Si hay algún mineral con propiedades clave para la vida y con un importante papel en la alimentar a la creciente población mundial, ese es el fosfato.
De él se extrae el fósforo que está presente en cada una de las células del ser humano porque es vital en los procesos bioquímicos básicos del cuerpo.
Podemos encontrarlo en la estructura del ADN, la membrana celular así como huesos y dientes y lo obtenemos a través de los alimentos que comemos.
Si nos centramos en la industria de la alimentación, los fosfatos son esenciales para producir los fertilizantes de los cultivos.
Y en un momento en que se prevé que las necesidades de víveres de la población mundial aumenten un 70% en los próximos años se entiende su relevancia de cara al futuro de la humanidad.
Sin embargo, el fosfato es un mineral escaso que además no se puede sintetizar en el laboratorio, es decir, no se puede producir de manera artificial. Hay que extraerlo de las rocas fosfóricas mediante procesos mineros.
Por si fuera poco, la explotación de este mineral está envuelta en un conflicto geopolítico desde hace más de 30 años: el del Sahara Occidental.
El periodista de la BBC Matthew Davies viajó hasta esta zona para conocer esta industria.
Un territorio en disputa
El Sáhara Occidental es un área escasamente poblada, en su mayoría desértica, situada en la costa noroeste de África.
Antigua colonia española, fue anexionada por Marruecos en 1975. Desde entonces ha sido objeto de una larga disputa territorial entre este país africano y el pueblo saharaui, liderado por el Frente Polisario.
La República Árabe Saharaui Democrática, declarada por el Frente Polisario en 1976, fue reconocida por muchos gobiernos y es miembro de pleno derecho de la Unión Africana.
La Organización de Naciones Unidas describe estos casi 270.000 kilómetros cuadrados principalmente de arena como un territorio no autogobernado, pero reconoce su derecho a llevar a cabo un referéndum de autodeterminación, que hasta la fecha no ha podido realizarse.
Una franja con minas terrestres y fortificaciones se extiende a lo largo del territorio en disputa y separa la porción occidental, administrada por Marruecos, de la zona oriental controlada por el Frente Polisario.
La mayor parte de la población saharaui huyó durante los 16 años de insurgencia -hasta que en 1991 la ONU promovió una tregua- y vive en campos de refugiados en Argelia.
“Si nos fijamos en un mapa de Marruecos, [para ellos] el Sahara solo es una provincia del sur”, explica Stephen Zunes, profesor de política y estudios internacionales en la Universidad de San Francisco, mientras analiza la compleja historia de la región del Sáhara Occidental.
Pero este territorio es hogar de reservas de fosfato y ricas zonas de pesca en su costa, también se cree que el Sáhara Occidental aún no ha explotado depósitos de petróleo en alta mar.
Control de las minas
A día de hoy Marruecos no solo controla las principales ciudades y los ricos bancos de pesca que hay a lo largo de la costa del Sahara Occidental, también la extracción del mineral.
Por eso, el dominio de este recurso se ha vuelto en una cuestión más allá de lo económico, dadas las cuestiones legales y la disputa de soberanía nacional que pesa sobre este territorio.
Los fosfatos representan el 20% de las exportaciones de Marruecos -que junto con China y Estados Unidos acaparan la mayor parte de la oferta- y tienen un peso de aproximadamente el 5% de su PIB, al tiempo que controla tres cuartas partes de las reservas de fosfato de buena calidad que quedan en el mundo.
La empresa minera que explota el fosfato, OCP Group, es de propiedad estatal.
Solo la mina de Khouribga, la explotación de fosfatos a cielo abierto más grande del mundo, produce 35.000 millones de toneladas de fosfatos al año.
Una reserva estratégica que le otorga a este país africano mucha responsabilidad en el precio y que es comparable, según algunos expertos, al poder que tiene Arabia Saudita con la cotización del petróleo.
Pero en los últimos años, el Frente Polisario ha puesto en su punto de mira los cargamentos de fosfatos que salen del Sahara Occidental.
No los reclama con armas, sino con argumentos y recursos legales.
Mohamed Kamal Fadel, representante del Frente Polisario en Australia, explica la estrategia legal que su organización ha utilizado para garantizar que la República Árabe Saharaui Democrática pueda reclamar los fosfatos que considera suyos.
El plan parece estar teniendo sus frutos.
Ningún cargamento de fosfatos extraídos en territorio saharaui ha cruzado el cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica o el canal de Panamá por temor a que surjan problemas o se puedan interponer acciones legales, dice.
Pero es que además, cuenta Fadel, su organización ya ha convencido a 15 compañías para que no compren fosfatos a la empresa estatal marroquí.
También las empresas de transporte se han mostrado más reacias a hacer el trabajo.
Por todo, existe la esperanza de que Marruecos se siente a negociar un acuerdo más formal con los saharauis.
“Somos optimistas respecto a este plan”, dice Fadel.
La BBC se puso en contacto con las autoridades marroquíes pero no hubo ningún funcionario disponible para hablar sobre el tema.
El medio ambiente y los fosfatos
Más allá de las disputas geopolíticas, lo cierto es que podría decirse que uno de los mayores problemas con los fosfatos en los últimos 60 años es que han sido demasiado baratos y abundantes.
No ha habido ningún incentivo para usarlos con moderación.
Solo una pequeña fracción es realmente absorbida por las plantas, y gran parte es arrastrada por la lluvia.
Y este exceso de fertilizantes que se lavan en los sistemas fluviales, tanto de fosfatos como de nitratos, ha creado un problema ambiental desagradable: la eutrofización.
Aquí es donde los abundantes nutrientes alimentan las algas en ríos y estanques, creando flores que hacen que el agua se vuelva verde.
Luego, las algas mueren, proporcionando una fiesta para los microbios, que a su vez se multiplican y succionan el oxígeno del agua, matando a todos los peces y otros animales y plantas.
Es un problema común en los tramos más bajos de los principales ríos, como el Támesis y el Rin en Europa, y el Yangtze en China.
Floraciones de algas similares ocurren en nuestros océanos, donde grandes áreas, especialmente el Mar Báltico y el Golfo de México, se han convertido en “zonas muertas”.
Puramente desde una perspectiva ambiental, el precio de los fosfatos ha sido claramente demasiado bajo en las últimas décadas.
Quizás la escasez de la oferta haga cambiar esto en los próximos años, aunque los problemas, podrían llegar de la mano de unos cultivos mundiales menos eficientes.