PARÍS. ¿Fue la muerte de Lady Di un asesinato orquestado? ¿Hay una organización de “Iluminati” que manipula a la población? Estas teorías del complot han calado entre más de un tercio de los franceses, según una encuesta que alerta del peso político de estas “verdades alternativas”.
Según este estudio de la firma demoscópica Ifop y la organización ConspiracyWatch para la Fundación Jean Jaurès, un 27 % de los franceses está “totalmente de acuerdo” con que los “Iluminati” (grupo secreto popularizado por la literatura de ficción) mueven los hilos de la sociedad.
Uno de cada tres entrevistados está convencido de que Diana de Gales fue asesinada y hasta el 43 % cree que la industria farmacéutica y el Ministerio de Sanidad están compinchados para esconder los perjuicios de las vacunas.
En menor escala, otras teorías, como el complot sionista o la implicación del Gobierno estadounidense en los atentados del 11 de septiembre de 2001, son asumidas como realidades ocultas por uno de cada cinco franceses.
Estas convicciones son el reflejo de una época, según el director de ConspiracyWatch (CW), Rudy Reichstadt, que matiza que no es algo exclusivo de Francia.
Un estudio elaborado en el Reino Unido el pasado verano mostraba que la corriente de opinión complotista en varios países europeos y en Estados Unidos ha dejado de ser marginal.
“Hay un vínculo entre el éxito de estas teorías del complot en el espacio público e internet, que les da una posibilidad de amplificación considerable. Ya existían antes, pero ahora tienen más adeptos”, señala Reichstadt a Efe.
Este sondeo, que se realiza por segundo año consecutivo, permitirá a largo plazo ver si el número de complotistas crece o disminuye.
A modo de ejemplo, solo un 2 % de los preguntados dos días después del atentado contra el semanario satírico “Charlie Hebdo”, en enero de 2015, pensaba que este había sido organizado por el Gobierno; días después del ataque en el mercado navideño de Estrasburgo, el pasado mes de diciembre, el 10 % de los franceses veía detrás la mano del Estado.
Si bien la mitad de la población se muestra hermética a estas ideas, un 21 % cree en seis, siete o más de estas teorías y un 27 % da por ciertas entre dos y cuatro de ellas.
Los investigadores franceses arremeten contra YouTube y Facebook, cuyos algoritmos facilitan el visionado de vídeos que dan pie a estas teorías, capaces de mantener al espectador enganchado durante más de media hora, base de su modelo económico.
Aún con más dureza denuncian la falta de ética de plataformas como Netflix o Amazon, que pagan a quienes realizan documentales que prometen “revelar la verdad”, participando en la “financiación de ideas extremistas”.
Como otros tabúes, el de las teorías de la conspiración se ha roto en los últimos años.
“La mayoría de la clase política se mantenía alejada de estas ideas, pero desde hace dos o tres años presenciamos cómo para algunos resulta evidente acudir a estas temáticas, sobre todo en materia de política internacional, en discursos sobre Siria, Ucrania o Venezuela”, apunta Reichstadt.
El estudio desglosa las preferencias políticas de los “conspiranoicos”: un 27 % es simpatizante de la líder ultraderechista Marine Le Pen y un 20 % del izquierdista Jean-Luc Mélenchon, frente al 10 % que votó por Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de 2017.
“Se trata de la explosión del debate racional en el espacio público. Cuando un responsable político de primer orden juega con estas teorías, envía un mensaje de banalización a sus simpatizantes y rinde un pésimo servicio a la democracia”, critica el director de CW.
La creencia en estas “verdades alternativas” se produce en mayor medida entre menores de 35 años y en los hogares con menos recursos, pero también entre quienes creen en el espiritismo y quienes sienten haber fracasado en la vida, según la encuesta.
“El conspiracionismo sería un rasgo recurrente de la personalidad de estos ‘perdedores radicales’ (en referencia al término del pensador alemán Hans Magnus Enzensberger), pues les permite presentarse a sí mismos como víctimas de una maquinaria urdida por fuerzas oscuras responsables de su fracaso”, señala el informe.
Sus autores instan a la prensa a apostar por verificar los hechos, lo que, aunque no logrará convencer a los dogmáticos, sí podría hacerlo con los indecisos.
“La contraargumentación permite no solo decir si algo es falso o verdadero, sino también ver de dónde viene esa teoría o a quién beneficia. El complotismo no es una cuestión de paranoicos, es un discurso político y hay que deconstruirlo como tal”, zanja Reichstadt.