Aprincipios de julio, Steven Pinker afrontó una tormenta (casi) perfecta. Cientos de colegas lingüistas lo atacaron a través de una carta abierta por seis tuits y un pasaje de uno de sus libros. Buscaron repudiarlo, aislarlo y, en pleno auge de la “cultura de la cancelación”, “cancelarlo” como figura pública. Pero el catedrático sobrevivió. Más aún, el ataque resultó contraproducente porque cientos más de figuras fulgurantes salieron en su defensa y en defensa misma de la IIustración.
“Si solo debatimos sobre ciertas ideas, nos garantizaremos la ignorancia“, dice Pinker desde su casa, en Boston. El gran psicólogo cognitivo está exhausto, dice a LA NACION que no tiene la “energía para responder las mismas preguntas” una vez más, pero sigue adelante. Por sí mismo y por los riesgos que, avizora, que pueden surgir de los extremos para quienes, a diferencia suya, no tienen las espaldas para resistir los embates.
“Estamos ante la puja de dos corrientes comandadas por una derecha autoritaria, nacionalista y populista y una izquierda posmodernista, identitaria y políticamente correcta“, plantea. Y por eso mismo, reafirma su defensa de la razón. “Las ideas de la democracia, la libertad individual, el pensamiento científico, el humanismo universal, la comprensión histórica y la conciencia de progreso deben siempre ser reforzadas porque no son intuitivas”, remarca.
Sí, el Covid-19 está entre nosotros. Pero Pinker confía en las ciencias. “¿Acaso esta pandemia vendría a demostrar que el progreso es, en realidad, fortuito?“, desafía. “Los problemas, incluido el flagelo de las enfermedades, son inevitables y nunca se resuelven por sí mismos”.
En su libro En defensa de la Ilustración, invitó a desechar las profecías del desastre y apoyarse en los datos duros que muestran cómo la humanidad, apoyada en las ideas y la razón, progresó en salud, educación y otros campos. ¿Esta pandemia ni siquiera pone un matiz en ese planteo central?
-Pienso que el progreso no es algo aleatorio, sino el resultado de la aplicación de la razón a la resolución de los problemas que afronta la humanidad. ¿Acaso esta pandemia vendría a demostrar que el progreso es, en realidad, fortuito? Los problemas, incluido el flagelo de las enfermedades, son inevitables y nunca se resuelven por sí mismos. Las leyes del universo son indiferentes a nuestro bienestar y solo la aplicación del ingenio humano puede cambiar el mundo para nuestro beneficio.
-Y sin embargo, líderes como Donald Trump o Nicolás Maduro o Jair Bolsonaro, ganan elecciones mientras desprecian a la ciencia y cosechan el apoyo de millones.
-Está confundiendo dos ejes distintos. ¿Las personas siempre son razonables? No. ¿Deberíamos [remarca el condicional] aplicar la razón a la resolución de nuestros problemas? Sí, deberíamos.
-Pero que usted y otros 150 intelectuales tan diversos como Francis Fukuyama y Noam Chomsky se hayan sentido compelidos a publicar una carta abierta en la revista Harper’sen defensa del libre planteo, intercambio y debate de ideas resulta sintomático de una sombra que está allí.
-En efecto, hay una tendencia a atacar, acallar y difamar a las personas con ideas o creencias que difieran con la ortodoxia de la izquierda dura, lo cual es peligroso por tres motivos. Primero, porque arruina las vidas de personas inocentes. La segunda, porque intimida a intelectuales, científicos, periodistas o artistas jóvenes o en una posición vulnerable, quienes preferirán callar sus opiniones. Y tercero, lo más importante, porque debilita nuestra habilidad como comunidad para comprender el mundo y resolver nuestros problemas. Nadie nace sabiendo la verdad, ni es infalible, ni omnisciente, y el único camino hacia el saber es planteando ideas para luego evaluarlas y así determinar cuáles son correctas y cuáles no. Dicho de otro modo, si solo debatimos sobre ciertas ideas, nos garantizaremos la ignorancia.
-Esta puja entre la razón y los “censuradores” e “iluminados” no es nueva. Desde la Antigüedad que existe esta tensión, pasando por la Inquisición y el macartismo y tanto más.
-Así es. Estamos ante la puja de dos corrientes comandadas por una derecha autoritaria, nacionalista y populista y una izquierda posmodernista, identitaria y políticamente correcta. Pero vamos más allá: la naturaleza humana incluye reacciones que son tribales, mágicas, nostálgicas, autoritarias y pesimistas, mientras que las ideas de la democracia, la libertad individual, el pensamiento científico, el humanismo universal, la comprensión histórica y la conciencia de progreso deben siempre ser reforzadas porque no son intuitivas.
-¿Puede ahondar en esto, a la luz de la “cultura de la cancelación”?
-Estamos ante el choque de dos mentalidades. Una, basada en la Ilustración, considera que la sociedad afronta problemas cuyas causas son completas y no comprendidas del todo, pero que debemos buscar resolver entre todos, tal y como una junta médica diagnostica a un paciente con síntomas confusos. La otra ve a la sociedad como una disputa de suma cero entre grupos antagónicos, que dio al poder a los blancos supremacistas en su momento y que considera, por tanto, que ahora ese poder debería ir hacia mujeres, personas de color u homosexuales. Es la psicología de la razón contra la psicología del poder. Quienes rechazan la mentalidad basada en la Ilustración serían como aquellos que protestan fuera de un consultorio médico exigiendo que se dictamine un diagnóstico y bloqueando la entrada a todo aquel médico que pueda llegar a otro diagnóstico. Y en este caso, la libertad de expresión es mera propaganda, un conjunto de argumentos de las élites para aferrarse al poder.
