Todos los sondeos apuntan a que las elecciones italianas no alumbrarán una mayoría clara. El centroderecha —Forza Italia, Liga y posfascistas— encabeza las encuestas, pero estas consideran improbable que logre una mayoría absoluta. A partir de ahí, las opciones de conformar una mayoría gubernamental se presentan a priori muy complicadas. Una reedición de la gran coalición entre Partido Democrático (PD) y Forza Italia que ha dado estabilidad a la presente legislatura tampoco parece suficiente para alcanzar mayoría. Liga y posfascistas son indigeribles para el PD. El Movimiento 5 Stelle no entra en las ecuaciones gubernamentales, porque no se muestra dispuesto a alianzas ni los demás parecen considerar aliarse con ellos. No hay soluciones evidentes para superar ese escenario.

Y sin embargo no se respira una sensación de pánico ante la perspectiva de un impasse en un país con una deuda que supera el 130% del PIB y una frágil situación bancaria. De hecho, la Bolsa italiana es de las más brillantes de Occidente en lo que va de año, y la prima de riesgo no ha sufrido graves alteraciones. La subasta de este martes fue bien.

Los mercados sin duda toman nota de distintos factores. Por un lado, la recuperación económica, si bien inferior a la de países del entorno, es relativamente sólida y atenúa ciertos temores. Por otro, la historia política del país muestra una notable resiliencia en momentos de crisis, una gran capacidad de diálogo entre facciones para superar divergencias y converger en el apoyo a Ejecutivos en momentos delicados. Es probable que esto se repita.

En los años noventa, en plena tormenta por el escándalo Tangentopoli y tras la ola especulativa contra la lira, Carlo Azeglio Ciampi —anteriormente gobernador del Banco de Italia y después presidente de la República— lideró un Gobierno de unidad que contribuyó a calmar las aguas. Poco después, tras la abrupta caída del primer Gobierno Berlusconi, Lamberto Dini encabezó un Ejecutivo compuesto solo por tecnócratas y con amplia base parlamentaria. En tiempos más recientes, puede señalarse la experiencia del Gobierno Monti (también después de una abrupta caída de Berlusconi).

Esta legislatura también es un ejemplo de capacidad de pacto y de presencia de figuras capaces de unir. Los antaño enemigos irreductibles PD y Forza Italia han sostenido una mayoría a lo largo de toda la legislatura. Significativamente, los tres políticos que han ostentado en ella el cargo de primer ministro son todos católicos: Letta, Renzi y Gentiloni. Los católicos, presentes en todo el espectro político, funcionan tradicionalmente como canal de comunicación y, cuando hace falta, como colágeno para evitar quiebras.

Sergio Mattarella, actual presidente de la República (también de origen democristiano) sin duda tiene ya pensadas estrategias para evitar un regreso a las urnas. Si el centroderecha no lograse suficiente fuerza y por tanto quedara inhabilitada la opción Antonio Tajani que sugiere Berlusconi, es probable que Mattarella recurriera al propio Gentiloni. Este es el político mejor valorado en las encuestas; es apreciado en Bruselas; y en el mundo empresarial (una reciente encuesta de Bloomberg a 17 líderes empresariales cosechó una preferencia unánime por la continuidad de Gentiloni). Y es probable que, de alguna manera, pese a matemáticas arduas, se lograría una mayoría de apoyo.

En Italia existe la virtud del pacto. El problema es el vicio del frecuente desgobierno posterior.