Decía llamarse Gerano Antonio Materán Flores, y haber nacido en Dolores (Barinas, Venezuela), pero era Carlos García Juliá, uno de los ultras de la matanza de los abogados de Atocha.  Su detención en São Paulo ha sido el final de una travesía y fuga de veinticinco años por Suramérica.

En la rueda de prensa conjunta de la Policía Federal brasileña y la Policía Nacional española, con presencia también del Cónsul General de España en São Paulo, Ángel Vázquez Díaz de Tuesta, el superintendente de la Policía Federal en São Paulo, Disney Rossetti, confirmaba que una vez que recibieron la circular roja –las órdenes judiciales de busca y captura– de la Interpol, entraron en acción: “Los trabajos se iniciaron en el mes de mayo de este año, cuando, una vez recibida la circular, detectamos la presencia de este criminal en Brasil”.

Tras enviar España la orden de prisión, la Policía Federal tuvo que remitirla al Tribunal Supremo. En cuanto el Supremo lo autorizó, ejecutaron la detención. El comisario Marcos Frías (Policía Nacional), responsable de las investigaciones, reconocía que “las identidades falsas han complicado bastante la investigación”. Explicando el mecanismo operativo, señaló que estuvieron “cruzando datos con colegas de Argentina, Venezuela, Chile, y afortunadamente con Brasil es cuando tuvimos la suerte de encontrar la pista importante”.

Sabiendo que podía estar utilizando documentación falsa, la Policía Federal realizó numerosos análisis de sospechosos en la base de datos del Registro Nacional de Extranjeros, y acabaron dando con él y con dos direcciones anotadas. En una ya no vivía, y en la otra, en el barrio de Barra Funda (São Paulo), es donde le detuvieron el pasado miércoles 5 de diciembre al final de la tarde. Fue debajo de su casa, a pie de calle, y en un primer momento negó ser García Juliá. Vivía con una mujer brasileña y aseguraba ser conductor de Uber. El dato también figura en su currículum.

El periplo de 25 años del pistolero ultra

La travesía suramericana de García Juliá comenzó en Paraguay, tras la maniobra para aprovechar el vacío que le ofreció la Justicia española. Corría el año 1994. Solo había cumplido 14 años de prisión. Una oferta laboral como gerente de la naviera Trafumar S.R.L. (sociedad de responsabilidad limitada), le abrió el camino. La empresa aún figura en los datos de la Hacienda paraguaya, según la Subsecretaría de Estado de Tributación. Paraguay, entonces, era territorio amigo para ultras como él. La extrema derecha aún campaba a sus anchas.

A esas alturas, aún podían encontrarse ascuas de la dictadura militar. Seguía activo todavía además el Partido Nacional Socialista Paraguayo, de ideología fascista, comandado por Dardo Castelucho, colaborador del régimen de terror instaurado por el general Alfredo Stroessner. La transición democrática, tras la marcha de Stroessner a Brasil después del golpe de estado que le derrocó, fue contenida y parsimoniosa. El ambiente en Asunción era propicio para una convención de ultraderechistas expatriados. Pero García Juliá no había aterrizado allí con la intención de echar raíces en suelo paraguayo, aunque ejerció de gerente de pymes, según la información que él mismo ofrecía en su biografía, y de consultor de importación y exportación.

En 1996, sus actividades al margen de la ley le llevaron a dar con sus huesos en la cárcel de Palmasola (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia), un territorio sin más ley que la de las propias cuadrillas allí recluidas, en el contexto de otra endeble democracia que aún tenía muy presente el rodillo de los coroneles y los generales. En su ficha de ingreso en prisión figuraba como dirección la calle René Moreno, 70, en pleno centro de Santa Cruz, una ciudad del llano que estaba en pleno apogeo poblacional y económico en aquellos años. Figuraba aún con su nombre real. Estaba condenado por tráfico de drogas, por trata de blancas y por financiación de grupos paramilitares.

Sin embargo, otro permiso por libertad condicional, en 1999, volvió a darle la oportunidad de huir. Desde Santa Cruz de la Sierra la distancia con la frontera brasileña es de poco más de 600 kilómetros, por el estado de Mato Grosso do Sul, con buenas comunicaciones. A 400 kilómetros volvía a tener también la frontera paraguaya, donde mantenía los contactos que le habían llevado hasta Suramérica. Fácil escapatoria teniendo en cuenta los controles fronterizos de la época en esa región. Decidió entonces dejar atrás su nombre y sus apellidos. Pero sucede que García Juliá entró a Brasil en 2001 por Pacaraima (estado de Roraima), llegaba desde Venezuela.

La Policía Nacional declaró que a partir de entonces se le ha seguido la pista también por Chile, varias veces por Argentina (entre 2005 y 2010) y de nuevo por Venezuela. Su solicitud en el Registro Nacional de Extranjeros en Brasil es de 2009. Tanta movilidad puede que le haya facilitado la labor a la Policía Federal en la búsqueda de sospechosos.

Eligió residir finalmente en São Paulo, una megaurbe cosmopolita, con más facilidad para pasar desapercibido. Además de Uber, su curriculum –con su nombre venezolano falso– menciona un ramillete de experiencias profesionales en Brasil: consultor de las empresas de telefonía móvil VIVO y TIM, consultor de exportación agrícola e investigador industrial.

La detención de García Juliá es un éxito más de una de las policías de investigación más importantes del mundo. Gracias a la Policía Federal, Brasil es uno de los países claves para la Interpol. La organización internacional se ha llegado incluso a fijar en los procedimientos internos de la Policía Federal para alguna de sus últimas reestructuraciones.

En 2011, el Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff anunciaba que la Interpol adaptaba para los 191 países miembros –ahora ya son 194– el “Manual Brasileño de Investigaciones de Fugitivos” de la Policía Federal brasileña, creado nueve años antes. El documento contiene, entre otros puntos, técnicas que utilizan métodos modernos de investigación, identificación biométrica, análisis de informaciones, análisis de perfiles criminológicos y psicológicos, planificación de investigaciones, y la mejora del rastreo a través de bancos de datos y relación multilateral entre autoridades judiciales para optimizar las alertas rojas [red notice, circular roja].

Carlos García Juliá ha vuelto a ser Carlos García Juliá con esta nueva detención y su retorno a las páginas de los periódicos. São Paulo ha sido el final de su travesía y fuga suramericana, que en España ha significado colocar el foco, una vez más, sobre uno de los episodios más traumáticos de la Transición.