“Siento que me han quitado absolutamente todo: tenía una vida, clientes y, de repente, estoy en un vuelo con destino a Miami. ¿Qué voy a hacer ahora? No tengo ni idea”, contó al HuffPost la semana pasada.
Desde que el huracán María asoló Puerto Rico hace aproximadamente un mes, miles de residentes han abandonado el territorio estadounidense. Muchos se encuentran en la misma situación que Drahus Capo, sin saber cuándo o si siquiera podrán regresar.
La tormenta, que se cobró la vida de al menos 48 personas, ha dejado a casi los 3,4 millones de residentes sin electricidad y a más de un cuarto de ellos sin acceso a agua potable. Hasta ahora, la recuperación se ha centrado en la zona cercana a la capital. En el interior de la isla hay muchas áreas que permanecen inaccesibles, muchos supermercados no reciben productos frescos ni carne, y muchos hospitales y clínicas no tienen electricidad, lo que les obliga a depender de generadores poco fiables para prestar asistencia a los pacientes más vulnerables.
La vida en la isla se ha convertido en una lucha diaria y muchas personas se preguntan si encontrarán un futuro mejor fuera de sus fronteras.
Resulta complicado conocer el número exacto de puertorriqueños que han abandonado la isla y cuántos regresarán en un futuro, apunta Edwin Meléndez, economista y director del Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter College en Nueva York.
El periódico puertorriqueño El Nuevo Día estima que han abandonado la isla decenas de miles de personas y, según The New York Times, el Estado de Florida ha registrado más de 100.000 llegadas.
Meléndez y sus colegas, que han analizado anteriores movimientos migratorios de Puerto Rico, así como los planes de evacuación de Nueva Orleans después del huracán Katrina en 2005, calculan que entre 114.000 y 213.000 puertorriqueños acabarán abandonando el país.
Para poder irse y encontrar un lugar donde vivir hace falta tener recursos y contactos. Resultaba difícil conseguir vuelos después del paso del huracán, pues había cientos de personas en el aeropuerto más grande de la isla en San Juan, que se vio dañado y permaneció cerrado durante varios días.
“Nadie decide dejarlo todo porque sí y montarse en un avión con un puñado de ropa y lo que sea que te quepa en la mochila. Yo tengo suerte: tengo amigos [en el continente] y tengo ahorros. Pero muchas personas no tienen esa suerte”, señala Drahus Capo. Su madre, sin embargo, sigue viviendo en la isla. Está postrada en cama y precisaría de un servicio especial y costoso para poder viajar en avión.