El cerebro es un órgano tremendamente delicado. Cualquier problema en su interior de esta amalgama de pliegues puede tener consecuencias fatales en el organismo, ya sea a nivel sensitivo, de movilidad, de memoria…
Las enfermedades neurodegenerativas tales como el alzhéimer o el párkinson están en el punto de mira de los científicos, y todos los meses se anuncio un nuevo avance contra estos problemas. Sin embargo, existe otra enfermedad relacionada con el cerebro que cada vez preocupa más a los médicos: los ictus o infartos cerebrales. Cada vez hay más casos de ictus y cada vez en personas de una menor edad; datos que han hecho saltar las alarmas entre la comunidad médica.
Los síntomas de un ictus
Un párpado caído, visión doble o cambios en la visión, dolor ocular, adormecimiento de un lado del cuerpo… Los síntomas de un infarto cerebral son diversos y, en algunos casos, acaban pasando inadvertidos o siendo minusvalorados por aquellos que lo sufren y quienes están a su alrededor.
Lo que empieza siendo unos simples “puntitos” en la visión, puede terminar convirtiéndose en un accidente cerebrovascular de gravedad. De hecho, si por ejemplo un aneurisma cerebral (ensanchamiento de una arteria del cerebro) se rompe, pueden aparecer síntomas más graves: dolor de cabeza súbito, vómitos, cuello duro, pérdida del conocimiento… y, como apuntan desde la Biblioteca Nacional de Medicina de los EE. UU. (NIH), “cualquiera de estos síntomas requiere atención médica urgente”.
Y es que según datos de la Sociedad Española de Neurología el ictus (también conocido como Accidente Cerebro Vascular (ACV), embolia o trombosis) es la primera causa de mortalidad en España entre las mujeres y la segunda en hombres. O lo que es lo mismo, cada año se detectan 120.000 nuevos casos, uno cada seis minutos, de los cuales acaban falleciendo 40.000. Un dato que no solo alarma en nuestro país, pues en Europa los casos de muerte asociada a accidentes cerebrovasculares asciende a 650.000 personas cada año.
¿Qué es exactamente un ictus?
El cerebro está muy irrigado por venas de distinto calibre, de manera que el oxígeno llegue a nuestro órgano más importante, de manera continua. Cuando una parte del cerebro deja de disponer de sangre oxigenada los fallos se hacen patentes en todo el cuerpo: desde la vista hasta la movilidad muscular. Un accidente cerebrovascular es precisamente eso, una interrupción en alguna parte del cerebro del suministro de oxígeno y nutrientes a través de la sangre. Y a nivel médico existen dos tipos distintos: isquémicos y hemorrágicos.