Juega con la cabeza de un veterano y parece haber encontrado la fórmula de la eterna juventud para su cuerpo, superadas ya todas las pesadillas de lesiones. No hay quien pueda con Rafa Nadal, indiscutible número uno del mundo, campeón de este domingo también en Pekín, donde volvió a dejar su sello doce años después tras una final muy seria, manteniéndose ajeno a un nuevo show de Nick Kyrgios (6-2 y 6-1). Son ya 75 los títulos que lucen en su palmarés.
A sus 31 años, el mallorquín atesora ya nueve finales y seis títulos en un 2017 para enmarcar, recuperada la frescura en sus piernas y asentada su cabeza como una de las más privilegiadas de la historia del deporte. Ni siquiera un impresentable Kyrgios alteró la tranquilidad y la concentración de Nadal, ajeno a las discusiones que mantuvo el australiano con el juez de silla desde el primer juego.
Un éxito más para un tenista eterno, siempre bien rodeado, y cuyo tenis sigue emanando de sus brazos como el agua de una tubería rota. No ha sido una semana fácil para Nadal en la capital china, obligado a esforzarse al máximo en todos sus envites. Ni siquiera el claro marcador de la final lo logró paseando por una alfombra roja. Y es que el recuerdo de lo sucedido en Cincinnati estaba presente en la mente de los dos, victoria clara la del australiano en Ohio.
Impredecible, el talentoso Kyrgios ofreció su peor cara en la final, después de un torneo brillante. Con el australiano resulta imposible saber a qué atenerse y muy rápido comprobó el público que no se iba a divertir. Ya en el primer juego se fue del partido para no volver nunca. El reglamento le jugó una mala pasada, todo sea dicho, pero de ahí a perder los papeles hay un mundo. Empezó sacando Nadal y con 30-40 el juez de línea cantó fuera una bola que el ojo de halcón demostró luego que había entrado. Un juego que tenía ganado el australiano se convirtió en uno perdido. El show había comenzado y no iba a acabar hasta el final.