Un lateral izquierdo, reconvertido a central y rematando con la derecha. No hay mejor resumen de lo que está siendo Argentina en este Mundial. Pero sigue viva, clasificada de manera milagrosa para octavos de final gracias a su agónico triunfo frente a Nigeria. A última hora marcó Rojo, que agarró el teléfono y avisó a todos sus rivales que ponen rumbo a Kazán, donde les espera Francia en unos octavos con sabor a final.
La victoria en el último partido era lo único que alimentaba el sueño argentino de superar la primera fase tras los dos fiascos ante Islandia y Croacia. La victoria y el resultado del otro partido del grupo, que también sonrió a los sudamericanos gracias al triunfo balcánico. Todos los astros se alinearon para señalar el camino de la albiceleste. Todos menos Messi, que firmó su primer tanto en la cita mundialista pero al que se le vio demasiado desconectado del juego en los momentos decisivos.
Rojo se disfrazó de Peter Sellers y selló lo que parecía un milagro tras la goleada encajada por los de Sampaoli ante Croacia. Pero nadie debe dar por muerta nunca a una selección como Argentina, que conoce el sabor de la gloria, saboreada incluso con los peores paladares. Tampoco Francia, que partirá el sábado como gran favorita, pero que seguro que hubiera preferido medirse a Nigeria o Islandia.
El seleccionador argentino atendió a medias el reclamo de prensa y afición e introdujo algunas modificaciones en el once. El principal llegó en la portería, donde Armani, que debutó así como internacional, demostró ante Ighalo en los peores momentos de Argentina que debería haber sido titular desde el inicio del Mundial manteniendo a los suyos con vida. Todo lo contrario que Caballero, que no está para según qué cosas.
La presencia de Banega en el centro del campo también encendió alguna luz. El juego argentino pedía a gritos talento en la creación y antes del cuarto de hora de partido el sevillista ya se había asociado con Messi con un pase magistral, germen del primer gol de Leo en Rusia. Una jugada de fantasía, adornada con un control de ensueño del que sigue siendo el mejor futbolista del planeta.
La ventaja en el marcador pareció relajar a los argentinos, que se dedicaron a contemporizar. Jugaban con fuego, no sólo porque un gol de Islandia les dejaba fuera, sino también porque el empate de Nigeria no parecía ninguna quimera. De hecho, el empate se transformó en realidad tras una controvertida decisión de Çakir, que no consultó el VAR y señaló penalti por agarrón de Mascherano. Moses no falló y situó temporalmente a los africanos en octavos.
Contra las cuerdas, Argentina echó de menos el liderazgo de Messi, perdido entre la telaraña de la defensa nigeriana y sin apenas entrar en contacto con el balón. El nerviosismo se había apoderado de los suyos, escenificado en un Di María horrible, que acabó sustituido. Un cambio en el que Sampaoli volvió a sus orígenes, negándose a poner en el campo a Dybala y sacando a Meza, que no mejoró en exceso lo visto hasta ese momento.
El final del encuentro aparecía amenazante y era complicado imaginar un escenario en el que Argentina accediera a octavos. Tanto, que acabó por suceder de la manera más inverosímil. Centró Mercado y Rojo, con la derecha, remató de volea firmando un golazo y obrando el milagro. En Kazán se frotan las manos.