Masones: la hermandad del misterio
Miembros del Grado 33 Activo del Consejo Supremo, en su templo madrileño. JAMES RAJOTTE.Los masones han sido perseguidos desde su fundación y llevan 300 años viviendo entre sombras. En pleno siglo XXI, la vertiente ortodoxa aún custodia arcanos, practica ritos medievales y no acepta mujeres en sus filas. ¿Sobrevivirán al futuro? Entramos en su territorio secreto en busca de respuestas. Los mandiles blancos delatan a los aprendices. Rubén brujulea entre ellos, colocando cestas de pan en la gran mesa en forma de U para el ágape que abrochará la reunión. Solo vendrán una veintena de los 40 miembros de la logia Phoenix. Los ausentes —y muchos asistentes— manifiestan pánico a salir en un reportaje. Tienen miedo de lo que puedan pensar sus familiares o sus jefes. En España, la mayoría oculta su condición. Pesan las leyendas negras y la memoria de la represión durante la dictadura franquista. Muy pocos lo confiesan en el trabajo, al contrario que en EE UU, donde se menciona en el currículo. Para muchos son una secta. Ellos lo niegan. “No tenemos dogmas y defendemos la libertad de pensamiento”. Trescientos años después de su fundación en una taberna de Londres, la fraternidad universal de los masones sigue envuelta en misterio. Viven entre sombras durante el día. Celebran cónclaves en la noche. Practican rituales medievales en los templos, custodiados por vigilantes que defienden espada en mano la entrada de cualquier profano intruso. Nadie, salvo ellos entre sí, sabe lo que son. Se reconocen mediante gestos. Tienen su propio lenguaje, preñado de simbología. Cuentan con un calendario y con una jurisdicción paralela para dirimir sus cuitas y, llegado el caso, dictar la expulsión. En pleno siglo XXI, la vertiente ortodoxa o “regular”, mayoritaria de la institución y reconocida por las grandes logias internacionales, mantiene entre sus reglas la creencia en un dios creador y la prohibición de admitir mujeres. Unas exigencias obviadas en las heterodoxas “obediencias irregulares”. Todos siguen asociados a cenáculos de poder y conspiraciones. “Soy consciente de la parte oscura que muchos ven en nosotros”, dice Rubén, el aprendiz. “Tendrán que pasar en España un par de generaciones para que desaparezcan los estigmas”.