Corradini