Litio, el oro del siglo XXI

Un sábado a primera hora de la mañana en La Paz, Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, me recibe en la espaciosa antesala de su despacho, que da a la plaza Murillo. El político –56 años, cabello canoso y porte gallardo– es conocido en su país como un comprometido ideólogo marxista. Pero hoy va a cantar las alabanzas del capitalismo.

 

Pozas de evaporación

Pero, como él bien sabe, ningún discurso en defensa del litio como salvación económica de Bolivia estaría completo sin una mención a su origen: el salar de Uyuni. Los más de 10.000 kilómetros cuadrados de esta llanura salina, uno de los paisajes más fabulosos del país, se verán casi seguro alterados –cuando no dañados irreversiblemente– al extraer el recurso que subyace bajo su superficie. Por eso me habla del salar con afán tranquilizador, casi con reverencia. «¿Ha estado usted en el salar de Uyuni?», me pregunta.

Cuando respondo que pronto partiré hacia allí, él parece embargado por la nostalgia. «Cuando llegue –me indica–, vaya una noche al centro del salar. Extienda una manta en el suelo y ponga música. Pink Floyd. Ponga Pink Floyd. Y contemple el firmamento». El vicepresidente hace un gesto con la mano para denotar que el resto será evidente.

 

 

Proyecto piloto

Lo que sí podemos afirmar es lo siguiente. Primero, que por debajo del salar más vasto del mundo yace otra maravilla: uno de los depósitos de litio más grandes de la Tierra, quizás el 17 % del total del planeta. Segundo, que el Gobierno de Bolivia –donde el 40 % de la población vive en la pobreza– ve en la explotación de sus reservas de litio una forma de salir del callejón sin salida de su infortunio. Y tercero, que dicha vía de escape que parte por la mitad el salar de Uyuni, en gran medida prístino, es totalmente nueva e inexplorada y a la vez (para los bolivianos, que viven en un país cuajado de proyectos mineros saqueados y ambiciones hurtadas) sospechosamente conocida.

MM8626 180421 012323. Una tarea ardua

La Bolivia de hoy sigue encadenada a su pasado. El primer presidente aimara del país, Evo Morales, que asumió el poder en 2006, se refería en su última toma de posesión a los «500 años de sufrimiento» por culpa del colonialismo español, un reinado de esclavitud y aniquilación cultural que concluyó hace casi dos siglos. La geografía y la mala gobernanza conspiraron desde entonces para frustrar la reinvención de Bolivia. Las perspectivas económicas del país sufrieron un varapalo cuando este se quedó sin salida al océano Pacífico en 1905 tras perder una guerra contra Chile. Mientras sus vecinos Brasil y Argentina crecían poco a poco en prosperidad, Bolivia soportaba décadas de golpismo militar y corrupción. Las dos grandes poblaciones indígenas, los quechuas y los aimaras, siguen todavía hoy relegadas al estatus de casta inferior por la élite dirigente de ascendencia europea.