“Atención: Violento”, dice de Alberto Samid la notificación roja emitida este viernes por Interpol. La policía internacional aclara luego que “se trata de un individuo de edad avanzada” que “públicamente ha manifestado y exteriorizado por vías de hecho su oposición para cumplir las órdenes de la autoridad pública”. Esas órdenes le exigen presentarse en Buenos Aires ante el tribunal que lo juzga por evasión fiscal. Nada tan grave en Argentina como para ir preso, al menos en lo inmediato, pero amenaza suficiente para Samid, que decidió fugarse hacia Belice. La huida de Samid ha sido la noticia del día en los medios argentinos. El personaje así lo amerita.
Este hombre de 71 años es el carnicero más famoso del país, un personaje excéntrico que se hace llamar “el rey de la carne” y posa con corona y cetro en las marquesinas de sus comercios, dueño de grandes campos y miles de cabezas de ganado, exdiputado, exasesor de Carlos Menem en los noventa, kirchnerista en el inicio del siglo y hasta participante en el programa Bailando por un sueño, el más popular de la televisión argentina, donde revoleó sin éxito sus 120 kilos enfundado en una bata roja y sus canas cortas convenientemente teñidas de negro. La lista sigue.
Interpol advierte que el personaje es violento, tal vez temeroso del aire de matón que Samid cultiva. Acostumbrado a las denuncias en su contra, no duda en insultar a los periodistas que lo increpan. Los argentinos aún recuerdan aquella tarde de enero 2002, cuando el empresario ganadero se presentó en el plató del periodista Mauro Viale y le pegó una trompada en la cara. El motivo no era nimio: Viale, de origen judío, acusaba a Samid, hijo de inmigrantes árabes, de haber avalado el atentado terrorista que en 1994 destruyó la mutual judía Amia.