-Vuelvo al riesgo de intimidar voces disidentes. Un rasgo notable de la “cultura de la cancelación”, exacerbado por las redes sociales, es que unos pocos, pero vociferantes, pueden eclipsar a una mayoría silenciosa. ¿Cómo lo explica?
-Cuando ciertas personas son castigadas por una facción o grupo poderoso por no criticar, repudiar o denunciar a terceros, todos pueden caer en la trampa de atacar públicamente a otros por temor a ser atacados, incluso si no creen que alguien debiera ser atacado. A veces se lo conoce como la “ignorancia pluralista” o “espiral de silencio”. El cuento “El traje nuevo del Emperador” grafica bien cómo funciona.
-Demos otro paso, ¿Por qué considera que, en ocasiones, las víctimas de algún avasallamiento terminan replicando conductas o métodos de sus victimarios?
-Se origina en una fase de nuestro progreso moral: hemos llegado a reconocer el terrible daño que le hemos infringido a las mujeres, a los homosexuales, y a los negros y otras minorías raciales. Correctamente deploramos el sexismo, la homofobia y el racismo. Pero esto crea una rendija para que las personas usen esas acusaciones como armas contra sus enemigos. Los historiadores de diversos episodios de represión masiva tales como el estalinismo, la cacería de brujas o la Revolución Cultural china, entre otros, han expuesto como los oportunistas aprovecharon las acusaciones del momento para avanzar contra sus rivales. Y, al mismo tiempo, la empatía hacia las víctimas puede ser aprovechada para exigir compensaciones o reparaciones. Dos sociólogos, Bradley Campbell y Jason Manning, han planteado que estamos ante el surgimiento de la “cultura del victimismo”, donde el estatus viene de presentarse a sí mismo como una víctima, reemplazando la “cultura de la dignidad”, donde el estatus provenía de la madurez y el autocontrol, que a su vez había venido a reemplazar la “cultura del honor”, en la que el estatus se basa en la capacidad de responder a insultos y amenazas.Explosión en Beirut: las impresionantes fotos de la destrucción tras los estallidos
-¿Y cómo lidiar con aquellos que, en estos tiempos pandémicos o incluso en la vida cotidiana se apoyan en creencias y suposiciones en vez de datos e información verificada?
-Ese es todo un desafío y la única respuesta posible es presentar nuestra posición tan clara y lógicamente como sea posible. Aquellos que aún están abiertos a la razón podrían resultar persuadidos, mientras que el resto quedan implícitamente forzados a confesar que no están jugando de acuerdo a las leyes de la razón. Esas personas pueden apoyarse entre ellas, pero se desacreditarán a sí mismas ante los ojos de quienes se basan en la razón.
-¿Cuándo comenzó a gestarse este cambio de época o de “cultura”?
-En los ’60, cuando la camada más joven de la generación de los “baby boomers” abrazó ese principio de que las ideas son meros instrumentos de opresión por la clase dominante, y luego el postmodernismo, con esa pauta de que la “verdad” es apenas un pretexto de poder y que en realidad solo hay narrativas contrapuestas. Los integrantes de esa generación que terminaron como profesores universitarios adoctrinaron a varias generaciones de jóvenes en esa mentalidad que una periodista que renunció hace poco del New York Times, Bari Weiss, caracterizó del siguiente modo: “La verdad no es un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia ya conocido por unos pocos iluminados cuyo trabajo es informársela al resto”.
-¿Hay alguna pregunta que no le haya planteado y quisiera abordar?
-[Sonríe] No.
¿Quién es Steven Pinker?
Nacido en 1954, en Canadá, estudió Psicología Experimental en la Universidad McGill, luego se doctoró en la Universidad de Harvard.
Profesor de Piscología en Harvard, también dio clases en la Universidad de Stanford y el Massachusetts Institute of Technology (MIT)
Autor de diez libros – el último, En defensa de la Ilustración-, ganó numerosos premios y reconocimientos, y es miembro de la Academia de las Ciencias de Estados Unidos
Receptor de ocho doctorados honoris causae, tanto la revista Time como Foreign Policy lo seleccionaron entre los cien intelectuales más gravitantes del mundo
Recomendaciones para el tiempo libre
–Dado que millones de argentinos deben permanecer en sus casas desde hace meses, ¿qué libros, películas, música u otra actividad les recomienda para distraerse o “aprovechar” el tiempo? ¿Qué hace usted en su tiempo libre?
-Junto a mi esposa, la novelista y filósofa Rebecca Goldstein, hemos hechos maratones de algunas series maravillosas, incluyendo “Shtisel” (sobre una familia judía ultraortodoxa en Jerusalén), “Silicon Valley”, “The Crown” (particularmente atractiva para alguien que creció en Canadá y siempre estuvo interesado por la familia real) y, más recientemente, “Call my Agent” (“Dix Pourcent”, en su francés original, sobre una agencia de actores, con muchas estrellas francesas haciendo de sí mismas). También hemos visto algunas grandes películas de los años ’30 como “Dames”, un musical de Busby Berkeley; de los ’40s como “Gilda”, con Rita Hayworth en la escena más sexy de la historia del cine; y los ’50s, como “The Band Wagon”, con una coreografía fabulosa de Cyd Charisse.Por: Hugo Alconada Mon