La guerra de Siria entra hoy en su octavo año sin muchas perspectivas de que vaya a ser el último. La fecha del 15 de marzo –hay que recordar una vez más– es una convención que remite al llamamiento, aquel día del 2011, a una revuelta civil que en un mes se vería convertida en conflicto armado y al cabo de siete años ha costado más de medio millón de muertos, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Casi 20.000 de ellos son niños, y más de 300 murieron sólo el pasado febrero. Se han bombardeado hospitales y escuelas, seis millones de sirios se han refugiado en el exterior y otros tantos viven como desplazados internos.

El mapa sirio ha ido cambiando, dando lugar a una nueva situación que poco tiene que ver con la inicial e incluso con la que creó la irrupción del llamado Estado Islámico (EI). Expulsado de su capital siria, Raqa, el pasado octubre, el EI ha quedado fuera de la ecuación y su presencia en Siria es residual, en el extremo de la provincia de Deir Ezzor, en la frontera con Irak.

Despejado este factor, la guerra se concentra ahora en el noroeste de Siria y en un pequeño enclave en la periferia de Damasco que tiene los días contados. Guta Oriental sufre desde hace semanas brutales bombardeos a diario sobre una población de más de 300.000 habitantes que sobrevive bajo tierra y sin apenas acceso a alimentos y medicinas, a pesar de que fue definida como una zona de desescalada bélica. Guta Oriental, la provincia de Idlib en el norte y Deraa en el extremo sur son los únicos focos activos de la insurgencia contra el presidente Bashar el Asad, una miríada de grupos armados de todo pelaje.

Cualquier desenlace sólo depende de Irán, Rusia, Turquía y, en menor medida, Estados Unidos

Pero esta guerra hace tiempo que dejó de ser siria. Si sobre el terreno se encuentran tropas turcas, soldados y mercenarios estadounidenses y rusos, militares iraníes y milicianos iraquíes, libaneses, palestinos, afganos, más un número incierto de extranjeros entre los rebeldes sirios y las milicias kurdas, en el plano político todo el mundo sabe que cualquier desenlace sólo depende de Rusia, Irán, Turquía y Estados Unidos (aunque en menor medida), mientras que los viejos valedores de la rebelión, las monarquías del Golfo, cada día cuentan menos.

El llamado proceso de Ginebra, avalado por las Naciones Unidas, no ha conducido a ninguna parte, mientras que en el de Astaná (Kazajistán), con otra reunión prevista para mañana sin asistencia siria, sólo negocian tres: Rusia e Irán, que sostienen al régimen de Damasco, y Turquía, del lado opositor.

La progresiva liquidación de los enclaves rebeldes, con el del sur, Deraa, como única preocupación para EE.UU. debido a su proximidad a Israel porque dejaría paso libre a Hizbulah –es decir, a Irán–, facilita una nueva confrontación, entre Turquía y los kurdos de Siria, que se constituyeron en el 2016 en una autónoma federación de cantones llamada Rojava.

Las milicias kurdas YPG o Unidades de Protección del Pueblo (con su muy publicitada rama femenina, las YPJ) no han hecho la guerra a Bashar el Asad; incluso conviven con los retratos del presidente y sus policías y soldados en Qamishlo, capital del cantón kurdo de Yazira. Las YPG fueron la fuerza que luchó contra el Estado Islámico, siendo equipados por EE.UU. junto a algunas milicias árabes bajo el nombre de Fuerzas Democráticas Sirias. Rusia participó en el empeño común con bombardeos aéreos.

Siria
Siria (Anna Monell)

Gracias a aquella campaña, los kurdos controlan hoy una franja enorme de territorio sirio a lo largo de la frontera turca, y aldeas árabes que fueron un día lugar de paso para los yihadistas llegados desde Turquía han quedado despobladas. Esa franja está salpicada de bases militares estadounidenses y de campos de desplazados y de prisioneros bajo administración kurda.

Turquía ha afrontado la expansión kurda construyendo, a toda velocidad, un muro de 900 kilómetros y tres metros de alto a lo largo de la frontera, con su zona de exclusión, sus torres y cámaras de vigilancia y farolas cada veintitantos metros. Las YPG son una extensión del PKK kurdo de Turquía, afirma el Gobierno de Ankara, lo que queda reflejado en la profusión de retratos de su líder, Abdulah Öcalan, en los tres cantones sirios que forman Rojava.

Cuando las YPG cruzaron el río Éufrates hacia el oeste, en dirección a su cantón de Afrin, para completar la franja de Rojava, Turquía irrumpió en territorio sirio. En la fase actual de esta invasión, el ejército turco, sirviéndose de milicias sirias, está sitiando su capital desde hace dos días. Un asedio como el de Guta Oriental puede repetirse, y los kurdos hablan ya de “limpieza étnica”. El agua corriente en la ciudad de Afrin está cortada, según la ONU.

Vencedores del Estado Islámico, los kurdos son atacados hoy por Turquía en su cantón de Afrin

Los kurdos, que fracasaron en su intento de ponerse de acuerdo con el Gobierno de Damasco para proteger Afrin del ataque turco, tienen razones para sentirse abandonados en esta hora por Washington y Moscú. Según algunos analistas, para Rusia las YPG son un aliado tan sólo circunstancial, mientras que EE.UU. no cuenta con ningún otro. En teoría, a los norteamericanos les interesa seguir en el territorio kurdo, en tanto los rusos y los iraníes están presentes en el resto del país.

Todos parecen haberse puesto de acuerdo para debilitar a los kurdos. Pero estos tienen plantadas sus banderas en una ciudad que no es suya, una ciudad árabe, Raqa, y esta carta sería un as en toda negociación sobre su espacio de Rojava. También las YPG son un garante ante un retorno del Estado Islámico, un número indeterminado de cuyos combatientes salieron de Raqa en octubre mediante un pacto secreto del que, desde luego, no sólo los kurdos fueron artífices.

Así que abandonar del todo a las YPG sería arriesgado. En Deir Ezzor, donde se supone que todos luchan contra los restos del EI, tropas de Damasco con apoyo ruso se enfrentaron en febrero a los kurdos y sufrieron un ataque aéreo estadounidense como réplica. Fue un incidente extraño pero sin consecuencias, porque EE.UU. ha declarado una “pausa” en la persecución de los yihadistas en este sector para permitir a las YPG enviar refuerzos desde Deir Ezzor al cantón de Afrin.

Este ha sido el inicio de una nueva fase de la guerra siria, que ya no gira sobre la permanencia de Bashar el Asad en el poder.