Una trompeta de caracol marino y la exclamación “¡guelaguetza!” (palabra zapoteca para decir ofrenda) anunciaron un hallazgo histórico, se trataba de la “tumba más rica de América”, como la definió el arqueólogo Alfonso Caso,gracias a los 600 objetos, entre piezas de oro, plata y huesos de animales con finos grabados tipo códice que se encontraron en la Tumba 7 de Monte Albán.

Era el 6 de enero de 1932 y con este hallazgo, Caso y su equipo marcaron el desarrollo de la arqueología mexicana, pues supuso el precedente para la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Con motivo de los 80 años del INAH, el instituto se dio a la tarea de renovar la Sala Tumba 7, en el Museo de las Culturas de Oaxaca, Ex Convento de Santo Domingo de Guzmán. 

La sala está dedicada precisamente a mostrar los objetos encontrados en la tumba de Monte Albán, en donde – al parecer- los mixtecos del periodo Posclásico eligieron al recinto “como un santuario subterráneo para el culto a los antepasados: una cueva o cahualugar sagrado de entrada al inframundo y de inicio de la vida”.

En esta tumba se depositaban bultos sagrados, “tnani”, con reliquias de ancestros con efigies de deidades y objetos de gran valor, distintivos del linaje de los mixtecos. Enterraban ahí a sus nobles y les dedicaban los exquisitos objetos que representan a deidades.

Los tesoros que contenía la tumba, y que ahora pueden verse en la sala del museo bajo el nombre de  El lugar de los ancestros. Ta’ta ñuu ana’a, son piezas de concha, coral, perlas, azabache, oro, plata, cobre, ámbar, obsidiana, turquesa, barro y dientes.

Así luce ahora la Sala dedicada a los hallazgos en la Tumba 7 (Foto Héctor Montaño / INAH)

Así luce ahora la Sala dedicada a los hallazgos en la Tumba 7 (Foto Héctor Montaño / INAH)

Todas esas piezas dan cuenta del esplendor del arte mixteco. “En aquellos pocos metros cuadrados se conjuntaban tiempos, espacios, culturas, linajes, y cerca de mil 300 años de historia”, dijo durante la reapertura de la sala Diego Prieto, director general del INAH.

“Hoy comprendemos aquí, en El lugar de los ancestros, que la Tumba 7 fue erigida por los zapotecos y reutilizada más de mil años después por los mixtecos para depositar en ella sus bultos sagrados en ceremonias de ofrecimiento, adivinación, conmemoración y culto”, añadió Prieto.

Los tesoros de la tumba

Algunos de los objetos destacados en la muestra, que desde hace 20 años no eran sometidos a un proceso de restauración, son tres urnas zapotecas (halladas en la antecámara de la tumba) que representan a deidades como Cocijo.

Un cráneo cubierto con turquesas, representación de Mictlantecuhtlio el “Señor del inframundo”, se ha convertido en una de las piezas icónicas.

En palabras de Diego Prieto, la Mascarilla en oro de Xipe Tótec, “nuestro señor el desollado es quizá la pieza más bella de las que estaban en la tumba”.