El próximo mandato será el último de Putin, que tiene 65 años, por lo que las fuerzas políticas que compiten en estos comicios desean posicionarse lo mejor posible para el futuro sin un contrincante con el apoyo con el que cuenta el actuallíder del país. Para los que piensan que el sistema no sufrirá cambios radicales en el próximo decenio, se trata de escalar posiciones para la época que vendrá después de Putin; para otros, es una oportunidad para dar testimonio de ideologías que la imperante política de afirmación patriótica ha marginalizado.
Ante la ausencia de Navalni, es una mujer, Ksenia Sobchak, quien representa a los demócratas de tendencias prooccidentales que están en contra de la política del Kremlin, al que critican tanto por su aislacionismo como por la falta de reformas estructurales que permitan un desarrollo cualitativo de la economía. Sobchak es una estrella televisiva e hija del que fuera el primer alcalde de San Petersburgo elegido democráticamente, para quién trabajó en aquel entonces Putin, lo que explica que la candidata sea nada menos que ahijada del presidente ruso.
El hecho de que sea miembro de una familia del establishment —su madre es senadora en representación de Tuvá—, hace que algunos piensen que Sobchak no es una auténtica opositora, sino que simplemente le hace el juego al Kremlin legitimando con su participación las elecciones para perpetuar un régimen autoritario. Sin embargo, para algunos politólogos, la campaña de Sobchak es la más moderada y creen que logrará llevarse a gran parte de los partidarios de Navalni.
Ksenia Sobchak, de 36 años, es la candidata más joven y también la más rica, muy por delante de los otros contendientes: en los últimos 6 años ha ganado casi 404 millones de rublos (5,65 millones de euros); posee tres pisos y otras propiedades, un Bentley y acciones por poco más de 1,5 millones de rublos (los aspirantes deben hacer públicos estos y otros datos, incluidos los ingresos del cónyuge).
Putin tuvo 38,5 millones de ingresos y posee cerca de 14 millones en 13 cuentas. Sigue a Sobchak en riqueza el empresario Borís Titov, con 274 millones de ingresos y 156 millones en 17 cuentas bancarias; mientras que el más pobre es Serguéi Baburin —político de la época de la Perestroika, varias veces diputado, líder del partido conservador-nacionalista Unión Rusa Popular—, con 11,4 millones de ingresos y 131.000 rublos en bancos.
Los otros candidatos son el ultranacionalista Vladímir Zhirinovski, Grigori Yavlinski por Yábloko, partido socialdemócrata y ecologista y, por la izquierda, Pável Grudinin, que va apoyado por el Partido Comunista (PC) y el Frente de Izquierdas en un intento de unir en torno al director del ‘sovjós’ Lenin “a todas las fuerzas populares y patrióticas”. El último pretendiente es Maxim Suraikin, líder de Comunistas de Rusia, organización alternativa al PC que en las parlamentarias de 2016 obtuvo el 2,27% de los votos.
El comienzo de la campaña electoral ha coincidido con una serie de juicios por corrupción contra altos funcionarios. Las condenas dictadas han sido interpretadas por algunos observadores como publicidad a favor de Putin, ya que se trata de demostrar que el Kremlin combate eficazmente la corrupción que tanto irrita a la población. Entre los sentenciados a largas penas figuran los exgobernadores Alejandr Joroshavin (13 años de presidio) y Nikita Belij (ocho), y Alexéi Uliukáyev, exministro de Economía (también ocho). Además, ha sido descabezada Daguestán, república norcaucásica en la que sus dirigentes han sido arrestados y conducidos a Moscú; ahora, el jefe máximo es allí un ruso, exdirector de los servicios de seguridad.
En el descabezamiento de Daguestán algunos ven no solo la lucha contra la corrupción, sino también una advertencia velada a las otras repúblicas caucásicas y en especial a Chechenia, donde Ramzán Kadírov hace lo que quiere sin preocuparse demasiado por las directivas de Moscú.