“Licencia administrativa” es el elegante eufemismo que la casa de estudios eligió para suspender a uno de los más célebres profesores que recorren los claustros de la Universidad de Harvard. Se trata de Jorge I. Domínguez, quien fuera vicerrector para asuntos internacionales. de ese centro académico. Pero esa “licencia administrativa” tardó, quizás, demasiado tiempo en llegar. Casi 40 años tarde.
La primera en denunciarlo por conducta sexual inapropiada fue Terry Karl, cuando no existían movimientos como el de #MeToo. Y hacer una acusación por acoso comprendía una pesadilla para la propia víctima. Apenas el numeral (#) se utilizaba para los números telefónicos en los Estados Unidos. A las redes sociales tampoco nadie las había pensado siquiera.
A comienzos de los años 80, Karl indicó a las autoridades de Harvard que un profesor senior provocaba incómodos avances sexuales contra ella. Era asistente de profesor y veía cómo su carrera en esa casa de altos estudios estaba en peligro por el acoso del célebre académico. Finalmente, decidió poner punto final a su vida en esa universidad. Renunció.
Las quejas de Karl se sucedieron, una tras otra, entre 1981 y 1983. Domínguez, según su narración, la tocaba una y otra vez de manera inapropiada. Incluso intentó besarla. En una oportunidad, el profesor deslizó su mano por la falda de la joven mujer y le susurró mientras intentaba besarla que sería el próximo director.
Pero a lo largo de los años, las denuncias contra Domínguez crecieron. Una tras otra, por separado, pero con el ingrediente del acoso sexual como común denominador. Harvardseguía imperturbable ante las acusaciones. Ante la apatía del centro por arribar a la verdad, muchas mujeres abandonaron sus intenciones de ver castigado al profesor experto en asuntos de América Latina. Bajaron los brazos.
Pero a partir del movimiento #MeToo algo cambió. Incluso con esos casos archivados, llenos de polvo, que todos creían olvidados. Los casos comenzaron a hilarse, uno tras otro, hasta llegar a la conclusión que Domínguez no tenía una conducta intachable. Fueron diez los casos de mujeres que tenían algo que decir -nada bueno- contra el profesor. Diez.
Ayer domingo Michael D. Smith, el decano de la Facultad de Artes y Ciencias decidió firmar la “licencia administrativa” para el profesor, según publicó la revista Harvard Crimson. No pueden expulsarlo directamente porque es titular y debe ser una decidión más amplia. En el último número de la famosa publicación, Domínguez intentó una defensa. Dijo que se comportó de manera “honorable” en todas sus relaciones.
“Traté de comunicarme tanto respetuosamente como efectivamente. No voy por allí haciendo avances sexuales. Cualquier comportamiento por el estilo lo hubiera rechazado bajo cualquier circunstancia. Ha habido una terrible mala interpretación de lo que sea que haya estado haciendo. No puedo imaginarme tratando de lastimar a alguien a quien debía ayudar“, dijo el académico. Diez mujeres coincidieron en que su comportamiento fue de carácter sexual.
El curriculum de Domínguez es extenso. Muy extenso. Ha publicado todo tipo de estudios en los más prestigiosos centros académicos. También es consejero senior del Centro David Rockefeller y permanente colaborador de otros puntos académicos.
Harvard está en shock por la revelación (pública) del caso. “Este es un momento difícil para nuestra comunidad“, dijo el rector Alan M. Garber al Chronicle of Higher Education. Los estudiantes están preocupados. Creen que Domínguez debería ser expulsado definitivamente de la institución. #DominguezMustGo (Domínguez debe irse) es la tendencia que los alumnos impusieron en la social vida académica.
Por el momento Harvard no respondió a este hashtag. Y Domínguez seguirá dictando cátedra, como un célebre profesor.