ASUNCIÓN — Cuando Porfiria Orrego Invernizzi era estudiante, sus profesores la obligaron a hincarse sobre granos ásperos de sal y maíz durante toda la mañana como castigo por hablar su lengua madre, el guaraní, en el salón de clases.

“Tenía que hacerlo frente a mis amigos para que vieran claramente lo que le pasa a la gente que habla esa lengua”, dijo Orrego Invernizzi, que hoy tiene 67 años y es activista de la lengua.

A otros estudiantes les prohibían beber y comer durante todo el día, los obligaban a usar pañales en la clase como una forma de humillación o simplemente los golpeaban por hablar su lengua indígena. Este tipo de trato existió en las escuelas paraguayas a lo largo de gran parte de la historia del país, hasta la caída del dictador Alfredo Stroessner, cuyo gobierno de 35 años terminó en 1989.

“Fue una persecución abierta”, dijo David Galeano Olivera, el director del Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní, centro que promueve el idioma y donde se imparten clases de guaraní para profesores.

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Familias guaraníes acamparon afuera del congreso para demandar reparaciones tras ser expulsados de sus tierras.CreditDado Galdieri para The New York Times.

A pesar de su uso extendido —Paraguay es el único país de América donde la mayoría de la población habla por lo menos una sola lengua indígena, el guaraní— durante mucho tiempo se ha considerado que está bien hablar guaraní en las calles y en casa, pero no en el ámbito político.

Ahora, funcionarios e intelectuales en Paraguay están trabajando para promover una imagen positiva de la lengua, en un esfuerzo por cumplir con el propósito de la Constitución de 1992, para que el guaraní esté en el mismo nivel que el español.

Ha sido un trabajo arduo. Siglos de sometimiento hicieron que muchos paraguayos pensaran en el guaraní como una lengua de segunda.

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Anthia Balbuena, al centro, habla guaraní con fluencia. Aquí examina a Rolando Ruiz Díaz, paciente que prefiere usar esa lengua, en un consultorio de dentistas. CreditDado Galdieri para The New York Times

El español es la lengua dominante en los ministerios de gobierno, los tribunales, los medios, la literatura, las escuelas y las profesiones.

“Hay un estigma, un prejuicio, asociado con el guaraní”, dijo Ladislaa Alcaraz, la ministra de Políticas Lingüísticas. “Se asociaba con la pobreza, la ruralidad, la ignorancia, con la gente que es analfabeta”.

Sin embargo, el esfuerzo por hacer que la educación pública sea bilingüe se ha topado con resistencia por parte de un grupo sorprendente: padres que fueron criados hablando guaraní.

Muchos aún relacionan la lengua con estereotipos negativos y se han resistido a que les enseñen guaraní a sus hijos, con sus sonidos agudos, nasales y guturales. Dicen que un énfasis en el español, o en una lengua extranjera, haría que sus hijos fueran más competitivos en el mercado laboral.

“Los padres dicen: ‘En casa hablamos guaraní, así que en la escuela a la que vayan, quiero que aprendan español’”, dijo Nancy Benítez, una funcionaria del Ministerio de Educación y Ciencias que trabaja en planes de estudio. “Dicen: ‘Que sean otros niños los que la aprendan, pero no los míos’”.

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Una ceremonia de graduación del Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní, en diciembre de 2017CreditDado Galdieri para The New York Times