Según el espejo con el que se mira, Donald Trump no tiene “ni un hueso de racista”. El presidente estadounidense se ve obligado a repetir que no se mueve por el color de la piel, tarea en la que cuenta con la asistencia del coro de sus colaboradores y palmeros, porque una y otra vez echa mano de la retórica de los supremacistas.

Todavía con el eco de enviar de vuelta a sus países a cuatro legisladoras demócratas –las cuatro no blancas y ciudadanas estadounidenses, tres de ellas de nacimiento-, Trump ha creado una nueva polémica racista al despreciar a un veterano congresista negro, Elijah Cummings, muy crítico con él y su ética, descalificando a su distrito, que abarca buena parte de Baltimore (Maryland).