En Venezuela el festejo de la Navidad no es lo mismo de antes. Raiza Escobar, profesora jubilada de 61 años, comenzó a comprar a cuentagotas especias y frutos desde noviembre. Solo de este modo ha podido preparar unas pocas hallacas, el plato típico de diciembre en el país con las mayores reservas de petróleo del planeta. “Los aliños pude obtenerlos con el dinero me pagaron los aguinaldos [la paga extraordinaria de diciembre]. Todo lo gasté en eso”. La hiperinflación y la escasez atentan contra las fiestas navideñas: el mes pasado los precios crecieron a un ritmo del 144%, según los cálculos de la opositora de la Asamblea Nacional ante la opacidad gubernamental. Y las familias venezolanas se las ven y se las desean para poder comprar lo necesario para celebrar estas fechas.
Las rebajas son extrañas en Venezuela: todo aumenta de precio a una velocidad incontrolable. “Compré las aceitunas en 1.990 bolívares soberanos a finales de octubre y ahora están a 14.000”, recuerda Raiza. Los alimentos son una apuesta inalcanzable en la, por mucho, economía con peor desempeño de América Latina. Un pan de jamón, otra comida típica de las cenas del Nochebuena y fin de año supone un desembolso superior al salario mínimo. Una obrera como Coromoto Gómez, madre de tres niños, tendría que empeñar el trabajo de un mes y conseguir 1.000 bolívares adicionales para colocar uno en su mesa. Ella confiesa que tuvo que vender un viejo televisor para poder “comer algo diferente” a un plato de arroz y granos este lunes. “Antes no teníamos problemas, pero ahora somos esclavos de la inflación. Mis hijos se preocupan más por lo que comerán que por los juguetes”, asegura.
En estas circunstancias, muchas asociaciones se dirigen a atender la carestía de alimentos. EL pasado fin de semana, Alimenta la Solidaridad obsequió a varias familias de comunidades pobres con cientos de panes de jamón preparados voluntarios. Pero la ayuda no llega a todos: Gómez, que vive en el popular barrio de Petare, no goza de ningún tipo de asistencia. En su comunidad, los organizadores del programa gubernamental CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción) repartieron unos perniles a costos subvencionados que tuvieron que partir en dos ante el déficit. La misma denuncia se produjo en varias provincias venezolanas.
La degradación de la sexta mayor economía de América del Sur imposibilita la compra de los jamones a precios del mercado para muchos. “No queremos dádivas, sino poder ganar bien y comprar lo que necesitemos”, agrega Gómez. Pero en Venezuela no siempre se puede adquirir lo que se desea, sino lo que está disponible. En una juguetería de Galerías Ávila, en la urbanización Candelaria de Caracas, unas muñecas expuestas en un mostrador semivacío están en venta con carteles que advierten explícitamente de fallas en sus funciones. En ese centro comercial solo hay pasillos desolados, pero en otro extremo de Caracas, en el bulevar de Sabana Grande, las tiendas están abarrotadas de clientes tras una súbita rebaja de los precios de algunos productos ordenada por el Gobierno. Es la última medida del oficialismo en su carrera contra la que consideran una “guerra económica” supuestamente propiciada por empresarios y opositores, pero que suele debilitar al frágil gremio de comerciantes.
Los inventarios son todo menos cuantiosos. Las importaciones en el sector privado cayeron un 90% interanual en diciembre, según María Uzcátegui, presidenta de la organización empresarial Consejo del Comercio y los Servicios. Un mal lleva a otro: las ventas también han registrado una disminución superior al 60% y cuatro de cada diez comercios echaron el cierre el año pasado. La causa está en un manojo de desaciertos económicos, entre ellos un plan de “recuperación” financiera aplicado el 20 de agosto que, paradójicamente, acentuó el desastre.