La bendición y la maldición de las minas en Brasil

Cien días después del desastre de Brumadinho, con casi 300 muertos, las autoridades intentan remediar la insuficiente fiscalización de la actividad minera

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Las legiones de avariciosos aventureros que se adentraron en estas tierras de Brasil en el XVIII no se pararon a pensar en que el oro no se come. Algunos murieron de hambre con pedruscos en el bolsillo. No había comida, carreteras, ni comercio. Aquella fiebre del oro sentó los cimientos de un estado que debe casi todo a las minas. Su nombre, su desarrollo, su patrimonio histórico y su economía. El verde paisaje de Minas Gerais (minas generales) está punteado por enormes brechas de ocre intenso que la minería escarba en la tierra y por descomunales depósitos para depositar los residuos que genera. El colapso de una de esas balsas en Brumadinho mató hace cien días este domingo a 235 personas. Otras 35 —también devoradas por el barro en segundos— siguen desaparecidas. Vale, la empresa propietaria de la mina y una de las mayores multinacionales brasileñas, es reincidente. La tragedia generó una gran ola de indignación ciudadana que ha derivado en algunos cambios, pero el temor a que se repita está muy presente.