Son las tres de la tarde y es noche cerrada en la península de Yamal, en el norte de Siberia (Rusia), un paraje desértico y helado 600 kilómetros dentro del circulo polar ártico donde se halla uno de los mayores yacimientos de gas natural del mundo. Allí, con temperaturas que rondan los 30 grados bajo cero, funciona ya a pleno rendimiento la planta de Yamal LNG. Liderada por la compañía privada Novatek, la instalación es el proyecto energético con mayor participación china en el país. También se trata de una de las manifestaciones más evidentes del giro diplomático de Moscú hacia Pekín. Un viraje alimentado por las sanciones que Occidente empezó a imponer contra Rusia por la anexión de Crimea en 2014 y que se ha fortalecido en sectores clave.
Rusia ha sellado con China lo que muchos analistas suelen definir como un matrimonio de conveniencia. Ambos países mantienen una relación estratégica a través de acuerdos en infraestructuras, defensa, agricultura o medios de comunicación. Pero es la energía el área que ha alumbrado algunos de los pactos de colaboración más relevantes. “La alianza natural entre ambos países en ese sector —por los enormes recursos del primero y la gran demanda del segundo— se está ahora apuntalando gracias a otros elementos geopolíticos, como las sanciones y la expansión de la guerra comercial de Estados Unidos con China”, analiza por teléfono James Henderson, director del programa de Gas Natural del Instituto Oxford para el Estudio de las Energías, de la Universidad de Oxford, Reino Unido.
En el puerto de Sabetta, un ruido ensordecedor indica que ha empezado a bombearse gas natural licuado al metanero Christophe de Margerie. El buque viajará a China desde el tercer brazo —y por ahora último— de la planta Yamal LNG, que ha costado unos 25.000 millones de euros y que busca abastecer a los mercados europeos y asiáticos a través de la ruta del Mar del Norte. La simbólica operación se produjo este mes bajo la atenta mirada del primer ministro ruso, Dmitri Medvedev, y una nutrida delegación de alto nivel rusa, china y europea. Y, como reconoció Medvedev, marca la conclusión de un proyecto geoestratégico decisivo para Rusia que se produce, además, un año antes de lo previsto.