Los casi 400 millones de euros pagados el 15 de noviembre por un Da Vinci de 65×45 cm serán considerados una formidable inversión en unos años. Lo dice bajo anonimato un subastador francés, convencido de que “detrás de la compra no hay un coleccionista fanático ni un nuevo rico sinodos fondos de inversión. Y un pool de museos, seguramente asiáticos o del Golfo”.
Existen dos tipos de economistas: los que hacen pronósticos públicos –y casi siempre yerran– y los que reservan sus conocimientos al cliente. Como el market maker –así los llama la jerga– que habría organizado la compra de Salvator Mundi, el Da Vinci que reventó récords. El coordinador, los responsables de ambos fondos y de los museos implicados sabían lo que querían.
Existe la duda legítima sobre la autoría de la obra de Da Vinci
Entre los 27.000 seguidores de la subasta por internet –otro récord–, había coleccionistas y nuevos ricos, pero inhibidos por la duda legítima sobre la autoría de la obra. Porque aunque Martin Kemp, gran especialista en Da Vinci, le atribuyó en el 2008 este cuadro –vendido por 45 libras esterlinas en 1958 tras su recuperación por la restauradora bien llamada Modestini, las opiniones reticentes eran igual de autorizadas que la de Kemp. Es más: en 2011, cuando la National Gallery lo incluyó en su exposición Leonardo da Vinci painter of the court of Milan, voces autorizadas impugnaron su origen.
De hecho, ni Qatar, que por ejemplo pagó 250 millones de dólares en el 2012 por un Cézanne, parecía dispuesto a soltar 200 por el Da Vinci restaurado. Y, para más confusión, quien lo adquirió en el 2013, tras otra discreta transacción privada, fue un transportista de arte de Ginebra, Yves Bouvier, con dinero del oligarca ruso Dimitri Rybolovlev.
Fue Rybolovlev, conocido por presidir el club de fútbol Mónaco y protagonizar el divorcio más caro de la historia, quien recibió en directo la oferta y la comunicó a Bouvier. El intermediario de la transacción no quiso comprometerse: advirtió a su cliente por escrito – Le Monde consiguió una copia– de que no era una buena inversión ni lo sería jamás. Y “quien pague demasiado dinero por ese cuadro será objeto de burla en el mercado”.
Quien rió fue Rybolovlev: los 85,2 millones de euros que autorizó a pagar por el Da Vinci se le han más que cuadriplicado. Si se suman los 180 millones que logró por el futbolista Mbappé, el 13 de enero podrá festejar debidamente el año nuevo ruso.
¿El comprador podrá recuperar la inversión?
Pero ¿cómo recuperará su inversión el comprador? En el mundillo francés de las subastas, el récord de Salvator Mundi no impresionó tanto por la cifra como por el hecho de que una obra del siglo XVI, religiosa por añadidura, fuera subastada en una sesión dedicada al arte contemporáneo. Y encima obtuvo las dos terceras partes de los 664 millones totalizados por los 49 lotes.
Thierry Ehrmann, fundador de Art Price, banco de datos líder de información y cotizaciones sobre arte, proporciona otras cifras que marean: cada día abre un museo en el mundo, y del 2000 al 2015 nacieron más que en los dos siglos precedentes. Además, los museos no son ya depósitos de obras recorridos por más estudiantes, historiadores del arte y copistas que público; por contra, convertidos en sala de espectáculos con su taquilla, las colecciones importan a veces menos que las muestras temporarias, que salvan el presupuesto anual.
Dos grandes recursos: un edificio (caso Guggenheim de Bilbao) o un cuadro fetiche. Ante la conmoción de Salvator Mundi, Ehrmann echó cuentas sobre la célebre Mona Lisa, encontrada en el equipaje del difunto huésped de Francisco I y que, florón del Louvre, hoy explica el 18% de las entradas que vende el museo.
Sobre esa base, la misteriosa sonrisa podría ser evaluada, si saliera al mercado, en unos 2.200 millones de euros: dato importante para especular sobre el destino –especulativo en el mejor de los sentidos– de Salvator Mundi. Sus nuevos propietarios podrán alquilarlo a un museo y/o museos que se asocien para exhibirlo en rotación y, al cabo de seis o siete años de taquillazos, comprarlo por el precio residual.
Si las cosas suceden de tal manera habrá que concluir que, si no para al mundo, el Salvator habrá salvado varios bolsillos. Carlos I de Inglaterra lo tuvo en su colección por amor al arte, pero habrá habido varias transacciones hasta 1900, cuando resurgió en la Cook Collection de Richmond. ¿Alguien borró la primitiva atribución? Porque cuando Sotheby’s lo saldó por 45 libras en 1958, se habló solo de “un seguidor de Leonardo”.
El cuadro, del siglo XVI, se vendió por casi 400 millones en una subasta dedicada al arte contemporáneo
En el 2005, tres marchantes, por tanto conocedores, se unieron para pagar 10.000 dólares por una obra visiblemente maltratada por restauraciones ineficaces. Sabían que habían circulado hasta veinte versiones y que, desde 1908 y el hallazgo de Madona Benois, no había aparecido ningún Da Vinci. Pero lo trataron como un cuadro importante. Por eso lo confiaron a Dianne Modestini, ex restauradora del Metropolitan Museum of Art y profesora de la New York University. Tres años de trabajo fueron necesarios para eliminar atrocidades y dejar respirar el original. Martin Kemp lo bendijo en el 2008.
Hubo aún esa transacción privada por menos de 75 millones de euros; la operación posterior al oligarca ruso y, en fin, el desenlace espectacular del 15 de noviembre.
Thomas Kaplan, único coleccionista privado con diez Rembrandt y de quien se habló mucho el año pasado cuando puso de acuerdo al Louvre y el Rijksmuseum de Ams-terdam para venderles por 160 millones de euros, dos retratos del maestro, lo toma con calma. En Le Figaro, Kaplan se sorprende de que “se hable tanto del precio del único Da Vinci en manos privadas cuando los Warhol se venden por centenas y pueden alcanzar el millón de dólares la unidad”. Todo esto para dar a entender que, con sólo treinta Rembrandt en manos privadas, los dos museos que compraron sus retratos habrían hecho un buen negocio.